La novia errante
Después de poner fin a un matrimonio de 19 años, Clara Herrera ha recorrido Texas retratándose con su traje de novia. «Me he casado de nuevo conmigo misma»
carlos benito
Lunes, 11 de abril 2016, 20:26
Cuando Clara Herrera decidió divorciarse, después de diecinueve años de matrimonio, se dio cuenta de que pasar página iba a ser todavía más difícil de lo esperado. La profesora texana se sometió a las «sesiones de tortura» de la terapia, empezó incontables diarios, se entregó al ejercicio físico, pero los fantasmas del pasado y los del futuro recién cancelado seguían arruinando su presente. Fue entonces cuando se acordó de su traje de novia, el precioso vestido que buscó por tres ciudades y que, muerto su padre, le compró su hermano mayor. «Significaba mucho para mí cuando estaba casada explica a este periódico porque soy desesperadamente romántica, además de católica e hispana. El matrimonio lo era todo en mi educación. Me entristecí al darme cuenta de que mis hijas no querrían llevar el vestido de un matrimonio fracasado».
El traje estaba en el ático de su casa de Austin, primorosamente guardado dentro de una caja dorada con el letrero Acid Neutral, el tipo de cartón empleado para que el tejido no amarillee con el tiempo. Y, al desempaquetarlo, brotó la idea: «Quería volver a mirarlo con alegría gracias a algún tipo de metamorfosis, devolver la vida al vestido y a mí misma con una nueva clase de amor. El traje me ayudaría a casarme de nuevo conmigo misma, a amarme a mí misma otra vez y recuperar mi propio ser», relata. Sus tres hijos, muy conscientes de que su madre es una persona de ocurrencias originales, la apoyaron de inmediato: ahí nació Acid Neutral, el proyecto artístico que ha llevado a Clara a retratarse, vestida de novia, por distintos rincones de Texas e incluso en el Monumento a Washington, el icónico obelisco de la capital federal. «Aparentemente son fotos divertidas, pero tienen un significado más hondo, porque me voy transformando en mí misma ante los ojos del mundo entero».
El vestido, pensado para ser lucido una sola vez en unas circunstancias muy concretas, acabó recorriendo los entornos más inverosímiles. Clara, de hecho, se acostumbró a llevarlo en la parte trasera de su pickup, envuelto de manera poco ceremoniosa en una bolsa de basura perfumada. A lo largo de las noventa imágenes de la serie, se la puede ver, blanca y radiante, en una celebración de drag queens, en el estadio del equipo de béisbol Round Rock Express, levantando mancuernas en el gimnasio, visitando a una amiga enferma de esclerosis lateral amiotrófica o en diversos entornos relacionados con su biografía, como los campos salpicados de enormes balas de heno donde solía jugar de niña. «Me olvidé de que ya tenía 45 años y pensé que podía trepar con facilidad a uno de los fardos, pero tuvieron que ayudarme mis dos hijos mayores y acabé con un montón de arañazos», se ríe, recordándose a horcajadas sobre la paja, «como un cowboy de rodeo que trata de mantenerse en equilibrio sobre el toro».
Los girasoles y el burro
También hubo momentos de gran complejidad emocional. Su hija mayor, Rachael, que ha tomado la mayor parte de las fotos, le propuso hacer el viaje de cinco horas para posar junto a la tumba del padre, Arturo, el hombre que en su momento no pudo acompañarla al altar. No era la primera vez que las visitas a su sepultura tomaban rumbos inesperados en otras ocasiones habían llevado pollo frito, para compartirlo con el difunto, pero Clara tuvo sus dudas ante las implicaciones macabras de vestirse de novia en un cementerio. Al final, se dijo que esa combinación de vida y muerte encajaba de alguna manera en su herencia cultural mexicana: «Compramos copas de champán y brindamos con él. Le dije: Te quiero, papá. Hice lo que pude, pero no pude lo suficiente. Es hora de seguir adelante. No lloré, pero sentí que mi padre lo sabía y que era el cierre de algo».
En la última foto de la serie, la única en color, Clara aparece liberada, vestida de rojo, con el traje de novia tirado en medio de una tierra de girasoles. Tuvieron que conducir diez horas desde Austin para llegar a ese escenario que se ajustaba a su idea de un renacer triunfante, pese al burro que protestaba con rebuznos cerriles desde una parcela vecina. «El mundo me ha visto casarme con mi nueva vida, y sé que este matrimonio nunca acabará», concluye la protagonista, que realmente ha experimentado una metamorfosis en el proceso: «Antes, durante más de dos décadas, dudaba de mis inquietudes artísticas y literarias. Existían solo en mi cabeza. Ahora dibujo, pinto, escribo: estoy preparando un libro con pistas para que las mujeres se recuperen tras un divorcio, dos obras de ficción para niños y una novela policiaca. Es como si todo estuviese saliendo a borbotones de mi cerebro, buscando la libertad».