Pastores trashumantes: rostros de un oficio extinguido
La última generación de esta actividad cuenta sus vivencias en un libro publicado por Guillermo Herrero
Son los últimos de la última generación de pastores trashumantes que ha dado la tierra segoviana porque la actividad a la que dedicaron buena parte de sus vidas dejó de existir en los años ochenta. Lo pasaron realmente mal, pero con su trabajo, con su esfuerzo, sostuvieron la economía doméstica de muchas familias. De aquellos años les quedan las vivencias y les gusta que les pregunten por ellas. Como bien dice el autor de 'Rostros de la trashumancia y otras escenas pastoriles', Guillermo Herrero, son hombres verdaderamente sabios, porque, para desempeñar su oficio, necesitaron tener conocimientos en otros muchos campos. «Han sido veterinarios, meteorólogos, buenos cocineros...».
«En Malagón, en cada casa un ladrón, decíamos»
El miedo al lobo estaba siempre presente, en las noches al raso, pero también a los robos. «El lobo nos quitaba el sueño, y lo combatíamos con hogueras, incluso con cohetes, pero también éramos víctimas de los ladrones. Había un pueblo en La Mancha, Malagón, que tenía fama porque siempre nos robaban. Cuando pasábamos por el pueblo con el rebaño, nos quitaban alguna oveja desde la misma puerta de las casas. Así que decíamos: en Malagón, en cada casa un ladrón», afirma Pedro de Pedro, pastor de Martín Miguel, uno de los rostros que protagonizan el libro de Guillermo Herrero.
Pedro recuerda la incomodidad que suponía dormir en los chozos. «Eran pequeños y cabíamos dos, primero entraba uno y después otro. Seis años tendría yo cuando, una noche, cayó una tormenta terrible, grandísima. Mi padre hizo una pequeña cabaña, y allí me resguardé. Pero pasé mucho miedo. El agua entraba por todos los lados y se me metía hasta dentro», señala.
Eran tiempos extremos, de muchos sacrificios. No obstante, a Pedro le gusta rememorarlos: «Bajé varias veces a Vilches, en la provincia de Jaén. La travesía duraba casi veinte días. Recuerdo haber bajado con mi padre y otros. Después, permanecíamos allí, en una finca lejos del pueblo, ocho meses, hasta junio».
Herrero ha reunido los testimonios de una veintena de pastores trashumantes en un tomo que presentó ayer en el salón de plenos de la Diputación, en presencia del presidente de la institución, Francisco Vázquez, y de la diputada de Cultura, Sara Dueñas. Es el resultado del trabajo de cuatro años que empezó como un entretenimiento, aunque «después fue tomando forma de libro». Algunos de los pastores que aportan su testimonio ya no viven, lo que hace aún más valioso el contenido del libro.
«Las jornadas se hacían larguísimas, y entonces no había teléfono... ¡ni internet!
Juan Martín, pastor trashumante de Arcones, recuerda bien la edad que tenía cuando hizo la trashumancia por primera vez. «Tenía doce años. Salimos de Arcones, camino de Vilches, en la provincia de Jaén. Tardamos a pie veintidós días. Cogimos la Cañada Soriana y ¡adelante! Recuerdo que la primera noche la hicimos en Las Campanillas, en San Rafael. Tanto llovió, que la manta todavía estaba húmeda cuando llegué a Jaén. Cruzábamos la sierra e íbamos por Las Rozas, Majadahonda... De aquellos caminos no queda nada. Lo han invadido todo las construcciones modernas», cuenta.
El viejo pastor recuerda bien aquellas jornadas, largas, eternas, aburridas: «Se hacía larguísimo, y entonces no había teléfono... ¡ni internet! La único que podíamos hacer era escribir a los padres, a la novia, a la mujer. Eran ocho meses largos, porque salíamos en octubre y regresábamos en junio. Las mujeres, mientras tanto, quedaban en el pueblo, cuidando el ganado, las tierras, haciendo la matanza... No les faltaba faena. Era mucho sacrificio».
«Es un pequeño homenaje a un oficio con el que estamos un poco en deuda, porque el pastor ha sido quien ha gestionado uno de los activos de la mayor riqueza que ha tenido Segovia a lo largo de su historia, la industria pañera», apunta Herrero. El pastoreo trashumante también ha desaparecido, pero en la memoria de los viejos pastores de Prádena, Arcones o Pedraza queda el recuerdo de agotadoras jornadas a pie, de las malas noches en el chozo, de la amenaza de los lobos, del sufrimiento de las familias que perdían a sus padres durante meses... Juan Martín, Pedro de Pedro y Félix Velasco, pastores octogenarios de Arcones, Martín Miguel y Orejana animaron con sus recuerdos la presentación del libro.
«Un día cayó un rayo y mató a treinta ovejas a la vez»
«Era una vida muy dura, muy esclava, y no quedaba más remedio que acostumbrarse. ¿Que qué comíamos? Sopa, mucha sopa; sopa por la noche y sopa por la mañana», relata Félix Velasco, pastor de Orejana, que llegó a ejercer de veterinario y cocinero en muchas ocasiones, pues era un experto en hacer calderetas. «A las ovejas, cuando se les ponía una nube en un ojo, se les introducía una aguja por la boca, hasta el ojo, y así se lo quitábamos. Una vez, estando ahí, cerca del Chorro de La Granja, cayó un rayo y mató a treinta ovejas a la vez», contó Félix ante un público absorto. «Cuando hacíamos la trashumancia, pasábamos noches durísimas. Dormíamos... cuando nos dejaba el lobo».
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