Ser joven y vivir en pandemia
Los jóvenes segovianos reconocen que esta situación les afecta mentalmente y echan de menos su vida social y familiar
claudia carrascal
Segovia
Domingo, 21 de febrero 2021, 10:05
El cambio de hábitos y la ausencia de actividad social provocados por la pandemia están haciendo mella en los jóvenes. Se encuentran más solos, con más ansiedad, agobiados y con una creciente sensación de apatía. Las restricciones, la incertidumbre, no ver el final o los problemas para encontrar su primer empleo son algunas de las principales preocupaciones de la población entre 20 y 25 años, según la psicóloga Isabel Criado. Asimismo, asegura que desde que comenzó esta crisis sanitaria han manifestado una gran inquietud por la posibilidad de contagiar a sus mayores. «Tienen miedo y eso les genera ansiedad. Sienten esa responsabilidad y no quieren ir a comer a casa de sus abuelos o padres por miedo a ser portadores», puntualiza. Romper la rutina a nivel social y dejar de compartir momentos con compañeros o amigos, así como abandonar hábitos como el gimnasio les está afectando y mucho.
Clara Gómez trabaja con adolescentes y explica que el problema se agrava en muchos casos a estas edades porque «con 15, 16 o 17 años todavía no tienen las herramientas emocionales o la madurez suficiente para entender muchas cosas». No obstante, considera que se están adaptando muy bien y tanto ellos como los más pequeños están acatando las normas.
En los últimos meses están detectando una mayor presencia de trastornos del estado de ánimo y de la conducta alimentaria en los jóvenes. «Después del confinamiento muchos vieron que habían cogido unos kilos y empezaron a entrar en un bucle muy negativo de pensamientos sobre su cuerpo y su peso. A ello, se suma que ahora llevan una vida más sedentaria, ya que salen menos y practican menos deporte», señala Gómez.
También hace referencia a la inestabilidad económica de las familias como uno de los motivos de este desequilibrio emocional. Por otra parte, indica que están detectado dificultades de aprendizaje en muchos niños que tendrían que haber repetido curso. «No cumplieron con los objetivos curriculares y ahora no disponen de las herramientas para seguir avanzando, por lo que están pagando las consecuencias», especifica. Otro de los efectos ya visibles es la mayor dependencia de las redes sociales.
Isabel Criado y Clara Gómez trabajan en centro Core de fisioterapia y osteopatía de Segovia y en la Policlínica Pilar Criado de Carbonero el Mayor. Ambas han notado un incremento de la demanda de ayuda psicológica por parte de los jóvenes. En especial, detectaron un pico tras el confinamiento del mes de marzo y prevén que en pocas semanas pueda producirse de nuevo debido a las estrictas restricciones actuales. «No nos sorprende porque la gente joven tiene más normalizado acudir al psicólogo. Es una buena noticia porque gestionar emocionalmente una pandemia como la actual no es fácil y se producen muchos momentos depresivos», advierte Criado.
Una de las estrategias que estas psicólogas consideran más efectivas para evitar la ansiedad y la depresión es vivir en el presente y tener en cuenta que «no sirve de nada pensar constantemente en lo que está por venir». Destacan la importancia de marcarse objetivos, prioridades diarias y rutinas porque «lo único sobre lo que podemos tener cierta seguridad es sobre el momento actual y nuestra cabeza necesita cierto orden ante tanta incertidumbre», según Gómez.
Otra de sus recomendaciones pasa por disfrutar de las pequeñas cosas cotidianas. «Es importante valorar una conversación con una amiga, aunque sea por teléfono o un logro en el trabajo o en el colegio. También es interesante recuperar aficiones como leer», puntualiza. Además, recuerda la importancia de mantener el contacto con familiares y amigos, aunque sea de modo virtual, con el objetivo de evitar el excesivo aislamiento y paliar la sensación de soledad.
En cuanto a los niños, recalca que es importante ayudarles a que expresen sus emociones porque «contar como se sienten les ayuda a normalizar, validar y canalizar sus sentimientos». Por su parte, los adolescentes pueden sufrir un sentimiento de pérdida de identidad al ver «que ya no son lo que eran antes del confinamiento», lo que les puede ocasionar dificultades en el desarrollo hacia la vida adulta.
Los problemas familiares, en especial, cuando hay hijos conflictivos o mala relación entre los adultos también se están acentuando debido a la mayor crispación y al mayor tiempo de convivencia en el interior la vivienda. Del mismo modo, están aumentando los casos de violencia de género.
Por último, Criado cree que es un error atribuir toda la responsabilidad de los nuevos brotes a los jóvenes, ya que «no siempre es así y la mayoría son muy responsables». Aunque no quita culpa a aquellos a los que les puede la efusividad de la edad y buscan pasárselo bien a toda costa, aunque implique saltarse el confinamiento, estar sin mascarilla y sin guardar la distancia interpersonal.
En su opinión, todavía es pronto para saber cuáles van a ser las consecuencias psicológicas de esta pandemia porque «habrá secuelas de las que todavía no somos conscientes y que veremos a largo plazo». Eso sí, tiene claro que cuando la situación sanitaria se estabilice todavía quedará por afrontar una importante ola de problemas de salud mental. Por eso, estas profesionales defienden que es el momento propicio para plantearse el reto de incluir la inteligencia emocional como parte del currículo educativo.
Adrián Aparicio, 24 años
«Lo que más me toca la moral es querer desconectar y no poder»
Después de 10 meses de tira y afloja con las restricciones Adrián Aparicio reconoce que esta situación está cambiando su vida cotidiana. «Me siento más aislado, además, esto repercute a todos los niveles y genera una pérdida de esperanza tremenda porque la vuelta a la normalidad no llega», relata. En su caso, cuenta que tiene una sensación muy frecuente de desgana y es que «el no poder hacer prácticamente nada genera cada vez más pereza».
