Tierra de los curtidores
Perderse por el laberinto de callejuelas de la medina constituye una de las mejores maneras de conocer el verdadero corazón de Fez
SONIA QUINTANA
Viernes, 7 de mayo 2010, 02:51
L a leyenda cuenta que un pico de oro hallado en el lugar en el que Idris proyectó levantar la ciudad, en el año 789, dio nombre a Fez ('hacha', en árabe). Hoy, esta capital imperial de Marruecos es conocida, principalmente, por su medina, declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 1981.
El barrio de los curtidores, en el corazón de Fez el-Bali, es una de sus principales atracciones. El turista, hoja de menta en mano, otea desde una terraza con vistas a los pozos de tinte todo el proceso, que poco ha cambiado desde la época medieval, según explican los propios artesanos. El colorido es espectacular, y el hedor, indescriptible. «Por aquí pasan al año siete millones de turistas», relata orgulloso el gerente de uno de los comercios de artículos de cuero, cuya terraza ofrece unas espectaculares vistas de Swara, la más grande de las cuatro curtiderías tradicionales que actualmente existen en la medina.
Artesanos
Aunque sí el más visitado, el de los curtidores no es el único gremio presente en la vieja medina. El trabajo de los caldereros, los artesanos de la madera, los babucheros o los alfareros, entre otros, traslada al visitante a una época lejana. La plaza Naijarine, donde los burros trasladan desde muebles hasta bombonas de butano, los escolares piden dirhams a los turistas y los comerciantes practican con virtuosidad el arte del regateo, se convierte en uno de los lugares imprescindibles de la medina. A sólo unos pasos, en un funduq (antiguo hotel para caravanas) maravillosamente restaurado, se encuentra el Museo de Arte y Artesanía de la Madera (20 dirhams). Merece la pena la visita. La mezquita Al-Qárawyin, que alberga la Universidad más antigua del mundo; la madraza Bou Inania y su reloj de agua, y el mausoleo de Moulay Idriss son paradas obligatorias de la ruta. Eso sí, la ojeada siempre desde la puerta. Los no musulmanes tienen prohibida la entrada a los lugares de culto.
Pero la ciudad idrisida es mucho más que el corazón de la medina, laberinto de estrechas callejuelas repletas de bazares y puestos de comida, donde las moscas y las avispas hacen su agosto.
Más allá de la medina
El Dar el-Makhzen o Palacio Real (aunque al visitante sólo se le permita contemplar sus imponentes siete puertas de latón dorado); el 'mellah' o barrio judío, o los jardines de Bou Jeloud también merecen una mención especial. Recibir un masaje tras relajarse en un 'hammam' (baño árabe) puede ser la mejor forma de finalizar un viaje de varios días a la ciudad rebautizada como 'la nueva Marrakech'.
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