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EL MILIARIO

Echarse al monte

JAVIER PÉREZ ANDRÉS

Miércoles, 10 de marzo 2010, 01:44

Cuando, en su tarea de tronzar y pelar, un leñador tenía un accidente, tomaba él mismo las primeras medidas para curar su herida mientras se le trasladaba desde el bosque hasta la población más cercana. Impregnaba el corte con una fina película de la corteza del árbol, siempre que la resina fuese amarillenta. Otros no podían evitar la muerte al caer desde lo alto de un pino de más 20 metros. La estampa bucólica del leñador no es ajena al sacrificio, al riesgo y al duro trabajo. En Segovia, los leñadores son los gabarreros de El Espinar. La gabarrería sigue viva. Casi intacta gracias a los supervivientes de esta estirpe de hombres, a su testimonio vivo y a unos pocos jóvenes valientes y comprometidos que se han empeñado en que no mueran los gabarreros.

Todos los inviernos, el Centro de Iniciativas Turísticas de El Espinar recrea una cultura heredada de hombres duros, que se echaban al monte cada mañana con el hacha al hombro para que comiesen los suyos. La puesta en escena moviliza a miles de personas atónitas ante un espectáculo de cortes, caballerías, troncos, talas y una destreza impresionante no exenta de riesgos. Curiosamente, los responsables públicos regionales no acuden ningún año a la demostración. La fiesta mantiene viva una cultura que es más universal de lo que parece pues, gracias a los gabarreros, y tal vez sin que fuera su prioridad la defensa de la naturaleza, su trabajo sirvió para preservar los pinares para los nietos de nuestros nietos. Ellos, con sus hachas, han ordenado el bosque, lo que siempre el común entiende como una buena política forestal.

En parte, las cosas han cambiado. El monte no nos calienta en exclusiva, ni las cargas dan de comer a la prole. Ni tan siquiera las motosierras han impedido que el hacha esté afilada y lista. Los que hoy se 'echan al monte' son profesionales que trabajan en la salvaguarda de los bosques, de las masas pinariegas; los que impiden que no se pierda la riqueza forestal y los que, en definitiva, cuidan de que el pulmón verde no deje de bombear oxígeno manteniendo la verdadera guardería de los hijos del bosque, desde la ardilla, a la corza y desde el rosal silvestre al pino.

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