Bici, piscina y amigos en Viana de Cega
Los veranos en el pueblo vallisoletano eran días interminables. Las fiestas de Santiago Apóstol significaban el momento álgido, con especial recuerdo a las noches de acampada
El verano que yo nací, allá por julio de 1969, apenas una semana después de pisar el hombre la luna por primera vez, mis padres ya residían en Viana de Cega. Pasaban su primer verano en una casa a medio construir, la ilusión de mis abuelos, Juan José y Aurora, en una amplia parcela del Coto del Cardiel, una urbanización entre pinares que daba sus primeros pasos. Se cumplen justo 50 años de todo aquello.
Ese fue el inicio de mis veranos allí. Todos los de mi infancia, adolescencia y juventud. El trabajo de mi padre apenas permitía, por economía, su actividad y negocio en esa época del año, veranear en la playa, salvo contadas excepciones. Quina se llamaba la perra de caza con la que compartíamos veranos una extensa familia que llegó a ser hasta de quince personas: abuelos, primos, tíos y hermana incluidos.
Cuando El Norte de Castilla me empujó a que me atreviera a hablar de mis recuerdos de verano, no dudé en hacerlo, porque todos, o casi todos, son agradables. Los veranos del Coto del Cardiel fueron veranos de piscina, de bicicleta, de bocadillos en la merienda –cada verano más grandes hasta llegar a ser de barra–, de pandilla de más de 50 amigos, todos juntos. Eran días interminables. Salías de casa bien pronto por la mañana, en chanclas y montado en tu bici, sin camiseta ni toalla. Apenas había tiempo para volver a casa a la hora de comer para salir de nuevo y regresar, ya de anochecida, para cenar e intentar volver a salir. Recuerdo las horas que pasaba mi padre tumbado en su hamaca, al fresco, mirando las estrellas, cada noche al regresar de trabajar agotado.
Íbamos a pescar al río Cega, a hacer 'nada' a Icona, que es como llamábamos al área recreativa. En esos veranos del Coto del Cardiel comenzó mi pasión por el baloncesto. Primero, en la pista improvisada de 'mini' de la familia Carrasco, a la vez que la cancha de baloncesto de la urbanización. Allí organicé durante muchos veranos un torneo de baloncesto a la par que mi amigo Carlos Hernández hacía lo propio con el de 'futbito', para llenar de alegría, griterío, emoción, camaradería y baloncesto las pistas deportivas junto a la gran piscina 'olímpica' del Coto. Más adelante, ampliando amistades, tuve el privilegio de poder jugar en la pista del chalet de la familia Viloria, allí donde se jugaba al baloncesto auténtico 3 por 3, costumbre y tradición que aún hoy, las nuevas generaciones mantienen viva.
Las fiestas eran el momento álgido de cada verano, entorno al día de Santiago Apóstol, con especial recuerdo para las noches de tienda de campaña en torno a la locura de las 24 horas de natación que alguien ideó algún día y que todos esperábamos que llegara cada año para ser mayores una noche todos juntos. Las fiestas de Información también suponen un halo de melancolía en estos momentos. Años después llegarían los primeros bailes, los éxitos de Mecano, los 'agarrados', los primeros besos. ¡Esos sí eran veranos y vacaciones!
Con mayor edad y libertad, ya podíamos ir solos al pueblo, a Viana. De allí recuerdo los futbolines, las Repiso, el estanco, el Pájaro, la Casa, junto a la estación de trenes, la Jaula y la cabina de teléfono, donde tantas tardes había que acudir para poder comunicar con algún amigo y poder escuchar su voz, todo ello frente a la lechería donde de pequeño había que ir cuando caía la tarde para comprar un litro de leche fresca recién ordeñada.
Mucho me he pensado en citar el peor momento de los vividos en los veranos de Viana de Cega en un texto de tan buenos recuerdos, pero creo que no sería justo si no lo hiciera. Sin duda, los días más amargos fueron los de la desaparición y búsqueda de Leticia Lebrato. Jamás saldrán esos recuerdos de mi memoria. Envío un abrazo muy fuerte a toda su familia, a sus padres, hermanos y a mi querido Pablo, y maldigo al malnacido que la asesinó y nos la quitó de nuestro entorno.