«Quiero ver a mi madre porque vive, no porque me avisen de que se va a morir»
Miriam confiesa estar «ansiosa y preocupada» por no poder ver apenas a su progenitora, de 87 años y con alzhéimer
Miriam vive con «el corazón en un puño». Aunque reside en Madrid, en los últimos dos años prácticamente ha hecho vida en Riaza, adonde incluso ... se mudó su hermano para estar más cerca de su madre. «La ingresamos en mayo de 2019 en la residencia porque precisamente decían que era un centro abierto para los familiares y siempre hemos estado muy presentes». Su progenitora, de 87 años, padece alzhéimer «muy avanzado». Miriam critica las medidas de limitación de visitas que ha adoptado la residencia Rovira Tarazona porque, en su opinión «vulneran los derechos de la libre circulación», al mismo tiempo que reclama «la adaptación por el deterioro cognitivo grave» de su madre. Y ante todo, alaba y agradece el trabajo «durísimo» del personal de la residencia riazana, aunque discrepe de la gestión de la dirección.
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La pandemia del coronavirus está siendo un calvario para la familia, en vilo por la salud y el bienestar de la anciana. «Tengo una tía de 85 años que su única obsesión es ver a su hermana, a la que no ve desde hace un año», revela Miriam. El estado de alarma ya hizo que las residencias cerraran sus puertas. Entonces centros como el de Riaza se las idearon para facilitar la comunicación entre los residentes y sus allegados a través de llamadas telefónicas o videoconferencias. Miriam apunta que cuando acabaron las limitaciones, con la mejoría epidemiológica, la residencia retomó las visitas presenciales sin tope de tiempo ni número. Pero poco después, «cerró de manera unilateral y estuvimos tres meses sin poder verla, solo por videollamadas».
En octubre, el centro sufrió un brote en el que más del 80% de los internos acabó infectado. «Nadie me llamó para decirme lo que pasaba», se queja Miriam, hasta que le comunicaron que su madre había dado positivo. Recuerda que el 24 de octubre «me llaman para decirme que nos dejan ir a verla porque está al final de la vida». La hija está convencida de que ese encuentro hizo que «mi madre se recuperara» después de un mes en cama con fiebre. «Fue la última en salir de la zona covid» tras el brote. Menos de dos semanas después, a principios de noviembre «volvieron a prohibir las visitas».
Miriam cita un auto del TSJCyL que concluía que los «residentes son ciudadanos como los demás y no con más restricciones». Ese hito hizo que «luchara más por ver a mi madre» y para que se reconozca la adaptación por ser una persona con discapacidad». En menos de tres meses «he pasado de dos visitas a la semana, luego una a la semana y ahora, cada diez o doce días», se lamenta. Una de las últimas veces que estuvo observó que la anciana «llevaba mal puesta la mascarilla y se le metía en al boca, me levanté para ponérsela bien; pero vinieron y me dijeron que no podía estar ahí y suspendieron la visita».
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«Quiero poder ver a mi madre porque vive, no porque me avisen de que se va a morir», reclama Miriam, quien teme que a los mayores como su madre, «si no les mata la covid, les mata la soledad y la tristeza».
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