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Otro comercio local que se extingue. Y de los más arraigados. Con casi cuatro decenios de atención al público a sus espaldas, Deportes Miguel Ángel echa el cierre. Su dueño, Miguel Ángel Arroyo (Segovia, 1961), que tantos partidos defendiera la meta de la Gimnástica Segoviana allá en los ochenta, adelanta un año la jubilación para dejar atrás una vida ligada al fútbol, al deporte segoviano y a la esencia de los negocios de barrio. «Empecé en 1986, treinta y ocho años va a hacer, en otro local situado en este mismo paseo de Ezequiel González, unos números más abajo. A los cuatro años me trasladé aquí, frente a la estación de autobuses», recuerda.
La trayectoria profesional de Miguel Ángel no se entiende sin el fútbol. Figura indiscutible de la Gimnástica, la popularidad le facilitó las cosas en los comienzos del negocio. «Del Acueducto pasé a la Segoviana en el 79 o el 80, y en la Segoviana estuve diez o doce años, aunque hubo dos temporadas que me fui con Minguela al Whisky DYC, cuando subió a Tercera. Después regresé a la Segoviana y en ella me retiré. Abrí la tienda en el 86, y los primeros años los compatibilicé con el fútbol. Fue una época muy bonita».
Aquella Gimnástica todavía está en el corazón de los buenos aficionados: Miguel Ángel Arroyo, Cid, Arganda, Rey, Ruper, Ríos, Carbonell, Aguiar, Simón, Gabi... Y en el banquillo, entrenadores tan reconocibles como Emilio Cruz o 'Cacho' Enderiz. «Jugábamos de azul celeste; nos llamaban los pitufos... Éramos un equipo de calidad, la mayoría integrado por jugadores de Madrid. De Segovia solo éramos Gabi, Frías y yo, así que entrenábamos en Madrid tres días a la semana. Aquella Tercera División tenía un nivel equiparable a la actual Segunda», asegura.
A los treinta y dos años colgó las botas para centrarse en el negocio, aunque su vínculo con el deporte activo nunca se rompió. Deportes Miguel Ángel ha sido siempre más que un comercio. Hasta la crisis de 2008 todo fue prosperidad. «Nos defendimos muy bien trabajando con los clubes de la provincia, incluida la Gimnástica. Después, las marcas empezaron a vender directamente a los equipos, y a las tiendas nos dejaron de lado». La irrupción de internet cambió las reglas del juego. «Hoy cogemos el teléfono, tecleamos unos números y al día siguiente tenemos el producto en casa. Eso nos ha hecho más daño que las grandes superficies comerciales, pero a las tiendas de deportes y a los negocios tradicionales en general», se lamenta.
Miguel Ángel capeó el temporal como pudo, mientras otros negocios similares desaparecían ante el empuje de las franquicias y la venta 'on-line'. «Cuando empecé, éramos dieciséis tiendas en Segovia, que recuerde. Ahora somos muy pocos, la mayoría franquicias». La competencia y los nuevos hábitos de consumo han ido apagado el brillo de los negocios tradicionales, pero él siempre procuró mantener la esencia: cercanía y pasión por el deporte.
Su compromiso con la Gimnástica también trascendió el terreno de juego. Fue colaborador y directivo bajo las presidencias de José Soriano y Jesús Tovar, y ahora sigue acudiendo a La Albuera como aficionado de a pie. «Fue otra etapa bonita. Hicimos muchos kilómetros y salió medio bien. Por lo menos, sacamos el club a flote y no desapareció. La Segoviana siempre sale a flote, de una manera o de otra». El fútbol ha cambiado mucho desde sus días de jugador. «Teníamos que lavarnos nuestra propia ropa y cobrábamos en efectivo al final de cada partido. Hoy el deporte se ha profesionalizado, y ya el 90% de los jugadores de estas categorías se dedica exclusivamente a él».
La tienda de Miguel Ángel no solo ha vendido ropa y material deportivo. También ha sido punto de encuentro y lugar de interminables tertulias balompédicas. «Venían Juanjo Martín, Castrillo, Bellota, Alfredo Martínez, el propio Emilio Cruz... Nos metíamos en la trastienda y... ¡a hablar de fútbol! Lo más bonito del deporte son las amistades que haces. Tengo amigos en todas partes».
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Dos meses le quedan de estar detrás del mostrador. Luego, a descansar, que merecido lo tiene. «Me da muchísima pena dejar la tienda, pero tengo sesenta y cuatro años, cuarenta y ocho cotizados, y necesito descanso. Por las mañanas estoy bien, pero el horario de tarde me cuesta». Sus hijos han tomado otros caminos y no hay relevo generacional posible. «Antes era más habitual que los negocios pasaran de padres a hijos, pero ahora se estudia y nadie quiere tirar del carro». Los clientes, por su parte, echarán de menos la cercanía de Miguel Ángel, el saludo cotidiano que va más allá de la mera compra...
Deportes Miguel Ángel cierra y su historia quedará en la memoria colectiva, como lo hicieron los partidos estivales contra el Atlético de Madrid. «Eran un verdadero acontecimiento», recuerda mientras muestra una foto de aquellos días luminosos.
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