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Segovia como patria

Segovia como patria

Manuel González Herrero marcó una época

Carlos Álvaro

Domingo, 21 de mayo 2017, 17:14

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Fue su profesión la Justicia, a la que se entregó como abogado. De pluma sobria y certera, destacó en los foros como orador insuperable. Dominó las técnicas de la oratoria y la locución y con su voz timbrada y profunda construyó bellísimos castillos hechos de palabras. Las Salas de Justicia de las Audiencias de Segovia y Burgos y el Tribunal Supremo guardan en secreta memoria los ecos de sus informes. Nunca fueron sus discursos hueros. Habló con la fuerza de la convicción del que cree en lo que dice y defiende. Y así sirvió a miles de segovianos, a quienes ayudó a deshacer entuertos y remediar injurias. Su silueta quijotesca se encorvaba ante la Sala, preguntando si había de encontrar allí Justicia.

Es el perfecto retrato que Joaquín González-Herrero, hijo de nuestro protagonista, hace de su padre pocas horas después de su fallecimiento, el día de San Valentín de 2006. Manuel González Herrero, don Manuel, dejó huella entre sus paisanos. Figura clave en la vida local del último tercio del siglo XX, nació en Segovia el 12 de noviembre de 1923. Era hijo de Manuel González Herrero y de Isabel Herrero Yagüe. Su padre, trabajador del gremio de hojalateros y curtidores, destacado líder obrero en la Segovia republicana, fue fusilado en agosto de 1936, en los albores de la Guerra Civil española, tragedia que deparó a la familia una posguerra marcada por la escasez y la necesidad.

Gracias al apoyo constante y entusiasta de su madre, pudo el muchacho, que tenía otros tres hermanos, continuar sus estudios y terminar el Bachillerato de manera brillante, con matrícula de honor en todas sus asignaturas. A pesar de las dificultades, el joven Manuel consiguió acabar la carrera de Derecho, aunque su participación en una cédula antifranquista a finales de los años cuarenta resucitó viejos fantasmas y lo condujo a la cárcel, donde entabló amistad con otro segoviano ilustre, Agapito Marazuela. Las circunstancias políticas retrasaron el inicio de su carrera como abogado, que arrancó en 1954, año en que se incorporó al Colegio de Abogados de Segovia para empezar a ejercer.

Como letrado, Manuel González Herrero marcó toda una época. Muchos son los segovianos que todavía lo recuerdan, en el foro, batiéndose el cobre por sus defendidos. Quizá haya sido, junto a su admirado Carlos de Lecea, el decano más carismático que ha tenido el Ilustre Colegio de Segovia en toda su dilatada historia. Jurisconsulto de raza, entregó veinticinco años de su vida al Decanato, en cuya silla permaneció entre enero de 1978 y enero de 2003, aunque ya había sido diputado segundo de la Junta de Gobierno del Colegio entre 1968 y 1978.

Pero a la historia de la provincia también pasó González Herrero por la acendrada pasión que siempre sintió por Segovia y lo segoviano, y en el estudio de esa historia local invirtió infinidad de horas que se tradujeron en libros, artículos y conferencias. Su pensamiento, heredero de Anselmo Carretero y Nieva, Ignacio Carral, Celso Arévalo, Alfredo Marqueríe, Mariano Quintanilla o Antonio Bernaldo de Quirós, nos habla de patria "como sostén moral y equilibrio del ser humano, sentimiento de unión espiritual con un lugar". Para González Herrero, el patriotismo "es el lugar de encuentro de los verdaderos segovianos". Siempre defendió don Manuel la identidad histórica de una tierra secularmente maltratada. Durante la Transición, impulsó la creación de Comunidad Castellana, grupo que luchó por la autonomía uniprovincial del territorio segoviano. A pesar de que Segovia reunía todos los requisitos para constituirse en comunidad autónoma, una proposición de ley hizo inviable el proyecto y el entonces decano de los abogados se llevó uno de los más grandes disgustos de su vida.

González Herrero publicó más de una veintena de libros, todos de temática segoviana o castellana. Títulos como "Fernán González y el pueblo castellano", "Segovia: pueblo, ciudad y tierra. Horizonte Histórico de una patria", "Libro del Milenario de la Lengua Castellana"; "Castilla como necesidad", "La entidad histórica de Segovia", "El Pinar de Balsaín. Una reivindicación histórica de Segovia", "Agapito Marazuela o el despertar del alma castellana" o "La sombra del enebro" jalonan su obra. También dirigió la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce, entre los años 1994 y 2002.

Como jurista, fue miembro del Consejo General de la Abogacía Española y presidente del Consejo de Colegios de Abogados de Castilla y León, y obtuvo los máximos reconocimientos, la Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort y la Cruz al Mérito de la Abogacía. Sus cuatro hijos, Manuel, Juan Pablo, Julia y Joaquín, también siguieron la senda del Derecho. Murió en Segovia, dos años después que su esposa, Julia González, el 14 de febrero de 2006.

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