Finito de Brooklyn
Pelirrojo, judío, gay y amigo de Hemingway, Sidney Franklin fue el primer estadounidense en torear en España. Debutó hace 90 años. «Quiso ser el
De la tropa de más de sesenta estadounidenses que en su día se ataron los machos para saltar a la arena –eso sí, solo nueve acabarían tomando la alternativa–, según el recuento que su compatriota el fotógrafo y cronista Lyn Sherwood hizo en el libro 'Yankees in the Afternoon: An Illustrated History of American Bullfighters' (2008), Sidney Franklin fue el primero en hacerlo en España. Ocurrió hace 90 años en Sevilla. Alto, pelirrojo, elegante, neoyorquino, el tendido hispalense nunca había contemplado tanto exotismo junto bajo la misma montera. En cuanto corrió la voz acerca de su origen judío, le calzaron el apodo. Sería 'El torero de la Torá'. Aún no sabían –y así se quedaría la mayoría– que tras el aplomo con el capote de aquel simpático guiri había un matador cuyo corazón palpitaba por otros hombres.
«En la docena larga de libros que leí sobre Hemingway y su círculo para luego escribir el mío, solo uno, del autor Jeffrey Meyers, mencionaba que Sidney era gay. Y solo era eso, una mención. Me dejó atónito el hecho de que sus investigadores y biógrafos jamás lo comentaran. En el mundo del toro era un secreto a voces», cuenta a este periódico, desde el otro lado del Atlántico, Bart Paul, un documentalista de películas autor de 'Double-Edged Sword', donde recoge la pintoresca vida del espada de Manhattan.
Su condición sexual marcó inevitablemente su vida. Desde jovencito, Franklin (el apellido que adoptó para distanciarse del paterno Frumkin), uno de los diez hijos de una pareja de emigrantes rusos, judíos ortodoxos, afincada en Brooklyn, se enfrentó a los suyos. En concreto, a su progenitor, un corpulento oficial de policía que disciplinaba a su prole a golpes. En cuanto cumplió los dieciocho, aquel pizpireto adolescente interesado por las artes gráficas, el teatro y las revistas de celebridades puso pies en polvorosa. Se estableció en la bulliciosa Ciudad de México, rebosante entonces de artistas cosmopolitas. Allí comenzó a diseñar carteles promocionales de corridas de toros, un espectáculo de sangre, arrojo y lentejuelas del que emergía deslumbrante la figura del matador. Quedó fascinado. Cuando ya paladeaba el veneno de la lidia, Rodolfo Gaona, alias 'El califa de León', se cruzó en su camino. Sería su amigo y su maestro. Imperturbable ante los peligros de aquel mundo circular, al año emprendía el paseíllo por los ruedos mexicanos. «Si tienes agallas puedes hacer cualquier cosa», solía decir. En 1924 se presentaba por primera vez en la capital; cinco años más tarde volaba a esta orilla del charco para presentarse ante La Maestranza.
Resultó que en aquel circuito tan viril y tremendista, que por un lado le permitía enmascarar su sexualidad y, por otro, satisfacer su pasión por la extravagancia, había encontrado la horma de su manoletina. «Las corridas de toros le proporcionaron un escenario en el que actuar con estilo y pompa, como a él le gustaba, sin necesidad de tener que salir del armario. Digamos que, como gay, estaba escondido, a plena vista de todos, en un mundo de machos», expone desde el Museo para la Historia Judía de Nueva York la investigadora Rachel Miller. Pese a su arrebato por la parafernalia de la tauromaquia y el barroquismo de los trajes de luces –ya retirado, viajaba hasta con una veintena de taleguillas y chaquetas ricamente adornadas con brocados–, Franklin estaba volcado en su carrera como matador. «Nada más le importaba cuando saltaba al ruedo. Quería ser el mejor y eso le costó muchas cogidas, algunas espeluznantes, como la que padeció en marzo de 1930 en Madrid», evoca el biógrafo. Aquella trágica tarde un morlaco le partió la base del coxis y le destrozó el intestino grueso.
De Hollywood a la cárcel
Dos meses después, ya recuperado, se plantaba en el coso de Zaragoza. «Me emociona la fiesta de los toros y he de llevarla a Nueva York», contaba al 'Heraldo de Aragón' el recién llegado, «un mozo espigado, sonriente… Recuerda a Lindberg en la figura y viste con natural distinción», le pintaba el crítico taurino Juan Gallardo, implacable sin embargo con la, al parecer, pobre faena del americano en el cuarto novillo de la lidia. «La media estocada fue puesta desde el propio Broadway», se adornó el cronista.
Fuera de las plazas, Franklin tenía con quien comer, beber, viajar y asistir a veladas de boxeo. Había conocido a Ernest Hemingway. Absorto por la cultura de los toros, el escritor se encontraba inmerso en 'Muerte en la tarde', su ensayo sobre la tauromaquia. Congeniaron tan bien que el de Illinois lo retrató en un pasaje con franca admiración: «Franklin es valiente con un valor frío, sereno e inteligente... De los toreros actuales es uno de los que maneja la muleta con más habilidad, elegancia y lentitud. Se nota que sus compañeros le respetan», dejó escrito el autor de 'El viejo y el mar'.
Personal
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Origen Nació en 1903 en Park Slove (Brooklyn, Nueva York) con el nombre de Sidney Frumkin como uno de los diez hijos de una pareja de judíos ortodoxos emigrados de Rusia.
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Alternativa La tomó el 18 de julio de 1945 en la plaza de Las Ventas.
Lejos de interrumpir su relación, la Guerra Civil española les unió aún más. 'El Yanki', como también le conocían al diestro, hizo las veces de asistentes de Hemingway en su trabajo como guionista de 'Tierra de España', el estremecedor documental norteamericano sobre la contienda nacional. «En esa época, Sidney era un tipo muy popular y querido. No solo en las altas esferas, también entre la gente humilde. De hecho, cuando Hemingway y él viajan juntos por los pueblos buscando escenarios, los aldeanos se les acercaban y siempre era para ver de cerca al torero», afirma Paul. «Fue un amor recíproco. Él adoraba España y a los españoles. De hecho, aprendió castellano, catalán y caló», asegura Paul.
Nunca pudo ver cumplido su sueño de organizar una tienta en la Gran Manzana. Se conformó con interpretarse a sí mismo en 'The Kid From Spain', junto a Eddie Cantor, la película que hizo Hollywood, un lugar que frecuentaba y en el que conoció a James Dean y a Paulette Goddard. En 1945 tomaba la alternativa en Madrid pero a partir de ese momento actuaría más en México, donde apadrinó a otro estadounidense, Baron Clements, y escribió su autobiografía 'Bullfighter of Brooklyn'.
Sin embargo, antes de su regreso definitivo a Nueva York –donde falleció en una residencia de ancianos, en abril de 1976–, abrió una escuela de toreo en Sevilla y una cafetería, y pasó varios meses encarcelado por traer un coche del extranjero sin documentación. «A diferencia de otros homosexuales de la época, que intentaron encajar en los moldes sociales de la época casándose con mujeres y desempeñando trabajos masculinos tradicionales, Franklin hizo su camino sin someterse a nada de eso», valora Miller.
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