El Clamores, el arroyo que se convirtió en cloaca
El cauce, que empezó a entubarse en el siglo XIX por sus riesgos sanitarios, lo arrasaba todo en las grandes tormentas y 'digería' los desechos de un tercio de la población actual
El arroyo Clamores es el equivalente a la cloaca de la gran Roma. Es un fenómeno habitual de muchas ciudades, que convierten en cloacas ... a los arroyos que las atraviesan. Su zona más baja, hoy poblada por edificios en el paseo Ezequiel González, la avenida del Acueducto o las viviendas junto a la iglesia de San Millán, eran un erial a finales del siglo XIX. La población era tan pequeña –un tercio de la actual– que apenas había cercas, pequeños huertos y algún molino suelto. Por eso no era tan grave echar todos los desechos a sus aguas, máxime cuando la conciencia sanitaria apenas susurraba moralejas en aquellos tiempos. Algo que se siguió haciendo después; hasta los talleres vertían allí el aceite. Llegó la urbanización, la población se triplicó y el mismo cauce afronta hoy una exigencia mayor de la que previó la naturaleza.
Usado para moler molinos o regar huertas, el arroyo es una derivación del Alto Clamor, una zona con muchas aguas y manantiales. Recibe también algunos restos de la cacera de aguas que surtía a la ciudad. A diferencia del Eresma, que proviene de la sierra, nace en esa zona y discurre por la ciudad durante cuatro kilómetros. «El Eresma tenía más agua y arrastraba más las inmundicias; el Clamores, no. Tenía un estiaje muy grande y la gente vertía todo al río. Por eso se convirtió, de un modo natural, en la cloaca máxima de la ciudad», resume el archivero municipal, Rafael Cantalejo.
El Clamores fue entubado por razones sanitarias –máxime tras una peste de grandes dimensiones que diezmó la población de Segovia en el siglo XIX– porque era un foco de infecciones. Allí se tiraba todo; donde hoy solo hay viviendas, hace apenas un siglo aquel cauce tenía a cerdos o gallinas como pobladores ilustres. «Las cuestiones sanitarias no se seguían mucho. El Ayuntamiento ponía empeño en ello pero la gente hacía de su capa un sayo». La avenida de la Constitución, hoy rodeada de edificios a ambos lados, era entonces un conjunto de cercas con animales a ambos lados. También estaban los desechos de la fábrica de paños o de las escasas viviendas. «Todo iba a parar al río».
El 14 de enero de 1886, la junta local de Sanidad de la capital requirió al Ayuntamiento para acordar «la limpieza del arroyo Clamores en el trayecto que recorre por la población por medio de suficiente número de jornaleros». Pedía que se limpiaran «cuantos obstáculos haya en su cuenca y puedan ser causa de la detención de las agua y aglomeración de inmundicias». También que las alcantarillas fueran cubiertas. Un año antes, se acordó cubrir el arroyo por medio de tubería metálica en el trayecto que discurre por el casco urbano ante el aviso de Sanidad al Consistorio.
«Se iba haciendo por trozos a medida que iban teniendo dinero para hacerlo porque era una gran obra para un Ayuntamiento que no tenía muchos recursos», relata Cantalejo. El primer plano de la cubierta del Clamores se remonta a 1893, fecha del primer proyecto de entubado, entre el los puentes de Buitrago y Muerte y vida, lo que hoy es la plaza de Somorrostro. El arquitecto Joaquín Odriozola se encargó al inicio de unas obras a trompicones, emprendidas por tramos cuando el Consistorio tenía fondos. En 1926, Manuel Pagola lideró la construcción de dos nuevos tramos: uno entre la carretera de San Rafael y lo que hoy sería la plaza de la Universidad y otro entre la plaza del Doctor Gila y el puente de Sancti Spiritus, justo debajo de la zona de huertas, junto al reciente socavón.
El último tramo se hizo entre el puente de Sancti Spiritus y su desembocadura en el Eresma, justo debajo de la proa del Alcázar. Esta última obra la llevaría a cabo el arquitecto municipal Francisco Fernández Vega, un proyecto fechado en 1950 que se terminaría a lo largo del siglo XX con la construcción en los 80 de un colector que recoge su flujo y evita el vertido de sus aguas al Eresma, que son trasladadas a la depuradora de Tejadilla. Así se lograba sanear el río.
En 1950, Fernández Vega describía al Clamores como el arroyo que recoge «todas las aguas residuales de la ciudad» y lo distinguía como colector principal. No solo incidía en la importancia de tapar el último tramo por razones sanitarias, sino que añadía el argumento turístico. Hablaba de Los Hoyos como una travesía concurrida porque permite contemplar «unas de las vistas panorámicas de más belleza de la ciudad». Segovia había agotado entonces sus recursos con las obras del pantano de Puente Alta y pedía fondos estatales tras agotar sus «posibilidades presupuestarias».
Salidas de madre
El Clamores ha sido testigo a lo largo de los siglos de tormentas extremas como la del 26 de agosto. «A pesar de ser un arroyo muy pequeñito, con una supertormenta se convierte en una fuerza arrolladora», relata Cantalejo, que escribió un artículo sobre una de ellas a través de un relato del siglo XVIII. También en el Eresma, según detallan escritos del siglo XVI como un romance de Garci Ruiz de Castro. El problema del Clamores, que en verano prácticamente desaparecía ante su bajo caudal, es que cuando tenía momentos de sobrecarga de agua arrasaba con todo, desde puentes a casas, provocando ahogados y muchos animales muertos. El cauce natural del río no daba para soportar la crecida.
La cloaca de finales del siglo XIX podía 'digerir' los desechos de una población mucho menor que la actual, pues Segovia no llegaba a los 15.000 habitantes a principios del siglo XX. La ecuación está esa canalización del Clamores debe atender a un número mucho mayor de habitantes a través de un cauce natural que no varía.
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