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Un grupo de usuarios esperan para subir al autobús que cubre el trayecto a Madrid. Antonio de Torre

El estrés del viaje diario al epicentro de la pandemia

Pese al estado de alarma, los segovianos que se desplazan a diario a trabajar o a estudiar a Madrid deberán seguir haciéndolo valiéndose del salvoconducto que les proporciona su universidad o empresa. No está siendo fácil

Carlos Álvaro

Segovia

Lunes, 12 de octubre 2020, 08:09

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Son miles las personas, especialmente trabajadores y estudiantes, que a diario se desplazan a Madrid en transporte público. Y lo seguirán haciendo, pese al estado de alarma decretado por el Gobierno en la capital y parte de su área metropolitana. Otros –menos– viajan de Madrid a Segovia, en las mismas condiciones. El miedo es libre y está ahí, latente, en todos y cada uno de ellos. El estrés también. No está siendo fácil, pero lo llevan como pueden, sobreponiéndose a una situación desconcertante porque, como dicen y asumen, no les queda más remedio que convivir con el virus.

Ángel Berbel, a su llegada a la estación Guiomar tras una jornada de trabajo. Antonio Tanarro

Ángel Berbel, médico: «Me recuperé bien, pero he tenido que volver al tajo y encontrarme de nuevo con el enemigo»

En agosto, después de cuatro meses de baja, a Ángel Berbel (50 años), no le quedó más remedio que incorporarse al trabajo. Lo hizo con gusto, porque la medicina es su trabajo y su puesto está en el hospital de Cruz Roja en Madrid, pero no pudo dejar de sentir una cierta sensación de desasosiego. Era volver al lugar donde probablemente se contagió de covid-19, a finales del mes de abril, y enfrentarse de nuevo al 'bicho' que tanto dolor está causando. «Físicamente estoy bien, puedo decir que recuperado. Otra cosa muy distinta es volver al tajo y tener que encontrarme de nuevo con el enemigo, como lo llamo yo, y la situación de aquellos días, aunque no es la misma», afirma Ángel.

Viajar a Madrid diariamente en este azaroso comienzo del otoño no está siendo fácil para él, ni para muchos. Ángel lo pasó realmente mal a causa del coronavirus y da fe de que se trata de un enemigo muy peligroso al que se debe tener mucho respeto. «Estuve tres semanas ingresado en el hospital, incluso en la UCI, entre los meses de abril y mayo, pero no llegaron a intubarme, afortunadamente. El virus me golpeó mucho. Era lógico que me contagiara, estando como estuvimos en el hospital aquellos días. A unos nos cogió más que a otros, y quienes estuvimos al pie del cañón todo el día, tratando con los enfermos que llegaban, caímos el 80%. En el despacho donde yo trabajaba entonces éramos diez y solo se libró uno. Recuerdo el día. Por la mañana fui a trabajar y estuve bien toda la mañana. Por la tarde, empecé a sentirme mal. Me tomé la temperatura y tenía 38,5 grados. Me había contagiado. No había duda», relata.

Ángel ha vuelto al trabajo y a la rutina de todos los días, a los madrugones y al Ave, que va y viene abarrotado la mayoría de las veces. «Suelo moverme entre Chamartín y Cuatro Caminos y observo que todo el mundo cumple. Siempre hay alguna excepción, alguien que se está fumando un cigarrillo con la mascarilla en la barbilla, pero, en general, la gente la lleva bien puesta y más o menos trata de distanciarse. Claro, en el Ave es complicado mantener las distancias. Por la mañana puede haber una persona en cada dos asientos; en el de las 15:40, en el que vuelvo, los cuatro primeros vagones van a tope, y unos enfrente de otros. En ese sentido, la gente hace lo que buenamente puede, más o menos cumple. Luego, lo que cada uno haga en su casa.... Yo soy muy cuidadoso, pero no sé cómo son los demás», señala.

Este médico segoviano percibe durante el viaje cierto estrés o psicosis entre los pasajeros. «Me da la sensación de que cuando alguien tose o estornuda, siempre hay alguien que piensa: 'Pero capullo, ¿por qué no te has quedado en casa?'. Puede que haya un poco de psicosis. Yo, en principio, voy tranquilo. Claro, tampoco sé a ciencia cierta si estoy inmunizado o me puedo reinfectar. Sigo las medidas de seguridad recomendadas, mi limpieza, mi higiene, mi mascarilla... todo. Pero cunde la preocupación y es lógico. En el tren, suelen incumplirse las normas cuando el convoy está llegando y te advierten de que permanezcas en el asiento. La gente, deseosa de salir antes para subirse al primer autobús o al primer metro, se levanta y se forman auténticas colas en el vagón».

