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Retrato de Sigisbert Hugo, el general que se adueñó de los uniformes del Tercio de Cuéllar. El Norte

El Tercio de Cuéllar: el ejército que nunca luchó

CUÉLLAR ·

La Junta cuellarana formó en 1808 una unidad militar propia de 500 efectivos que finalmente no llegó a luchar contra Napoleón

JOSÉ RAMÓN CRIADO MIGUEL

Domingo, 24 de enero 2021, 18:10

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Aquel otoño de 1808 era incierto ante lo que el futuro depararía. Después de su derrota en Bailén en el verano, los franceses se habían retirado a la línea del Ebro. Pero se sabía que volverían y que lo harían con lo mejor de las tropas y con Napoleón a la cabeza. Las autoridades españolas surgidas del vacío de poder por el secuestro de los reyes, las Juntas, comenzaron a tomar medidas destinadas a organizar la defensa.

Desde el levantamiento del 2 de mayo en Madrid, Cuéllar había vivido expectante las noticias que llegaron respecto a la toma de Segovia, el 7 de junio, y de los acontecimientos más próximos en Valladolid. Las autoridades llamaban a una movilización general de todos los vecinos útiles para el servicio. Se distribuirían las armas disponibles entre ellos y se organizarían en compañías, tercios o batallones. Es en este contexto cuando surge el denominado Tercio de Cuéllar, como unidad militar, organizada por la denominada Junta Local de Armamento, subalterna de la de Segovia, a cuya cabeza estuvo el alcalde mayor Manuel Antonio Gómez, un abogado al servicio del duque de Alburquerque en sus señoríos.

La Junta cuellarana empeñó todo su esfuerzo, entre septiembre y noviembre, en crear una unidad militar propia y reclutada entre los varones del partido de Cuéllar, a uniformarla y a armarla. Se buscaron los medios para sufragar los gastos que su dotación conllevaba, aprovechado los fondos y arbitrios que fueron necesarios, fomentando los donativos, previéndose requisar la plata de las parroquias de la Tierra.

Se tomó como referente en la organización al Regimiento Provincial de Segovia, cuerpo creado en 1766 y compuesto enteramente por soldados reclutados en la provincia que, aunque era un ejército de reserva, había participado en la guerra contra Francia en 1793. Se contó con la experiencia de los veteranos de esa campaña para los cargos de suboficiales del Tercio, reservando los mandos superiores para los miembros del estado noble de la villa.

En cuanto al contingente de fuerzas del Tercio, Gómez contó hasta 500 plazas de infantería porque no daría para más; esto supondría unas cinco compañías. Al mando de una de esas compañías el alcalde puso a su hermano, Juan Gómez. Se solicitó al general Cuesta, capitán general de Castilla la Vieja, que el Tercio de Cuéllar sirviera a las órdenes del duque de Alburquerque, don José María de la Cueva y de la Cerda, señor de la villa, habida cuenta de que este era militar de carrera. El duque, como general, mandaría importantes cuerpos de ejército durante el primer año y medio del conflicto y participó en la batalla de Medellín. Salvó además, en la retirada de las tropas españolas en Andalucía, una importante parte de los soldados que dirigió para ponerlos a salvo, in extremis, en la ciudad de Cádiz.

Llegado el momento de su intervención como unidad de combate, el Tercio aún no estaba preparado, pero sus uniformes sí. Era prioritario para los ejércitos de la época que el uniforme tuviera colores que se vieran bien, para impresionar al enemigo con sus formaciones en el campo de batalla. Si en esto también se imitó al Provincial de Segovia, se optaría por el blanco, con la pechera en rojo. Pero de esto no queda constancia, pues la documentación comprometida se hacía desaparecer por los vaivenes del conflicto. Sin embargo, la prueba irrefutable de que los uniformes se confeccionaron es el hallazgo en diferentes campos de batalla de la península, incluso se dice que también en Rusia, de botones metálicos con la inscripción 'Tercio de Cuéllar'. Los botones planos y más grandes, de la pechera, y los más pequeños y convexos, de la bocamanga de las guerreras. Como se esperaba, Napoleón volvió a España en noviembre de 1808. Desmanteló el dispositivo de las tropas españolas y marchó sobre Madrid venciendo el último obstáculo en Somosierra con la carga de la caballería polaca contra las baterías españolas, ordenada por el emperador el día 30 desde Cerezo de Abajo.

