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Josefina Alfageme y José María González, junto al fisioterapeuta, en la puerta de la residencia de Riaza. El Norte

«Piensa que estoy a tu lado y que no te voy a dejar nunca»

Josefina Alfageme, residente del centro de Riaza, pidió acompañar a su marido José María, «un hombre fuera de serie», hasta su último aliento. Y así fue: «le cerré los ojos»

Domingo, 25 de octubre 2020, 08:21

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José María González comió como cualquier otro día en la residencia de Riaza. «Comía de todo, nunca me dijo que algo no le gustaba», apunta su viuda. Ya estaba enfermo y el coronavirus, por desgracia, se había fijado en él, al igual que lo hizo en otros inquilinos del centro. Josefina Alfageme piensa que el alzhéimer que padecía su marido «le acentuó» la infección. Por su delicado estado de salud, decidieron trasladarlo al Hospital General de Segovia. «El día que le diagnosticaron el coronavirus, y tal como le vi, no le di un beso porque si se lo doy seguro que no deja que se lo llevaran al hospital», confiesa la viuda, quien intuía que el final del hermoso viaje vital que emprendieron juntos hace 42 años, cuando ambos sellaron su unión en matrimonio, se acercaba. Más de media vida juntos y ahora la pandemia les iba a separar.

No. Josefina se rebeló y pidió cumplir hasta el último instante el voto que se prometieron al casarse. En la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe, Su amor no merecía el epílogo que les había preparado el virus La mujer, de 84 años, pidió vivir el último aliento de su marido con él y que le dejaran morir en la residencia riazana que ha sido su hogar en los últimos años. Siempre juntos. «Le decía a José María que la Virgen del Pilar le quería mucho y ese día, el 12 de octubre, falleció a las once y media de la mañana», cuenta con pena Josefina, quien por lo menos «tengo la paz» de haber estado con la persona a la que más ha querido en este mundo hasta que «le cerré los ojos». José María había cumplido 81 años el pasado 5 de mayo.

Ahora, con esa serenidad consternada, o con ese consternación calmada, la viuda reconoce mientras juega con el bolso en las manos no saber qué hacer durante todo el día. Han sido 42 años de «matrimonio muy feliz» y tres más de noviazgo. Inseparables desde que despertaban hasta que se acostaban. Ese vacío de la pérdida de su marido lo intenta llenar de recuerdos de un hombre que «era una gran persona, y no porque lo diga yo, sino porque todos los que le han conocido lo dicen».

Vivir el presente y viajar

En ese álbum de fotos y momentos que se amontonan entre el pesar de la muerte y la paz que le deja el poder haberse despedido, Josefina rescata los viajes que hacían juntos. «Hemos estado en Tierra Santa, en Roma, en Turquía, en Grecia, hemos recorrido creo que toda España...», enumera de carrerilla y a bote pronto. José María decía que «había que vivir el presente y viajar mucho si podíamos pagarlo». En el viaje de novios, alquilaron un coche para ir a Andalucía, donde este profesor tuvo su primer empleo como maestro. Pararon en Jerez –narra la viuda– y él se apeó para consultar un plano. Desde el vehículo, ella veía cómo «un hombre se acercó a José María y le dio un abrazo; quiso llevarnos a su casa, estaba casado, era director de un banco y tenía dos niñas. ¡Con los años que habían pasado, ese hombre le reconoció, había sido alumno suyo!». En aquel reencuentro entre el profesor y el antiguo pupilo, nada más casados, «aquella persona me dijo que si como esposo resultaba ser tan bueno que como profesor, iba a ser muy feliz y sí lo he sido»

No fue aquella la única vez que algún antiguo aprendiz vaticinaba un bonito matrimonio junto al maestro. Ya en Riaza, después de ir a misa y cuando iba a comprar el periódico, Josefina relata que un día su marido le dijo, mientras señalaba a una mujer, que la conocía. Se saludaron con enorme cariño y sí, aquella desconocida también había recibido las lecciones que impartía dentro y fuera de las aulas José María.como cuando salían al campò para dar su magisterio sobre geología.

La «bonita historia de amor» –repite Josefina– que han compartido ambos empezó en el Hospital de La Paz, en Madrid. Ella trabajaba en el servicio de cirugía coronaria. Él visitaba a un hermano al que iban a operar del corazón. «No pasábamos del buenos días hasta que un día me dijo que me dejaba su forma de contacto por si sucedía algo; pero yo no podía decirle nada de que su hermano , que tenía solo 27 años, se estaba muriendo», recuerda. Tras el fatal desenlace, José María la llamaba por teléfono para agradecerle de parte de él y de su madre el trato; «pero no le hacía caso, hasta que mandó una carta y la colocaron en el tablón del anuncios en la que pedía que fuera visitarle». «Desde aquel día que le vi quedé muy prendadita», suspira.

Una bendición del cielo

Tardaron tres años en darse el 'si quiero' porque, pese al ensimismamiento mutuo, a ella le vencía el pudor. «José María era mucho más culto que yo, me invitaba al teatro o me llevaba a la universidad. Él había estudiado Magisterio y Geología y yo había dejado la escuela a los 11 años; pensaba que no podía hacerle feliz, de ahí que estuviéramos tres años sin que yo quisiera casarme», prosigue la viuda, mujer educada por su abuela en la fe. Habla con veneración y admiración de su esposo. «Valía mucho y aprendí mucho de él, ha sido una persona fuera de serie».

Josefina Alfageme junto a Edilberto Leonardo, uno de los párrocos de Riaza. El Norte

«Mi madre murió cuando yo tenía dos años», apunta, por lo que vivió la infancia con su yaya, que «es la que me enseñó a rezar», señala al explicar su honda religiosidad. Esa devoción explica que pidiera «a la Virgen que si me tenía que casar, fuera con una gran persona y que tuviera fe, y José María fue una bendición del cielo, con él ha sido gloria». Al rebuscar en ese álbum de recuerdos, apostilla que «nunca hemos discutido». El matrimonio no tuvo descendencia. Cuando se jubilaron, cambiaron Madrid por su casa en Prado Rivilla, una urbanización cerca de Riaza. El silencioso y cruel alzhéimer minó la resistencia del marido y al final ambos decidieron entrar en la residencia donde han permanecido inseparables hasta que el coronavirus irrumpió en el centro.

«Me levanto, veo la foto y lloro»

«Sabía que iba a estar con él hasta el último momento. Su muerte ha sido muy triste, pero por otro lado también ha sido bonito poder despedirme de él», insiste. En esos últimos días, Josefina le repetía a su amor: «piensa que estoy a tu lado y no te voy a dejar nunca». En el cumplimiento de esta voluntad tienen mucho que ver la dirección de la residencia Rovira Tarazona y la parroquia de Riaza. Uno de los sacerdotes, Edilberto, es quien se ha encargado de hacer posible que el matrimonio estuviera unido hasta el fallecimiento de José María y de resolver las gestiones para satisfacer el anhelo de Josefina de que no muriera solo en el Hospital de Segovia y de acompañar a su marido y maestro hasta su último aliento. Con esa paz que con entereza asegura sentir, pese al amargo momento, la mujer agradece al sacerdote y al personal sanitario del centro residencial «la humanidad demostrada con todos los enfermos y en particular con José María».

Esa fortaleza se tambalea cuando un nuevo día iza su telón y se da cuenta de que él ya no está. «Hay momentos en que me despierto, veo la foto [una que tiene en la mesilla en la que salen ambos y el fisioterapeuta de la residencia] y me pongo a llorar», revela. «Pero eso es lógico, Josefina», la intentan reconfortar quienes la cuidan.

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