Una vez en Chamartín, normalidad absoluta. «No he notado nada durante esta semana de cierre. Tampoco he visto controles policiales. Yo voy con el salvoconducto que me ha expedido el hospital y nadie me lo ha pedido todavía. Es un salvoconducto que me habilita a ir a Madrid exclusivamente a trabajar, a mi centro de trabajo y dentro de un horario. Si me pillan en Arturo Soria, por ejemplo, en horario de trabajo pueden multarme».

Ángel Berbel admite que la situación de Madrid no es buena, pero él ha trabajado en un hospital madrileño plantándole cara a la covid en la peor época de la pandemia y esta ola no tiene nada que ver con aquella. «La cosa está mal, pero no como lo estuvo en marzo o abril. Yo hago mis estadísticas, mis cosas, y creo que el pico, en Madrid, ya ha pasado y han caído los contagios y los ingresos. Ahora mismo, hay más altas que ingresos. Si la cosa sigue así... Claro, no soy estadístico ni matemático. Creo que Madrid va por buen camino porque alcanzó el pico a finales de septiembre. Es una impresión personal, nada científica», asevera. Aun así, advierte de que la Atención Primaria madrileña es la que peor está. «La Primaria es la que para el primer golpe, porque los pacientes acuden a ella en primera instancia. Y sé de muchas personas que se lo pasaron en casa, que si les hubieran hecho una placa las habrían hospitalizado de inmediato», añade.

Sylvia, junto al tren que acaba de devolverla a Segovia. El Norte

Sylvia García: «Cuando llegas a Chamartín, sientes tristeza al ver tantos comercios cerrados»

«Vamos con un poco de... No es miedo, pero sí respeto, y cuando llegas a Chamartín, sientes tristeza al ver tantos comercios cerrados. Antes, si llegaba con tiempo, me daba una vuelta y miraba los escaparates, pero ahora...», relata Sylvia García, que todas las mañanas se sube al Ave en la estación Guiomar para acudir a su puesto de trabajo. Ella es una de las personas más combativas con el panorama que la pandemia ha dejado en el funcionamiento del tren veloz, que ha reducido horarios y frecuencias. «Salgo de Segovia a las siete de la mañana y, para el regreso, gracias al 'modus operandi' de Renfe, tengo que coger el tren de las 19:25. Hoy he podido hablar con mi jefe, coger el Ave de las 17:00 y cerrar la jornada en casa, teletrabajando, pero, normalmente, tengo que estar esperando hora y media en Chamartín porque Renfe ha eliminado los trenes de las 18:10 y de las 18:40», se queja.

Sylvia asegura viajar con desconfianza y algo de estrés. «Es la sensación que me invade todos los días. Estrés y... desconfianza. Al final tienes que confiar en que el compañero de al lado, al que no conoces de nada ni sabes dónde ha estado, no se quite la mascarilla, porque es imposible mantener la distancia de seguridad. Precisamente, ayer venía a mi lado una chica que la pobre tosió hasta siete veces. Ella llevaba su mascarilla y yo la mía. Sin embargo, es inevitable ponerte nerviosa. Si viajáramos más separados unos de otros, mejor».

Hasta ahora, Sylvia no ha tenido problemas con nadie porque todos los pasajeros cumplen las normas. «En mis trenes todo el mundo va en silencio y protegido. Sí sé, por el grupo de Telegram que tenemos los viajeros, que en los trenes del mediodía la gente aprovecha para comer durante el viaje, lo que implica quitarse momentáneamente la mascarilla. Es un espacio cerrado y unos van enfrente de otros. No es la situación más recomendable».

Madrid lleva ya una semana con restricciones de movilidad y ahora se interna en un nuevo estado de alarma. En su cartera, Sylvia porta el salvoconducto que la empresa le proporcionó para poder entrar todos los días en la ciudad. «Nadie me lo ha pedido de momento, tampoco he visto controles. Lo que está pasando se nota en el ambiente. Han cerrado tiendas, el flujo de la gente ha disminuido mucho... Fuera de eso, hay aparente normalidad», describe. Aunque se ofreció voluntaria para acudir a la oficina todos los días (un 60% de la plantilla a la que pertenece está rotando), ella preferiría teletrabajar: «No es lo mismo levantarse a las seis para empezar a trabajar a las ocho, que hacerlo a las siete y media y ahorrarte el viaje».