El camino hacia la capital quedaba libre. Con los franceses tan cerca, Manuel Antonio Gómez, el alcalde mayor de Cuéllar, decidió huir camino de Ledesma (Salamanca), donde antes había sido corregidor del duque. Antes, creía haber dejado escondidos y a buen recaudo el armamento y el vestuario del Tercio. Desde Salamanca propuso un plan para regresar a recuperarlos. Demostrado el patriotismo de Gómez, el vizconde de Quintanilla, vocal de la Junta Central, auspició aquella ambiciosa misión del alcalde para sacar de Cuéllar a los 500 hombres del Tercio o, en el peor de los casos, recuperar los uniformes y las ochenta arrobas de plata recogidas de las iglesias de la jurisdicción de Cuéllar. Sin embargo, una vez en tierras segovianas, Manuel Antonio Gómez halló un panorama poco favorable a su cometido. El enemigo, informado por los afrancesados, había tenido conocimiento de la existencia del material que quería recuperar y se le habían adelantado. Es aquí donde aparece en escena el general Hugo, militar francés al servicio del rey intruso José Bonaparte.

El secuestro de los uniformes

Sigisbert Hugo, padre del escritor Víctor Hugo, había acompañado al rey José I desde Nápoles a España como militar de su séquito. El monarca le había hecho cargo en el mes de diciembre de 1808 del regimiento Real Extranjero, un cuerpo formado por suizos, valones y franceses represaliados del ejército derrotado en Bailén. Era una unidad de nueva creación y sin el equipamiento necesario para el invierno de la meseta. Hugo había avanzado hacia Villacastín y desde allí recibió la orden de dirigirse a Ávila. Estando en la ciudad de las murallas, en enero de 1809, sus soldados seguían sin esa indumentaria. El general Hugo recoge en sus memorias cómo fue informado, por los que llama partidarios secretos del nuevo orden, de que en Cuéllar, a doce leguas de Ávila, acababan de confeccionar ropa y otros artículos para los voluntarios de esa jurisdicción.

El general francés lo arregló todo para hacerse con ese material. Sería este ejército del general Hugo el que esparciría por ambas Castillas el botón metálico de los uniformes del Tercio de Cuéllar. Esta fue la razón del fracaso de la primera misión del alcalde mayor de Cuéllar. Cuando llegó a la villa los uniformes habían volado. Gómez se estableció en Ciudad Rodrigo y desde allí siguió colaborando como comisario para reanimar los ánimos y activando los alistamientos, cumpliendo siempre las órdenes de la Junta.

En una segunda misión en Cuéllar, Gómez volvió para divulgar las circulares del gobierno y fue cuando entró en contacto, cerca de la villa, con el guerrillero Juan Martín 'El Empecinado'. Sobreviviría Gómez a la guerra y terminaría siendo alcalde del crimen en la Chancillería de Valladolid.

Los avatares del conflicto hicieron que El Empecinado y el general Hugo acabaran enfrentados en tierras de Guadalajara, poniendo allí el general francés algún límite al guerrillero de Castrillo de Duero. En mayo de 1813 el general Hugo entraba en Cuéllar. Venía al mando, en retirada, del último convoy con los ministros, parte del cuerpo diplomático y distinguidas familias de la corte. Se dirigía a Francia con una larga reata de más de 300 carros, acosada por partidas españolas, que prefirió Guadarrama a Somosierra por más seguro. Y desde Segovia a Valladolid, por Escarabajosa y los arenales de Navalmanzano y Sanchonuño, por más secreto. Desde la estancia de las tropas de Wellington, en agosto del año anterior, no se había visto nada igual en Cuéllar durante la guerra.

Al llegar a la villa, el general espoleó su caballo y se adelantó para dirigirse a la casa de un cuellarano, amigo suyo, que le puso al corriente de los peligros que le acechaban si permanecía en Cuéllar. Cuida mucho el general en sus memorias de darnos el nombre del afrancesasado y seguimos sin saber quién era. Hugo difundió la noticia de que estarían en la villa segoviana dos días descansando del duro viaje. Sin embargo, se aprovisionó de forrajes y raciones y, cuando nadie lo esperaba, tocó a generala y dio la orden de proseguir el camino por la noche hacia Tudela, para cruzar el río Duero. Allí le esperaba la escolta de caballería francesa que no se había atrevido a permanecer en Cuéllar. Evitó así ser copado por las partidas de guerrilla que andaban cerca e informadas de los movimientos del convoy. Esta ocasión fue la última en la que los franceses estuvieron en Cuéllar, la Francesada llegaba a su fin.

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