
A salto de mata
EL TALISMÁN DE LA COSTURERAEstos relatos nos atrapan y nos deslumbran y nos hacen preguntarnos cómo lo hace, de dónde saca la autora estas historiasRELATOS
GIRO GARCÍAJORGE PRAGA
Sábado, 12 de junio 2010, 03:11
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Alice Munro se ha ido instalando lentamente en nuestras bibliotecas, en las pilas de libros cercanos y queridos, sin que apenas nos demos cuenta, como un vecino que franquea la puerta ocasionalmente y lo va haciendo cada vez con más frecuencia y familiaridad. Esta sensación proviene en parte de la forma en que va siendo editada la autora canadiense en nuestro país: sin orden cronológico, repitiendo libros en formatos distintos, dando por novedad algo que ya había sido lanzado unos años atrás. También la estructura de sus libros, que agrupan cuentos o relatos, abona esta sensación de fragmentariedad, de llegada sin fecha de recepción.
'Secretos a voces' se encuentra ahora en los escaparates, a pesar de que la autora lo dio a conocer en 1994, y la traducción un poco desaliñada de Flora Casas ya había sido publicada hace unos años. Pero para qué reclamar orden y línea de autoría. El libro y su creadora se defienden perfectamente en su autonomía, en su pureza literaria. Ninguna ayuda ni información necesitan estos relatos para ganarnos y deslumbrarnos, para que nos hagamos una vez más las preguntas de cómo lo hace, cómo lo consigue, dónde capturará Alice Munro esos personajes y esos ambientes. En 'La virgen albanesa' una mujer internada en un hospital le cuenta a otra una historia muy imaginativa que se desarrolla en la remota geografía de Albania. «¿De dónde has sacado la idea?», le pregunta la visitante. «De la vida», responde la enferma.
La obra la componen ocho narraciones, en principio independientes, pero ligadas entre sí por lazos sutiles y a veces subterráneos. Todas se ambientan de uno u otro modo en Carstairs, un pueblo que la autora fija en su región natal, Ontario, aunque una búsqueda geográfica localiza el nombre en otra región canadiense, y también en Escocia, tierra de los ancestros de la escritora. En Carstairs y los pueblos cercanos se desenvuelven esas vidas, también en los bosques, ríos y lagos que los rodean, una naturaleza acechante y poderosa, de sometimiento reciente y no completado. Los personajes nos ofrecen sus peripecias desde 1851 hasta la actualidad, y en todos ellos palpita la levedad de su afincamiento, sus casas de madera, las dificultades de separarse de los bosques, el trenzado difuso de las calles, las relaciones sin grosor de pasado ni herencias, el sello de recién llegados que todos arrastran, a pesar de que algunas familias se extienden por varias generaciones, como los Doud, propietarios de una fábrica de pianos.
También vertebra el libro la reiteración de la mirada femenina. Las historias, a veces escritas en primera persona, siempre giran en torno a mujeres, mujeres enredadas en historias de amor y desamor, un poco perplejas y aparentemente inseguras, en absoluto dominantes, dejándose llevar por los cruces de la vida y por una intuición que es su mejor sabiduría.
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Pero lo que tal vez mejor engarce a estas historias entre sí, y también lo que más las haga brillar, sea la estrategia narrativa que Alice Munro aplica. Todas abarcan un tiempo considerable, varias décadas, sin que se pueda localizar y aislar una anécdota troncal que se vaya desenvolviendo en ese tiempo. Más bien encontramos un registro de relaciones que van cambiando sometidas a impulsos imprevistos. Un mundo que sólo está completo en un lugar, en la cabeza de la escritora. Ella nos va entregando una cuidada selección de fragmentos con los que el lector, un lector exigido, un lector necesariamente atento, tendrá que ir tejiendo los hechos y sus relaciones a partir de datos que alternan con silencios y vacíos, también con lo olvidado o abandonado en la memoria de los que murieron, a los que a veces se les concede una última palabra fantasmal, como sucede en el cuento inicial, 'Cartas'. Y para introducirnos en ese mundo la autora utiliza una técnica de lenta explosión, de desembarco brusco en mitad de los hechos, en busca de una orientación que exige caminar hacia delante y hacia atrás en el tiempo, y hacia cualquier rincón de la imaginaria geografía de Carstairs. Valga como ejemplo de ese desembarco sin vuelta atrás, con las naves quemadas, el arranque de 'Una vida de verdad': «Apareció un hombre que se enamoró de Dorrie Beck. Al menos, quería casarse con ella. Era verdad».
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