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Luis Gómez
Jueves, 3 de noviembre 2016, 18:57
La moda gallega llevaba años a punto de caramelo hasta que se le han empezado a descubrir las costuras. El definitivo cierre de Caramelo, la empresa propiedad de Manuel Jove desde 2008, solo es la punta del iceberg. Galicia, la comunidad colonizada por el emporio de Amancio Ortega, vive en una encrucijada. Firmas que lo fueron todo en los ochenta, como Adolfo Domínguez y Roberto Verino, se asoman al filo del precipicio con anuncios de cierres de tiendas y recortes de plantillas.Renovarse o morir de éxito. En este cruce de caminos, Galicia continúa siendo paradójicamente uno de los territorios más fértiles y vivero de algunas de las propuestas creativas más prometedoras del país. Para añadir mayor picante a este jeroglífico, Bimba&Lola, firma familiar impulsada por las sobrinas del modisto que patentó el lema de que la arruga es bella, sigue protagonizando uno de los fenómenos de moda con ventas espectaculares.
Sin embargo, ¿qué tiene Galicia para, después de recoger el testigo textil de Cataluña, empezar a mostrar signos tan preocupantes de debilidad? El sector rápidamente ha cerrado filas. Si bien ha lamentado la desaparición de una de sus etiquetas más emblemáticas, empresas y trabajadores han hecho piña y defendido que se trata de un «caso puntual» y que la industria «aguanta» sin complicaciones. Esgrimen que el año pasado volvió a configurarse de nuevo como la primera comunidad de España en ventas de moda al exterior, con un 38% de las operaciones con el extranjero, por delante de Cataluña (30%). Y apostillan que la industria textil no vive únicamente de Inditex, aunque, evidentemente, ejerce de indiscutible tractor. Defienden que funcionan más de 250 sociedades con marca propia, como Florentino, Purificación García, Alba Conde, Nanos o Pili Carrera.
Ayudas multimillonarias
Los números, sin embargo, parecen contradecir esta sensación. Tras sucesivos relevos en la dirección, un concurso de acreedores y muchos despidos, Caramelo ha entregado la cuchara y dejado en la calle a 170 empleados. Una herida considerable para una compañía que llegó a contar con más de 800 trabajadores y enarboló la bandera del diseño y la vanguardia con trajes que estilizaron las siluetas masculinas. Su cierre llama poderosamente la atención porque la empresa estaba en manos de uno de los mayores emporios inmobiliarios de España Jove es el primer accionista del BBVA y recibió además ingentes ayudas de la Administración pública más de 30 millones de euros de la Xunta para intentar reflotarla. Nada se sabe del paradero de esas subvenciones. El Gobierno de Alberto Núñez Feijóo no ha escatimado medios en el intento de rescate de algunos emblemas de su industria con inyecciones multimillonarias, pero con pésimos resultados:Pescanova, Pórtico, un sinfín de empresa navales... Y,ahora, Caramelo.
La moda española es víctima de la crisis económica y, sobre todo, de la incapacidad de los modistos para hacer frente a sus responsabilidades empresariales. Hay ejemplos para dar y tomar.El vitoriano ModestoLomba cerró su taller de Madrid y hace pocos días confirmaba que piensa ampliar su actividad al mundo del interiorismo, visto lo difícil que se ha puesto la moda. Victorio&Lucchino se declaró en quiebra, a Adolfo Domínguez no le quedó más remedio que cerrar casi medio centenar de tiendas y el santanderino de origen alemán Ángel Schlesser ha dejado la dirección creativa de la casa que fundó en 1984.
Esta etiqueta ejemplifica el problema de fondo que atenaza a la industria española, incapaz de advertir el tsunami que se le avecinó en 2008. Se entregó en los años de gloria a un frenesí de aperturas sin calcular los riesgos. Para rebajar costes, optó por deslocalizar la producción y trasladar sus talleres a Asia en busca de mano de obra barata. La operación ha hecho aguas por todos los costados. La firma se quedó a medio camino entre el mundo low cost y el universo del lujo; es decir, en la más absoluta indefinición, lo que le ha llevado a quedarse en tierra de nadie y perder sus señas de identidad.
La patronal intenta coser las heridas para salir adelante. Cuenta con el apoyo de los sindicatos, que le han visto las orejas al lobo: «El sector no va a caer más bajo de lo que ha caído», razonan, pero todos son conscientes de que la recuperación solo será posible «cuando la gente esté en disposición de gastar» y se obvien errores como los cometidos por la que un día fue enseña del diseño gallego.
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