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Teodomiro Valriberas Carreras, uno de los cinco vecinos de Labajos fusilados por la muerte de Onésimo Redondo. El Norte

La Historia absuelve a los cinco acusados de matar a Onésimo Redondo

MEMORIA HISTÓRICA ·

Los jornaleros fusilados en 1936, vecinos de Labajos, reciben hoy sepultura en Valladolid

Carlos Álvaro

Segovia

Domingo, 16 de febrero 2020, 09:00

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María Ángeles no conoció a su abuelo Teodomiro. Su abuela estaba casada con un señor que siempre trató de borrar su recuerdo, pero la memoria es muy tozuda y acaba abriéndose camino. «Esta historia familiar, trágica, me ha obsesionado desde el momento en que la conocí. Mi padre, Vitorio, que solo tenía tres años cuando el abuelo murió, callaba, no hablaba de ello, pero yo veía que se estaba consumiendo por dentro», cuenta María Ángeles, que hoy asiste por fin al entierro de su abuelo en el cementerio vallisoletano del Carmen, donde recibirá sepultura junto a otras 244 víctimas de la Guerra Civil cuyos restos fueron recuperados durante el levantamiento de las fosas comunes localizadas en el mismo camposanto en 2016 y 2017.

El caso de Teodomiro Valriberas Carreras es especial. Fue uno de los cinco vecinos de Labajos que pagaron el pato por la muerte del caudillo falangista Onésimo Redondo, el 24 de julio de 1936, a la altura de esta población segoviana que lame la carretera Madrid-La Coruña. Aquel aciago día, una avanzadilla de milicianos de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) que se dirigía a Valladolid se detuvo en Labajos, donde se cruzó con el automóvil en el que el jefe de Falange en Valladolid, Onésimo Redondo, viajaba en dirección a El Espinar. Según Santiago Vega, en el control se produjo un tiroteo que acabó con la vida del dirigente falangista y un acompañante. Horas después del suceso llegaron al lugar numerosos falangistas vallisoletanos. Al no poder dar con los autores, fusilaron a un vecino y detuvieron a otros trece. «Primero se los llevaron a Burgos –apunta María Ángeles– y después a Valladolid, donde estuvieron presos hasta el día del juicio sumarísimo y la posterior ejecución, en unas condiciones lamentables, sometidos a torturas y expuestos a todo tipo de enfermedades. A uno de ellos le rompieron una pierna».

Teodomiro Valriberas Carreras, Anastasio Domínguez Pérez, Félix Merinero Arévalo, Juan García Martín y Francisco González Mayoral, paisanos los primeros y sargento de Infantería el último, fueron condenados a muerte «como ejecutores del delito de rebelión militar», según el fallo de la sentencia. El tribunal también condenó a la pena de veinte años de reclusión menor a los procesados José Valriberas Rodríguez (primo de Teodomiro), Máximo Martín Martín, Ángel Salgado Pérez, José Núñez Carballo, Agapito Martín Gómez y Luis García Díez, y de doce años y un día de reclusión menor a Agapito García Aguña y Alberto Caro Cabrero. Otra víctima fue el también procesado Claudio Gómez Estévez, a la sazón presidente de la Casa del Pueblo de Labajos, que murió en extrañas circunstancias en el cuartel de Falange de Valladolid. La prensa de la época contó que se había suicidado arrojándose desde una ventana del cuartel, donde se encontraba detenido.

«Por supuesto, ninguno de ellos tuvo nada que ver con la muerte de Onésimo Redondo. De hecho, algunos no estaban ni en Labajos en el momento del tiroteo. Mi abuelo, por ejemplo, se encontraba en Veganzones, trabajando la tierra. Alguien le advirtió de lo que había ocurrido y le recomendó que no regresara, pero en Labajos estaban su esposa –en ese momento encinta– su hijo de tres años (mi padre) y su hija de uno», relata María Ángeles. Teodomiro, que tenía veinticuatro años, era de filiación socialista, como otros tres de sus compañeros de infortunio. La viuda de Onésimo, Mercedes Sanz-Bachiller, siempre sostuvo que los vecinos de Labajos habían muerto inocentes y que el asesinato de su marido fue una «cosa preparada».

Prueba de ADN

Los cuerpos de los cinco de Labajos fueron enterrados en una fosa común del cementerio del Carmen. Y en este lugar emergieron en 2017 con motivo de las exhumaciones promovidas por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Valladolid. Los reconocieron por el uniforme militar que llevaba el sargento Francisco González Mayoral y la fractura que tenían los restos óseos de otro de ellos, Félix Merinero, a quien partieron una pierna durante las torturas. «Cuando me dijeron que los habían encontrado me puse a llorar como si a mi abuelo lo acabaran de matar. Hablé con Julio del Olmo, presidente de Memoria Histórica Valladolid, y me pidió el ADN de mi padre. No sabía cómo decírselo. Tuve que charlar mucho con él, prepararlo para la noticia. Y logramos la prueba y la identificación», añade la nieta de Teodomiro. Vitorio no podrá hoy asistir al entierro de su progenitor porque acaba de perder una pierna, pero ella levantará testimonio: «Se les enterrará a los cinco juntos, en una misma caja. Han estado siempre juntos y así deben seguir».

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