César Hernández, en la estación de autobuses. Antonio Tanarro

César Hernández, dentista que vive en Madrid y trabaja en Segovia: «El día que se suba un asintomático, acabará contagiándose el autobús entero»

César Hernández, dentista de profesión, lleva treinta y tres años desplazándose de Madrid a Segovia para atender su consulta diaria, situada en la avenida del Acueducto. Él hace el viaje inverso, pues reside en Madrid. El autocar es su medio de transporte, aunque, en su opinión, la línea regular no garantiza, en estos momentos, la seguridad completa de los viajeros. «El autobús va lleno. La gente lleva mascarilla, sí, pero es imposible guardar la distancia de seguridad. El día que se suba un asintomático, acabará contagiándose el autobús entero», advierte.

Es incómodo viajar en el transporte público desde que comenzó al pandemia. La reducción de horarios y frecuencias se ha dejado sentir: «Solo hay tres coches para ir a Madrid en toda la mañana, cuando antes había uno cada media hora. Y, claro, los llenan y así es muy difícil garantizar la seguridad. Luego, la gente es poco respetuosa. Un día tuve un roce con uno que no llevaba mascarilla, aunque fue una excepción, porque, por lo general todo el mundo la lleva, y hay quien tiene la fea costumbre de echar el respaldo hacia atrás todo lo que da de sí, con lo que apenas te deja espacio. Ayer, sin ir más lejos, iba una persona detrás de mí que no dejaba de toser y roncar. Llevaba mascarilla y no puedes decir nada».

César acude todos los días al intercambiador de Moncloa para coger el autobús de las siete y media de la mañana. Madrid regresa al estado de alarma, pero él no advierte nada extraordinario. «La gente va como si no pasara nada. Cada uno a lo suyo, con mascarilla pero con el mismo trasiego. Tampoco he visto esta última semana controles policiales ni nadie te pregunta si vas o vienes. A mí no me queda más remedio que venir así. Es desagradable, pero tienes que hacerlo».

Hernández considera que las cosas no se han hecho bien, ni en Madrid ni en el resto de España, y ahora se están pagando las consecuencias. «Soy muy pesimista con la situación. Yo tengo hijos en Luxemburgo y allí la cosa está más controlada porque se hacen PCR cuando es necesario. En Madrid, no. Una PCR sirve para decirte si tienes covid o no y también para comprobar el grado de penetración de la enfermedad en una población, y a esto no se atiende, de modo que nadie sabe la gente enferma que hay, por ejemplo, en la calle Zurbano. Mal pueden tomarse medidas en estas condiciones. Terminarán cerrando Madrid por inanición. Pero no es solo un problema de Madrid. Los políticos lo han centralizado en Madrid, interesadamente, y también está pasando en León, en Palencia...».

Alba de Torre. A. T.

Alba de Torre, estudiante: «Si no fuera porque todo el mundo lleva mascarilla, no dirías que vivimos una pandemia»

Difícilmente olvidará Alba su estreno como estudiante universitaria. Siempre recordará que empezó yendo a la Universidad con mascarilla y muchas precauciones para sortear la pandemia. De momento, tendrá que asistir cada dos semanas, porque combinará la enseñanza presencial con la 'on-line' (es decir, una semana viajando y la siguiente en casa). Para empezar le ha tocado desplazarse y, pese a todo, el balance es positivo. «Estudio Relaciones Internacionales en el campus de Somosaguas de la Universidad Complutense. Empecé el lunes», explica.

A Madrid se desplaza Alba en la línea regular por carretera, y en el intercambiador de Moncloa coge otro autobús que la lleva al campus. «El de Segovia va siempre muy lleno. Aunque sale con plazas libres, acaba llenándose en San Rafael. Todo el mundo va con mascarilla, pero, no sé, es demasiada gente. Inevitablemente lo piensas mucho. En el autobús que me lleva a Somosaguas no hay ningún tipo de control, sube el que quiere y ya está. Podemos ir treinta o más personas sin guardar una mínima distancia de seguridad. Agobia un poco», cuenta.

Es el primer año que viaja a Madrid a estudiar y no se atreve a comparar, pero parece que en Moncloa la vida esté igual que siempre: «Si no fuera porque todo el mundo lleva puesta la mascarilla, no dirías que estamos viviendo una situación de pandemia. No he visto controles ni nadie me ha pedido nada, aunque llevo el justificante que me dieron en la universidad y el resguardo de la matrícula, por si acaso».

En clase son alrededor de cuarenta alumnos. «Estamos todo el rato con la mascarilla puesta y hay distancia entre unos y otros. Yo prefiero ir porque 'on-line' es más complicado enterarte. Hay profesores que se centran más en los que están en clase, se ve, aparte de que es más bonito acudir a la universidad. Llevo pocos días, pero me está gustando», afirma.

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