Las 150 horas de vuelo al año del fotógrafo del parapente
José Luis Martín Mayoral 'Mayo' muestra en un libro con imágenes 3D el premio de surcar los cielos, una odisea de aterrizajes entre niebla o congelaciones
Cuando José Luis Martín Mayoral 'Mayo' surca con su parapente a motor los cielos de Segovia, no vale cualquier foto. Tener tanta belleza a sus pies le obliga a hacer justicia, a arriesgar. Despegar en plena Filomena con la nieve por las rodillas y aterrizar con principios de congelación. Buscar la torre de la Catedral entre la niebla, que esconde el punto de aterrizaje, haciendo tiempo con un dedo de gasolina en el depósito, jugándosela esperando un claro, con el riesgo de caer en un tejado o quedarse sin metros para echar pie. O paradas de motor, y para planear hace falta una altura suficiente que permita escapar a una zona segura. «El caso era traer esa fotografía». Para eso vuela más de 150 horas al año, un trabajo que ya ha dejado dos libros. El último, en 3D.
El piloto llegó antes que el fotógrafo. «Uno de mis primeros juguetes era un ala delta que me hice yo para poner a un Madelman», subraya Mayo, de 59 años. Quizás el momento fundacional fue cuando un helicóptero aterrizó a sus pies, a los siete u ocho años. «Aquello me pareció lo más maravilloso del mundo. Me marcó. No he llegado a un helicóptero, pero bueno, algo parecido».
Como adulto, a principios de los años 90, amaneció en la playa de Sopelana (Vizacaya) y vio volar a los pioneros del parapente. De vuelta a Segovia, escuchó en un pub la palabra mágica: parapente. «Me acerqué a ellos y me dijeron que al día siguiente iban a ir al Montón de Trigo [una pequeña colina en Torredondo] a intentar despegar. Casi eran paracaídas del ejército. Tenías que correr 50 metros ladera abajo para despegar un poco, con el consiguiente revolcón una vez tomabas tierra».
Aquellos desconocidos se convirtieron en grandes amigos cuando Arcones empezaba a sonar como paraíso del vuelo libre, pero en ala delta, no en parapente. Así que fueron pioneros. «Aquello fue ya el más de lo más, despegar de un desnivel de 600 metros respecto al suelo no era lo mismo que hacerlo de 30. Fue un vuelo interminable». Esa sinergia de aficionados que cruzaban la N-110 hasta Piedrahíta (Ávila). La cuadratura del círculo para él llegó cuando apareció una hélice que podía ponerse a la espalda. Su helicóptero. «No tienes que estar a merced del viento, ni irte a 50 kilómetros. Te ponías un 'paramotor' y podías despegar desde el suelo». Con él lleva cuarto de siglo.
El motor le alejó de la montaña y le enamoró de la ciudad. «En el primer vuelo ya se me abre el mayor de los espectáculos». Sigue despegando desde las praderas de Nueva Segovia, pero se crio en San Marcos envidiando a las aves que volaban junto al Alcázar. «Ahora me tocaba a mí, era mi sueño hecho realidad. Ahí fue donde empezó a nacer el fotógrafo. No solo yo podía tener ese privilegio, tenía que compartirlo». Lo incentivó el auge de las redes sociales: hasta entonces, solo tenía una carpeta donde guardaba las fotos por fechas. «En 25 años Segovia ha cambiado mucho, cosas que a lo mejor no se ven a simple vista. Los parkings que se han hecho, las calles levantadas... Ojalá esas fotos tengan algún día un valor no solo artístico, sino histórico».
Una mirada de pájaro de palacios, iglesias o tejados, la distribución urbana. «Soy un poco la ventana indiscreta, me asomo a sitios que nadie puede alcanzar con la vista. ¿Qué hay detrás de ese muro? También son vuelos de curiosidad». Y de orientación. «Al principio, perdía las referencias, y eso que he crecido en Segovia. ¿Esa calle dónde va a dar? Era Google Maps cuando nadie tenía Google Maps». Así que no han faltado sustos. «Tanto va el cántaro a la fuente…» Cogió el hábito de publicar cada semana una imagen en Facebook. «Era una simbiosis entre volar y colgar fotografías».
Una invitación a volar
De esas penurias salieron imágenes dignas de exposiciones, además de un libro. Se estrenó en 2017 con 'Segovia por encima de todo', una recopilación de 225 imágenes que está ultimando su segunda reedición. Y conoció a través de un amigo que vino a volar a Segovia las fotografías anaglíficas, la ventaja del 3D. «Ahora quiero que la gente venga y vuele conmigo». Se basa en el paralaje: cuando acercamos el dedo entre los dos ojos, al cerrarlos da sensación de movimiento. «Lo que estoy haciendo son dos fotografías; una para el ojo izquierdo y otra para el derecho. Todos tenemos una visión más o menos bizca; la vista se nos cruza en un punto». Imágenes separadas por una distancia visual de unos 15 grados que un programa informático. «Lo que hace es cruzarlas. Con el ojo derecho estoy viendo en el lado izquierdo y con el ojo izquierdo en el derecho».
MÁS INFORMACIÓN
Así que el título del segundo libro es muy adecuado: 'Segovia, otra dimensión', con unas 180 imágenes. Usa el Photoshop como herramienta. «Ni quito ni pongo, solo transformo, como la materia, para dar a la fotografía todo su esplendor». Suma las fotografías al ocaso, esperando el momento óptimo entre el atardecer y la iluminación de los monumentos. «He sido como el cazador, he estado siempre esperando mi presa, en este caso, una fotografía».
Hay un punto de dificultad extra para el 3D por ser imágenes en movimiento. «Son dos fotos en el mismo lugar; por ejemplo, la punta de la Catedral tiene que estar justo a la misma altura para que no se desvirtúe. Hay muchas que han ido a la papelera». Todo a pesar del periplo, que incluye con siete parapentes gastados, cuatro motores, infinidad de cámaras y discos duros. «Ya tengo una edad y busco el sentido común, pero a veces tienes que asumir ciertos riesgos para encontrar una buena fotografía».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión