«No tengo esperanzas de regresar a Ucrania»
Daryna Horokhovska, de 27 años, vivió parte de la guerra en Ucrania hasta que no pudo aguantar más. Alex, un amigo segoviano de su pasado, decidió ayudarla y acogerla
RICARDO DOMINGO
Segovia
Domingo, 1 de mayo 2022, 00:20
A la cinco de la mañana del 24 de febrero, el retumbar de las primeras bombas que caían sobre Kiev despertó a Daryna. Lo primero que invadió su mente fue incredulidad. Se asomó a la ventana para atestiguar lo que ocurría. No daba crédito, no entendía. Las luces de la ciudad, en plena noche, empezaban a encenderse una tras otra. Con el segundo sonido de explosiones desapareció la sospecha y apareció la confirmación. Kiev estaba siendo bombardeada. Rusia estaba invadiendo su país, Ucrania.
«Me desperté por el sonido a las cinco de la mañana», recuerda Daryna Horokhovska, de 27 años y nacida en Kiev. «No por el sonido de las alarmas. El de las bombas», añade. Nacida en Kiev, creció y se educó en la capital ucraniana. Llevaba una vida normal. Fue a la universidad y estudió economía. «No estoy muy orgullosa de ello», bromea. Sin embargo, acabó decantándose por la psicología, especializándose en terapia artística, disciplina donde se encontraba mucho más cómoda. «Ejercía como tal en mi propia oficina. Era un espacio muy acogedor, atendía a gente presencialmente y también 'on-line' antes de que todo pasase», cuenta, avisando de que procurará no llorar al recordar todo lo que ha perdido.
Cuando la madrugada del 24 de febrero Kiev se vio asediada por los bombardeos, Daryna y su familia decidieron moverse. «Me llamó mi padre y me dijo que me tenía que ir». Era muy peligroso permanecer en la capital del país. «Llené dos mochilas con ropa y documentación. Toda mi vida en dos mochilas», explica. Con esos enseres, ella y su familia abandonaron sus casas y en un puñado de minutos se dirigían en conche dirección Leópolis, ciudad al oeste del país situada a 70 kilómetros de la frontera con Polonia.
En Leópolis permaneció dos semanas y media. Durante ese tiempo, la ucraniana colaboró como voluntaria en la estación de tren de la ciudad — reconvertida en refugio al comenzar el conflicto—, donde se dedicaba a lo que ella mejor sabía hacer: ayudar a esos adultos y niños que llegaban sumidos en una situación de embotamiento y pánico causada por lo que habían presenciado. Suministraba consuelo. Pero llegó un momento en el cual su salud era la que empezaba a cobrar las consecuencias. Apenas dormía y el estrés la engullía. «La alarma aérea sonaba todas las noches, teníamos cinco minutos para ir al refugio antiaéreo donde pasábamos seis o siete horas». Necesitaba salir, era el momento de irse. Álex —segoviano de Basardilla— la ofreció esa anhelada salida.
Daryna conoció a Alex en China en 2016. El encontronazo desembocó en una amistad. Ella estaba pasando una temporada en el país asiático desconectando de la rutina. Algo similar hacía el segoviano. Mantuvieron el contacto cuando ambos volvieron a sus respectivos países. No eran conscientes de cómo el destino, unos años más tarde, volvería a reencontrarles. Cuando Alex se percató de la situación por la que pasaba su amiga, y de su deseo de escapar de Ucrania, no dudó. La ofreció un cobijo. Daryna tenía su vía de escape. «Prácticamente Álex me ha salvado la vida. No sé ni cómo podré agradecérselo», explica.
La primera parada de su travesía, una vez cruzada la frontera, fue la ciudad polaca de Wroclaw. Allí permaneció durante dos días en casa de una amiga de juventud. Para alcanzar Madrid desde Polonia, la ucraniana llevó a cabo un esperpéntico viaje en bus que atravesaba el continente. Durante el trayecto, en cada parada, unos pocos ucranianos descendían la escalerilla del autobús descubriendo ante sus ojos una ciudad o región que se convertiría en su nuevo hogar. La parada de Daryna tardó en llegar treinta y siete horas. Madrid. Alex fue a recogerla y llevarla a su nuevo hogar en Basardilla.
En Segovia
Daryna cuenta su historia desde una céntrica cafetería de Segovia. Apenas toca su café americano mientras recuerda los hechos que vivió, los detalles. En su mente tiene la imagen fija de su familia, todavía en el país. Por motivos obvios no desvela su ubicación. Cada mañana se levanta y lo primero que hace es preguntar en el grupo familiar cómo están. Mantiene en su teléfono móvil el servicio de mensajería ucraniano que avisa a sus ciudadanos sobre las alarmas aéreas. Es incapaz de borrarlo, quiere saber cuándo su familia tiene que dirigirse al refugio. «Es una forma de entender lo que está pasando con mi familia».
Hace unas semanas, una bomba cayó a escasos metros de la casa del padre de Daryna. «Llamé a mi padre. No había respuesta». Muchas llamadas sin respuesta hasta comprobar que estaba bien. En otra ocasión tuvo que atender a su hermano de diez años por teléfono para estabilizarlo tras un bombardeo.
Tras el estallido de la guerra, en Ucrania se aprobó una ley marcial que impedía a los hombres en edad de combate abandonar el país. Es la razón por la que gran parte de su familia permanece allí. «Las mujeres han decidido quedarse con sus maridos». Daryna quiso traer a su hermana pequeña consigo, sin embargo, el hecho de padecer epilepsia y requerir unos cuidados específicos impidió que la acompañase. «Si encuentro un trabajo aquí y un lugar donde quedarme, quiero traer a mi familia conmigo». Otro de sus hermanos se encuentra en el frente. En esta ocasión ni ella tiene conocimiento de cómo se encuentra o dónde está. «No sé dónde está. No puede contármelo».
Lleva un mes en Basardilla y sigue trabajando 'on-line' como voluntaria. Atiende consultas a ucranianos, a muchos de ellos se ve incapaz de cobrarles. También ejerce de profesora telemáticamente en un proyecto de psicología. «Para vivir en España no es suficiente», apunta. El objetivo es empezar una nueva vida aquí, quiere encontrar un empleo que la permita enviar ayuda a su familia. En su favor juega la ventaja de hablar español. «Hace un par de años tuve un sueño y desperté con la idea de aprender español. Así que me puse a ello». Daryna tiene la esperanza de que ese paradójico sueño pueda ser de utilidad para construir una nueva vida y poder ayudar a su familia lo antes posible. Un sueño que puede ayudar a mitigar una pesadilla.
Sin esperanzas de poder regresar a Ucrania, Daryna centra todos sus esfuerzos en conseguir que su familia pueda salir del país e iniciar una nueva vida junto a ella en España. «Ahora es imposible», declara. Con ese objetivo cuenta su historia.
Hace unas semanas, durante un concierto celebrado en IE University, logró recaudar dinero para seguir ayudando a sus compatriotas, aunque esté a miles de kilómetros de distancia.
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