La ciudad de la dinastía Kim
Pionyang inaugura una urbe junto al monte sagrado de Paektu. Los detractores del régimen dicen que ha sido construida por esclavos
Con muchas dosis de triunfalismo y grandilocuencia, ha nacido una nueva ciudad, Samjiyon (Corea del Norte), «el epítome de la civilización moderna». El régimen de Pionyang se jacta de haber parido una urbe de la nada, lo cual no es del todo verdad, pues antes de la irrupción de los modernos edificios se alzaban otros maltrechos que han sido demolidos o remozados. ¿Cuál es el problema de la iniciativa? Que los detractores de Kim Jong-un alegan que Samjiyon ha sido levantada por trabajadores forzosos.
En un país tan hermético como Corea del Norte es difícil discernir entre los verdaderos logros y la propaganda oficial. Los medios estatales del país asiático aseguran con orgullo que el proyecto urbanístico acoge a 4.000 familias y está de dotado de una pista de esquí, apartamentos, hoteles e infraestructuras comerciales, culturales y sanitarias. Comprobar la veracidad de estas afirmaciones es una tarea ardua, dado que nadie sabe exactamente lo que se cuece en el interior del país. Hasta los propios funcionarios de la ONU ignoran la realidad del estado comunista, dado que la libertad de movimientos está muy restringida.
Los edificios de Samjiyon se asoman junto al monte sagrado Paektu, cuna legendaria de la nación coreana. Cada año, unos 100.000 norcoreanos peregrinan al monte Paektu en viajes de estudio para conocer un lugar nimbado de un halo revolucionario. Pese a que el líder Kim Jong-un ha cortado la cinta roja de la inauguración, el proyecto aún está por culminar. Aún falta una tercera fase que ha de concluir en 2021.
El Gobierno norcoreano ha gastado sumas ingentes para reconstruir una ciudad que tiene un gran valor simbólico. Por de pronto, es la capital de un condado fronterizo con China, y, lo que es más importante, es el lugar que vio nacer a Kim Jong-il, padre del actual dirigente de la nación y jefe supremo del Ejército del Pueblo. De hacer caso a la prensa oficial, la ciudad sería una excepción en un país donde campa a sus anchas el hambre, el suministro eléctrico es maltrecho y el agua corriente escasea.
La ciudad es una loa a la revolución que dio origen a la actual dinastía de dictadores. Aparte de un museo sobre el movimiento que se tradujo en el nacimiento del régimen y de un estadio para deportes de invierno, la urbe incluye una nueva línea de ferrocarril hasta Hyesan, 10.000 viviendas y una fábrica de tratamiento de arándanos y patatas, dos de los productos más comunes que se cultivan en la zona.
En su contexto
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25 millones de habitantes es la población de Corea del Norte. Pionyang, su capital, tiene unos 3, 3 millones.
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1,21 millones de soldados integran su ejército, el cuarto mayor del mundo, tras China, EE UU e India. Otros 9,5 millones están en la reserva.
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Pobreza extrema. Corea del Norte ha vivido siempre bajo regímenes dictatoriales de la misma saga. Ni su actual líder, Kim Jong-un, ni sus predecesores, han sacado al país de la extrema pobreza: 600 euros de PIB per cápita (el de España es de 26.000) y 180 economía mundial de un total de 196.
Kim Jong-un se ha tomado la construcción de esta urbe como un empeño personal que ejemplifica la «utopía socialista». Hace tres semanaS, el líder norcoreano apareció a horcajadas de un caballo blanco cuidadosamente enjaezado. No era una extravagancia más de un régimen tan exótico como autoritario. Y es que cada vez que se ha plantado en el monte Paektu, Kim Jong-un ha hecho un anuncio relevante para el destino de la nación. En 2013 hizo acto de presencia para comunicar la defenestración de su tío Jang Song-thaek. En diciembre de 2017 viajó al lugar para dar a conocer el deshielo en las relaciones con Seúl y Washington. El año pasado subió el escarpado camino junto al presidente surcoreano, Moon Jae-in, durante lo que fue calificado como una «visita histórica».
«Es una inauguración a medias diseñada para elevar la moral e incentivar el turismo», dice un periodista
La inversión que ha exigido la erección de la urbe es el secreto mejor guardado. Las grúas comenzaron a hacer su trabajo en el peor momento, cuando Corea del Norte estaba sometida a duras sanciones por su afán de avanzar en la carrera armamentística, cuyos hitos se van plasmando cada cierto tiempo en el lanzamiento de misiles. La semana pasada despegaron dos proyectiles de corto alcance desde la costa este. El mensaje es claro: Pionyang no renuncia a sus ensayos en materia de armamento pese a que Donald Trump sigue confiando en Kim Jong-un.
«Las imágenes por satélite muestran muchas construcciones planificadas, como el hotel alrededor de la pista de esquí, que no está terminado. Tampoco hemos visto todavía autobuses que comuniquen al pueblo con el exterior», dijo a la BBC Colin Zwirko, periodista de la web de noticias NK News, con sede en Seúl. «A mí me parece que esto es como una inauguración a medias, diseñada para elevar la moral, y quizás recuperar algún dinero a través de un turismo de pequeña escala durante el invierno», apostilla.
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