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La bailaora Sara Baras acaricia cariñosamente a Carlos Saura en un descanso del rodaje de ‘La jota’, en presencia del bailarín y coreógrafo Miguel Ángel Berna.

Carlos Saura le quita el cachirulo a la jota aragonesa

El director aragonés salda una deuda en sus musicales y graba en El Espinar ‘La Jota’, en la que participan, entre otros, Miguel Ángel Berna, Sara Baras, Ara Malikian o Carlos Núñez

César Blanco Elipe

Miércoles, 2 de diciembre 2015, 12:02

Carlos Saura (Huesca, 1932) tenía una asignatura pendiente. Con más de cuarenta películas en el morral, y todavía atesoraba una deuda que saldar con su acervo aragonés. Hasta ahora, el director no había podido rendir la merecida pleitesía cinematográfica y musical a la jota. Un tributo que el realizador masticaba desde hace años, no solo por esos impulsos que el amor y la pasión por el terruño conocen, sino por la universalidad de esta expresión artística. «En Filipinas se baila o Shostakovich y Korsakov han incluido fragmentos en sus obras, no solo Granados», apunta el director, fotógrafo y coreógrafo.

Sí, de acuerdo. Ha habido ocasiones en las que había tratado la jota, pero fue de forma casi tangencial, como en la Expo de Zaragoza o en la coreografía de Iberia. Pero nunca con el fervor y la devoción depositados en este proyecto.

El maldito parné ha mantenido la película en un limbo durante años. En este tiempo, el director no se olvidó de La jota. Alimentó los bosquejos hasta convertirlos en trazos gruesos y definidos gracias a la conexión con el bailarín y coreógrafo zaragozano Miguel Ángel Berna. Él y no otro había de encarnar la jota que barruntaba Carlos Saura.

La subvención concedida del Ministerio de Cultura despertó el proyecto del letargo. Un empujón al que también ayudó la predisposición de Movistar a colaborar con la productora Tres Monstruos. El realizador, tan dado a la improvisación en sus trabajos, tenía meridianamente claro lo que quería transmitir, lo que quería hacer y con quien.

Propone un recorrido desde los cantes y bailes más básicos y apegados a la tierra hasta aquellos que anticipan el futuro de esta poderosa música. Esa bombilla que se le encendió alumbró también la presentación de la jota como una expresión moderna y de vanguardia. «Me gusta que se baile de manera más natural, con un atuendo más contemporáneo», explica Saura en su cartel de invierno y de rodaje de El Espinar. Trata de huir de los adornos folclóricos, del cachirulo y de la indumentaria tradicional, pero sin caer en el sacrilegio, con «amor y respeto». Pero su devoción jotera le hace querer «avanzar sobre lo que hay para que el público vea que la jota está más viva y es más activa».

Su propuesta es rescatar a la jota del cajón para que no se apolille, sacarla a la calle para que sea bailada, y maridarla con otros géneros. «Es un mundo amplio y en cuanto rascas un poco descubres más cosas de lo que parece, es más conocida en el mundo de lo que aparenta», subraya el realizador aragonés. De ahí, su esfuerzo cinematográfico y musical por hacerle justicia y por querer que «la jota sea un arte mayor».

Escenografía con sello

El sello de Saura en el rodaje que se lleva a cabo en los estudios de Los Ángeles de San Rafael es inequívoco. La escenografía responde a su serie de musicales sin argumento, como Tango, Sevillanas, Flamenco o Fados. Así los bautiza el creador, aunque sí existe un hilo que enhebra su identidad escenográfica.

Al entrar en el plató, dos grandes estructuras de aluminio plastificadas proyectan las sombras de Sara Baras y Miguel Ángel Berna. La luz, los juegos de sombras y los decorados son las agujas que tejen el relato en torno a la jota con la intención de «dejar para la posteridad un documento único e histórico, que sirva al futuro como recuerdo y consulta para todos los amantes de la música», señalan los responsables de la productora. Esos decorados contarán con dibujos del propio Saura, como ya ha hecho en otras películas. Es su forma de trabajar. Al igual que reconoce, cuando se le pregunta por la salvadora subvención oficial, que los dineros los llevan otros y que no quiere saber nada de la parte económica.

Además de contar con la complicidad andaluza-aragonesa de Sara Baras y Miguel Ángel Berna al que se le puede considerar la otra mitad en esta aventura, el director también ha convencido a Ara Malikian y Carlos Nuñez. Encarnan las colaboraciones, que no fusiones, que visten y revisten a la jota en esa elevación a los altares artísticos que pretende Saura. Al oscense le gusta hablar de eso, de «colaboraciones». Ayer, Baras y Berna rodaban unas escenas en las que la jota reta al flamenco, coquetea con él aunque se resista remolón. Un diálogo de expresiones, de movimientos de brazos y manos y entre castañuelas y taconeos que se dirime en un ensimismamiento mutuo.

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