Por otra parte, admite que ya no sabe lo que significa el ocio nocturno. De hecho, recuerda que la última vez que salió de fiesta fue en marzo del año pasado y desde entonces tampoco han hecho viajes, ni siquiera a una casa rural. «Al no salir de fiesta se nota que los contactos son más limitados, llevo un año rodeado de la misma gente. Cuando salía por la noche me encontraba a personas a las que conocía de vista y estaba bien poder ampliar el círculo. Desde que comenzó la pandemia es muy difícil conocer gente nueva», apunta. El ámbito social ha sido el más perjudicado para Adrián, que solía hacer planes a menudo con amigos a partir de las ocho, algo impensable en estos momentos. «No queda otro remedio que ir a casa después de clase. Lo que más me toca la moral es querer desconectar y no poder».
Las clases tampoco son lo que eran. A sus 24 años Adrián ha terminado el grado en Publicidad y Relaciones Públicas y ahora está cursando un Máster de Producción Audiovisual y Modelado 3D en Madrid. La mitad de las clases son presenciales y la otra mitad 'on-line', pero este último sistema no le acaba de convencer porque «son más impersonales y se pierde el trato con los compañeros. Además, es más complicado realizar contactos profesionales», matiza. Desde su punto de vista, este contexto está «restando salud mental» a toda la población, aunque, en su caso, le está sirviendo para incrementar su productividad. Gran parte del tiempo que antes dedicaba al ocio ahora lo emplea en «cosas que el día de mañana me puedan aportar algo». Al respecto, dice que se siente mal viendo una película de superhéroes sabiendo que hay una pandemia mundial.
Paula Álvaro, 19 años
«Hace un año que no veo a mis abuelos y es lo que peor llevo»
El final de la pandemia no llega y la normalidad no parece que vaya a regresar pronto, esto preocupa a Paula Álvaro, a quien está situación le está haciendo «demasiado larga». Además, lamenta en general esta pandemia está provocando que «nos acostumbremos un ritmo de vida que no nos gusta». Sus relaciones sociales han cambiado, ahora son más restringidas y muchas se limitan al ámbito virtual, sin embargo, advierte que lo que más le duele es la distancia con su familia.
«Tengo familiares que viven fuera y desde que comenzó todo esto no he podido ir por seguridad y responsabilidad. Hace un año que no veo a mis abuelos y, sin duda, es lo que peor llevo porque hablamos por teléfono a menudo, pero no es lo mismo», explica. A sus 19 años tiene claro que la fiesta y las relaciones sociales son importantes y, por supuesto, lo echa de menos, pero insiste en que «hay cosas más importantes». Por eso, no entiende la actitud de esos jóvenes que saltan todas las normas poniendo en riesgo su vida y las de aquellos que están a su alrededor tan solo por rato de diversión. «Todos conocemos a gente que hace este tipo de cosas porque lo publican en sus redes sociales, pero a mí personalmente me parecen egoístas e hipócritas», manifiesta. Asimismo, considera que por esta minoría se está demonizando a los jóvenes: «Es cierto que somos los que más salimos porque estamos deseando ver a nuestros amigos y tener ratitos de desconexión, lo que implica más riesgos. Sin embargo, yo no me siento identificada con esa gente que monta fiestas y no tiene ningún tipo de precaución».
La falta de clases presenciales también ha cambiado su día a día. Está cursando un grado superior de Auxiliar de Veterinaria y, en su opinión, la educación a distancia «no tiene nada que ver», en especial, cuando se trata de una formación tan práctica: «Estudiar en casa es complicado porque hace falta más concentración, organización y fuerza de voluntad. Además, me he dado cuenta de lo importante que es el contacto con los compañeros. Te ayuda a distraerte en los descansos, entablar amistades y motivarte».
Jaime de Vera
«Me da rabia perderme muchas cosas de la vida universitaria»
El hecho de no poder salir desde las ocho de la tarde es lo que más frustración le provoca a Jaime de Vera, estudiante del doble grado de Publicidad y Relaciones Públicas y Turismo, en el campus de Segovia. En un principió pensó que se trataría de una medida provisional que como mucho se prolongaría durante 15 días, pero «no me entra en la cabeza que siga adelante, esto nos obliga a estar encerrados en casa muchas más horas». Admite que antes de la pandemia era una persona activa y muy poco casera, ya que aprovechaba cualquier ocasión para salir.
En su grupo de amigos, tampoco está resultado fácil reducir las reuniones a cuatro personas, ya que en las dos cuadrillas con las que mantiene contacto habitual son 13 y 16 personas. En la misma línea, es consciente de que a causa de esta crisis sanitaria se está perdiendo momentos clave de la vida universitaria. Desde viajes, fiestas o grandes quedadas hasta lo más sencillo y lo que más echa de menos «ir a tomar algo con los compañeros después de clase para conocernos mejor y pasar un buen rato», argumenta.
Antes del virus, Jaime jugaba al fútbol, iba a clases de guitarra y salía con la bici. Ahora de todas sus aficiones tan solo mantiene la última porque puede hacerla solo. Eso sí, pasear con su perro y el deporte en casa se han convertido en sus grandes aliados en época de pandemia. «Aunque quedo con mis amigos de vez en cuando, tratamos de limitar los contactos porque vivimos con nuestros padres y nos da miedo contagiarles, por eso, trato de hacer cosas en casa como deporte».
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