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José María Manzanares sufre un revolcón en la faena de muleta a su segundo toro. :: MANUEL DE LEÓN-EFE
CULTURA

Manzanares despliega su magia y el Juli su poderío

Una estocada memorable por su valor abre la puerta grande al torero de Alicante, que confirma en San Isidro su racha y su nuevo son

BARQUERITO

Jueves, 19 de mayo 2011, 02:39

De manos de El Juli vinieron la garra, el genio, el amor propio y el poder. Poder a toro y ambiente a la vez, para someter a uno, para sofocar y casi volcar el toro. Con un bonito toro acucharado de Cuvillo, cuarto de corrida, que no se negó, pero no llegó a entregarse tampoco. De manos de Manzanares llegaron unas cuantas y muchas cosas singulares con dos toros de distinta categoría.

Un tercero astifino y playero, y por eso el más incómodo de los cuatro cuvillos jugados, que tomaba descolgado el engaño pero sin aire ni empuje para rematar más de tres viajes seguidos en serio. O por claudicar o por humillar tanto que enterraba pitones. Y un sexto que pareció desde la salida el toro de la tarde: por hechuras -puro Juan Pedro, terciado, armonioso- , y por el galope. Y por el son, cuando dejó de galopar o le empezó a pesar el empleo en los medios, que fue donde el trabajo del torero de Alicante alcanzó no los mejores logros, pero sí su mayor emoción: el toro, cada vez más perezoso y en corto, se quedó y derrotó en un remate de tanda, prendió a Manzanares por la taleguilla a la altura de la ingle y le pegó una voltereta escalofriante. De ella se levantó sin susto e ileso Manzanares.

«Sin mirarse», sin necesidad de recomponerse. Sin perder el aliento que había en parte perdido la faena antes de la cogida. El desenlace fue una memorable estocada en el mismo platillo de la plaza. No recibiendo, porque la ortodoxia clásica exige un cite con la pierna contraria que aquí no hubo, sino a la espera o al encuentro, y quebrando Manzanares levemente la embestida. A favor de querencia, el toro atendió el reclamo a la voz. Y entonces todo valió el doble, porque una hazaña en los medios vale en Madrid el doble siempre. La gente estaba con y por Manzanares antes de empezar la corrida. Y al doblar el toro de esa estocada tan a pelo se levantó ese júbilo inenarrable tan de los toros. Dos orejas, puerta grande. La rúbrica de la espada contó más que cualquier otra cosa.

Ninguna sorpresa ver y sentir a El Juli tan fiel a todas sus tauromaquias: esta vez, la de tirar de un toro para hacerlo romper por abajo a pulso y forzándolo porque era toro sin voluntad. Castella se llevó lote ingrato, tuvo que pelearse con el viento como los demás, se vio rechazado por las protestas que iban contra el único toro de Cuvillo que mató y, aunque a pies juntos toreó de capa con donosura mexicana, a la hora del segundo turno parecía el convidado del cartel.

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