«Valencia es un escenario de guerra»
Aitor Romero partió de Segovia con un coche lleno de medicamentos y productos y muchas ganas de ayudar. Cuando llegó al epicentro de la tragedia de la DANA, no daba crédito
Desde un primer momento supo que tenía que estar allí y no paró hasta conseguirlo. «Lo hago porque sale de mí y porque necesito ayudar. Peor es quedarse en casa viendo la tele, sin poder hacer nada. Mi madre me dijo que lo pensara, que esto me obligaba a cerrar el negocio dos días y verdaderamente no me sobra el dinero, pero puedo echar una mano y sé que allí me necesitan. Siempre he creído que debemos tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros. Y en este caso es así».
Aitor Romero (Ávila, 1980) estuvo el pasado fin se semana en Valencia, en el epicentro de la tragedia causada por la riada. Partió de Segovia con otros dos compañeros y un vehículo cargado de medicamentos, alimentos, agua mineral, geles hidroalcohólicos y productos de limpieza. En Madrid se unieron a un grupo de siete voluntarios que llevaban más cosas, y juntos arribaron a los pueblos arrasados por la fuerza inmisericorde del agua. «Según llegamos, nos pusimos a repartir alimentos, comida, todo lo que llevábamos». Será difícil que olvide la impresión. «Cuando llegamos al primer pueblo, vimos todo devastado, todo arrasado. Lo único que hay allí es fango, fango por todas partes, todo el mundo con botas, todo derruido, todo vacío porque no hay nada. Se lo ha llevado la riada. Y mucha gente sin saber cómo actuar, cómo hacer, cómo organizarse».
Las imágenes que días antes había visto en el programa 'Horizonte', que dirige y presenta Iker Jiménez, lo empujaron a viajar a Valencia, pero lo que se ve por televisión se queda corto. «Una cosa es lo que nosotros vemos desde fuera, a través del televisor, y otra muy distinta lo que verdaderamente hay allí: setenta pueblos arrasados, una barbaridad. Nadie se lo puede imaginar. Solo pisando el terreno puedes hacerte una idea de lo que ha ocurrido. Es algo exagerado, difícil de explicar con palabras. Si no estás allí, no te lo puedes imaginar. Hay zonas llanas completamente asoladas, polígonos industriales arrasados, los coches volcados, los camiones empotrados en las casas... En fin, trágico».
Junto a otros voluntarios, Aitor estuvo en Massanasa, en Paiporta... «Es que no recuerdo ni el nombre de todos los pueblos que recorrimos, porque íbamos donde nos decían, donde hacíamos falta. Éramos muchos voluntarios; había voluntarios por todos lados, pero muy poca coordinación. Es lo que falta, coordinación. Hay policías, pero están ahí para vigilar que no haya robos, que no haya pillaje, no para coordinar voluntarios. Los bomberos también tienen mucho trabajo que hacer. Y todo el mundo hace lo que buenamente puede. Los voluntarios limpian calles, suben comida a las casas, hacen lo que pueden».
Y eso es lo que hicieron Aitor y los suyos. Lo que pudieron. Lo que les salía. «Llegamos con la ayuda y nos pusimos a repartir. Uno de los que venían con nosotros consiguió un salvoconducto y esto nos permitió entrar en los pueblos de una manera más fácil porque no todo el mundo puede acceder ahora mismo a esos pueblos. Como llevábamos coches todoterreno, pudimos circular por distintos sitios. Y conseguimos llegar a la gente que lo necesitaba. Allí hay puntos de entrega y recogida donde puedes dejar la ayuda que lleves, pero no siempre es sencillo para los vecinos poder acceder a esos puestos. Es complicado andar por las calles, moverse por el fango. Está todo lleno de barro, de muebles, de bicicletas, coches, motos, es un caos, un auténtico escenario de guerra».
«Siempre he creído que debemos tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros»
Cuando iban a una casa y dejaban alimentos o medicinas, el agradecimiento y el afecto que recibían por parte de los damnificados eran infinitos. «Llamábamos casa por casa y dejábamos lo que nos pedían. La gente estaba superagradecida porque se siente realmente abandonada. Les han dejado solos. Esa es la realidad. Y da igual el partido político, si es rojo, azul o amarillo. Tengas las ideas que tengas, te das cuenta de que el abandono es culpa de todos, porque todos tenían que haber arrimado el hombro desde el principio», razona Aitor, que ya piensa en un nuevo desplazamiento para seguir arrimando el hombro. «Iré el próximo fin de semana. ¿Con quién y con qué? Todavía no lo sé. No me importa si tengo que ir yo solo. En cuanto a lo que tenga que llevar, las necesidades cambian. Cuando bajamos el otro día, las principales necesidades eran de productos de limpieza e higiene, fundamentalmente, porque agua mineral y leche había mucha en los puestos. Ahora ya se han limpiado muchas zonas y hay que empezar a reconstruir. Cuando vuelva a ir, el próximo fin de semana, las necesidades serán otras. En principio, he pensado que voy a llevar balones. Mi hijo juega al fútbol y el otro día vi muchos balones perdidos, llenos de barro. Creo que a los chicos les van a venir muy bien».
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El dolor por las víctimas de la catástrofe está en el ambiente, aunque la gente lucha por salir adelante. «No hay un duelo total, absoluto. La pesadumbre por los fallecidos terminará por llegar, pero ahora mismo los vecinos dan gracias porque están vivos y hay que luchar por salir adelante. También se encuentran muy arropados, porque ven que la ayuda llega. Veremos dentro de dos meses cuánta gente permanece allí. Por delante hay una reconstrucción de años».
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