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Uno de los ejemplares de las Obras Completas de Miguel Hernández, en las manos de un lector. :: CHEMA MOYA-EFE
LOS CUATRO CANTONES

Como el toro

«Miguel Hernández es un poeta conmovedoramente humano, transmite en sus versos de una manera singular cómo duele el alma y el cuerpo ante la ausencia de los sueños no cumplidos»

SARI FERNÁNDEZ PERANDONES

Domingo, 31 de octubre 2010, 02:42

He nacido para el luto y el dolor. / Como el toro estoy marcado / por un hierro infernal en el costado / y por varón en la ingle con un fruto /&hellipComo el toro me crezco en el castigo / la lengua en corazón tengo bañada /y llevo al cuello un vendaval sonoro».

Tener la lucidez de un buen poeta es, sin duda, una especie de cruz. Y más en este tiempo que se está acabando, en el que parecía que disfrutar de la vida era una obligación, y sufrir estaba pasado de moda. Sin embargo ninguno de los grandes poetas universales escapa de nombrar este destino, y algunos son maestros al hablar del sufrimiento, de la frustración de vivir para morir, y del amor como caudal, a veces, de sombría pena. Como ejemplo, el inmenso Quevedo, que en sus sonetos magistrales llega hasta la obsesión porque la vida no sea eterna y el tiempo solo un instante en el que el presente no existe: «Azadas son la hora y el momento / que, a jornal de mi pena y mi cuidado, / cavan en mi vivir mi monumento». Miguel Hernández es un poeta conmovedoramente humano. Transmite en sus versos de una manera singular cómo duele el alma y el cuerpo ante la ausencia de los sueños no cumplidos. Y lo dijo en nombre de todos los que sentimos punzadas en el alma: hambre, libertad, justicia, amor, solidaridad, guerra, desamor, paternidad, tierra, Dios... Todos estos conceptos riegan sus palabras sin apenas nombrarlas. Todas son como el rayo hiriente en el costado más dulce del hombre. Una herida constante es el vivir.

Ayer se cumplió el centenario de su nacimiento, y no quisiera que acabase el año sin rendirle mi más tímido y discreto homenaje a aquel chico de pueblo que a pesar de su formación precaria sintió la necesidad de ponerle palabras a su vulnerado sentir, y lo hizo en un tono tan personal y sincero, que no nos podemos retraer a su emocionante poesía. Esa será la razón de que la poesía hernandiana nunca pase, siempre será metáfora viva de nuestras penas, sin caer en la tragedia romántica, ni en sus excesos, puesto que el joven corazón de Miguel Hernández, también estaba lleno de ilusiones y de batallas por sus ideales, y por encima de sus versos sobrevuelan los colores de miel de las abejas, de los limones, y de los naranjales. Almendros de nata son la amistad sublime y la solidaridad con los desheredados. Y su herencia de risas, el único patrimonio que le deja en testamento a su hijo: «La cebolla es escarcha, cerrada y pobre / escarcha de tus días y de tus noches / En la cuna del hambre mi niño estaba / con sangre de cebolla se amamantaba / Desperté de ser niño: nunca despiertes / Triste llevo la boca: ríete siempre». Nanas desde la cárcel al niño que se alimentaba de la leche de las cebollas, único alimento que conseguía su bruna moza amada: «Una querencia tengo por tu acento / una apetencia por tu compañía / y una dolencia de melancolía / por la ausencia del aire de tu viento».

La poesía que habla de la pena, del destino fatal que nos espera con la muerte, ha estado pasada de moda en los últimos tiempos, en los que la vida se convirtió solo en vivir para vivir, y en los que sufrir por los avatares del amor, por la soledad o por la oscura dama de la hoz, era poco menos que medieval y a veces, de seres 'cenizos', ya que la filosofía de las últimas dos décadas ha estado sustentada en un 'carpe diem' barato y frívolo. Hablar de informática, coches o vinos (su color, sus aromas, su música&hellip) y entre medias echar las consabidas pestes de los políticos, han sido la base sustancial de las tertulias. Sufrir por otras cosas era de tontos, ya que el estado de bienestar que nos habíamos insuflado en vena no consentía estas estupideces, ni contemplaba ninguna dimensión humana de lo espiritual: «Tú disfruta» era la máxima, sobre todo para niños y jóvenes, porque los adultos en el fondo sabíamos que no, pero disimulábamos todo lo que podíamos Y una especie de soberbia que lo asolaba todo, se coló por todos los rincones. Nos volvimos intocables, y hasta confundimos derechos y deberes.

Pero llegan las vacas flacas con sus huesitos casi al aire y el milagro tocó su fin. Y el chico que no había cumplido los treinta y que decía: «Vientos del pueblo me llevan / vientos del pueblo me arrastran / me esparcen el corazón / y me avientan la garganta» vuelve a tener sentido, y sus versos a estar de moda. Porque empezamos a comprender el dolor de la injusticia, la pena de los sueños frustrados de muchos jóvenes, la importancia del amor como refugio, y entonces la palabra se nos hace «Un vendaval sonoro en el castigo».

La crisis nos está colocando a todos en ciertas reflexiones que hace tiempo necesitábamos. Bien está lo vivido como una especie de fiesta. Pero cuando tocan las duras, hay que retomar otros discursos de vida y otras estrategias que nos hagan soñar.

Por ello el centenario de Miguel Hernández, creo que nos brinda la oportunidad de leer sus versos desde la comprensión de que ser hombre tiene la doble faz de la dicha y de la pena también. Nadie nos ha prometido el paraíso aquí abajo, aunque luchar por él es muy legítimo, pero descubrir por qué caminos podemos acercarnos, es hoy imprescindible.

Aquel hombre sencillo y auténtico, cuyos versos sangrados desde la demasía de su dolor, eso es cierto, nos deja el testamento de unos versos heridos, nos concilia a todos en la verdad de que el sufrimiento también es vida, y la pena hecha palabra es menos pena. Pero también nos habla desde la serenidad y de la salvación desde el amor:

«Tengo estos huesos hechos a las penas / y a las cavilaciones estas sienes / pena que vas, cavilación que vienes / como el mar de la playa a las arenas / Nadie me salvará de este naufragio / si no es tu amor la tabla que procuro / si no es tu voz, el norte que pretendo». Así celebremos que existan voces desde siempre, siglo a siglo, que cantan las dos caras del vivir: el amor y el desengaño, la pasión y el dolor, la vida y la muerte, porque es la doble faz de la existencia, y seremos más felices sabiéndonos humanos y vulnerables, que creyendo que por Internet me lo puedo comprar todo.

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