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Los riesgos de la comida basura van más allá de la obesidad. El Norte

Hasta ponerse ciego

Un joven inglés ha perdido la vista y el oído por alimentarse durante años con comida basura. Estaba delgado y en buena forma física, por eso nadie detectó que sufría un trastorno

Javier Guillenea

Viernes, 6 de septiembre 2019, 07:18

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Desde siempre había sido quisquilloso con la comida pero fue a los siete años cuando se rebeló y empezó a rechazar los alimentos que le preparaban en casa y en el colegio. «Lo supimos cuando comenzó a volver de clase con su almuerzo intacto. Yo le hacía buenos bocadillos y le ponía alguna fruta pero no tocaba nada», declaró mucho más tarde la madre del que hoy es un joven de 19 años y cuya identidad no se ha dado a conocer.

El extraño caso, que ha sido publicado en una revista médica con el permiso de la familia, es el de un niño de la ciudad inglesa de Bristol que un mal día empezó a alimentarse exclusivamente de comida basura. Primero se alimentó con las patatas fritas que compraba en un restaurante de comida rápida de vuelta de clase y luego enriqueció su menú con aperitivos procesados y, algunas veces, con salchichas, jamón en lonchas y rebanadas de pan blanco. Desde entonces no ha probado nada más.

Sus padres eran conscientes de que la comida basura es mala para la salud, no podían dejar de saberlo. Los médicos y los medios de comunicación advertían sin descanso sobre los riesgos de padecer obesidad, diabetes o problemas cardiovasculares por el abuso de hamburguesas y alimentos ultraprocesados, pero nadie hablaba de otros peligros mucho menos conocidos.

«Estaba flaco como una estaca», responde su madre cuando le preguntan por qué no hizo nada para detener el camino de autodestrucción emprendido por su hijo. El niño no había engordado, se hallaba en buena forma física y gozaba de una salud excelente, no parecía que su extraña dieta le perjudicara. Era un chico algo raro pero no había motivos para preocuparse.

Hasta que a los 14 años comenzó a sentirse cansado y débil sin motivo aparente. Cuando acudió al médico, los análisis a los que fue sometido revelaron que sufría anemia y un déficit de vitamina B12, por lo que le recetaron suplementos vitamínicos y le recomendaron mejorar sus patrones dietéticos. Pero no hizo caso, no solo no siguió el tratamiento sino que se mantuvo fiel a la comida basura. Aquello no podía acabar bien.

Tres años más tarde regresó al hospital. Había empezado a perder oído y comenzaba a tener problemas con la vista. Los médicos lo examinaron de nuevo y descubrieron que su paciente no solo seguía teniendo un bajo contenido de B12 sino que le faltaba vitamina D y mostraba escasez de minerales como cobre y selenio. Estaba desnutrido.

El síndrome

Cuando le preguntaron por su alimentación, el adolescente explicó que era incapaz de soportar la textura de alimentos como la fruta o la verdura. Fue así como descubrieron que padecía un síndrome conocido como trastorno de la alimentación selectiva. Quienes lo sufren evitan los alimentos con una determinada textura, olor, sabor o apariencia, o solo los prueban a una cierta temperatura. No es que fuera un niño caprichoso, de los que dan guerra al comer, es que tenía un problema mental.

Alimentación selectiva

  • Poco estudiado El trastorno de la alimentación selectiva se caracteriza por el rechazo de alimentos por motivos de apariencia, sabor, olor, textura, marca o experiencias negativas con la comida en el pasado como haber vivido una situación de asfixia tras la ingesta de un alimento concreto

  • Otros casos En Canadá un niño de once años estuvo a punto de perder la visión tras alimentarse durante ocho meses de cordero, patatas, cerdo, manzanas, pepinos y cereales. El pequeño sufría múltiples alergias alimentarias, por lo que sus padres le sometieron a una dieta restrictiva sin saber que lo que estaba comiendo carecía de vitamina A.

El diagnóstico ya estaba hecho pero había llegado demasiado tarde. La falta de una adecuada nutrición había dañado severamente y de forma permanente el nervio óptico del joven hasta causarle una afección llamada neuropatía óptica nutricional que puede tratarse si se detecta temprano, lo que no ocurrió en este caso. Legalmente ha sido declarado ciego, aunque conserva una visión periférica que le permite caminar por la calle sin ayuda.

A sus 19 años, el protagonista de esta historia no ha levantado cabeza. Abandonó sus estudios de informática y actualmente vive con su madre, que ha dejado su trabajo para ocuparse de él. Ni siquiera ha cambiado de dieta, sigue alimentándose de comida basura y recibe suplementos nutricionales para que su salud no se deteriore. Casi no ve, oye muy poco y padece debilidad ósea. Pero sigue comiendo patatas fritas.

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