Salamanca se atrinchera por el Covid-19
Los vecinos compran víveres y aguardan a que pase la tormenta del coronavirus en una ciudad prácticamente desierta
daniel bajo / word
Domingo, 15 de marzo 2020, 12:05
Si no lo estuviésemos viviendo en primera persona, muchos no nos lo creeríamos. Salamanca vivió ayer uno de los sábados más atípicos de su historia, con colas para entrar en las fruterías, con las calles comerciales cerradas a cal y canto, con turistas extranjeros preguntándose por qué demonios no había nadie por la calle y, sobre todo, con un monotema de conversación: el Covid-19.
Coronavirus en Salamanca
'Coronavirus' tiene todas las papeletas para ser la palabra del año, a tenor de lo que se ha vivido estas semanas en España y el resto del mundo. La situación en Salamanca no ha sido muy distinta. A lo largo de los días, conforme se sucedían los acontecimientos, la dichosa palabra se iba colando en todas las charlas, grupos de 'whatsapp' y tertulias de barra de bar. Ayer no se hablaba de otra cosa. La alucinante realidad de vivir en una ciudad confinada lo impedía. La gente con mascarillas que antes veíamos en televisión paseaba ayer por la avenida de Mirat. Las compras compulsivas de arroz y papel higiénico se repetían en los supermercados de la ciudad. Y los carteles invitando a la gente a encerrarse en sus casas ya no estaban en los negocios de la Puerta del Sol, sino en los del paseo de Comuneros. El coronavirus estaba llamando a la puerta.
El centro de Salamanca no parecía ayer el centro de Salamanca. Pocos viandantes por la calle que además se repelían entre sí como imanes, porque nunca se sabe dónde saltará el virus.
Una mañana primaveral de marzo invita a pasear por la Plaza, tomar algo en una terraza o salir al parque con los críos. Pues nada de eso. Apenas había turistas buscando la rana de la Universidad o el astronauta de la Catedral y todas las terrazas de la Plaza Mayor tenían sitio de sobra. Los monumentos estaban cerrados a cal y canto, con carteles oficiales explicando los motivos pero sin apenas nadie que los leyese.
Pero no sólo es que hubiese poca gente en el centro, es que tampoco se oían ruidos. El sonido de la ciudad parecía amortiguado, como si nadie quisiera llamar la atención. Y con el servicio de autobús urbano suspendido y sin apenas coches, la avenida de Mirat, el paseo de la Estación o la Gran Vía se convirtieron en vías peatonales.
La situación en los barrios era algo distinta, más 'animada' que en el centro histórico. Los salmantinos aprovecharon la mañana para comprar víveres, en varios casos como si mañana fuese a estallar una guerra. En serio, no hay riesgo de desabastecimiento y los supermercados no van a cerrar. No hace falta comprar ocho bidones de agua ni docenas de rollos de papel higiénico. Las tiendas volverán a abrir el lunes y habrá tiempo de sobra para visitarlas. El coronavirus es un fastidio, pero no va a acabar con el mundo.
En algunas grandes superficies tuvieron que pedir a su personal de seguridad que no dejase entrar a más clientes porque no daban abasto para atenderles. Pero todas las monedas tienen su cara y su cruz. Igual que en varios establecimientos había que pedir a la gente que no se agolpase, en otros eran los propios clientes los que esperaban en la calle para acceder a las tiendas, especialmente si despachaban alimentos frescos. Las fruterías, panaderías y carnicerías de Salamanca eran lugar de peregrinación. Diversos establecimientos colocaron carteles en sus escaparates pidiendo que no entrasen más de dos o tres clientes de golpe y éstos lo cumplieron a rajatabla. Sólo cabía armarse de paciencia franciscana, guardar la distancia de seguridad con los demás y esperar un poco hasta que un comprador abandonaba la tienda. Parece que tras varios días de advertencias, el mensaje va calando.
Las farmacias
Las farmacias son un mundo aparte. Las mascarillas y los geles para limpiarse las manos valen más que el oro, aunque los expertos se hartan de repetir que las mascarillas sólo son útiles para quienes ya tienen el virus y que con agua y jabón vamos servidos, pero no hay manera. En una farmacia decían que estaban «arrasados» y en otra directamente hablaban de «acoso». Y advertían de que en algunos negocios estaban pidiendo hasta 15 euros por una mascarilla que, en origen, no cuesta más de tres. Esos 'espabilados' compraron cajas de mascarillas y ahora las revenden multiplicando su precio. «Es indecente. Se venden a precios abusivos. Y la gente que no piense que se va a morir por no tenerla. Hay que concienciarse», advertían en una botica de la ciudad.
En cuanto al resto de negocios, pues de todo un poco. Ninguno estaba obligado a cerrar, pero muchos optaron por adelantar una medida que ayer ya parecía inevitable y echaron la trapa hasta nueva orden. Peluquerías, agencias de viajes, tiendas de muebles... establecimientos sin nada que ver entre sí decidieron atrincherarse y esperar a que pase la tormenta. Las tiendas de la calle Toro, muchas de ellas de franquicias de moda, se disculpaban con sus clientes y les invitaban a comprar en su web. En cuanto a los bares y cafeterías, muchos permanecieron cerrados todo el día y en el resto barruntaban que muy pronto les tocaría tomar la misma decisión. Los paisanos comentaban en las barras que vivimos unos días irreales y alucinantes, casi como si estuviéramos atrapados en una película o fuésemos a despertar de un momento a otro. Hay que vivirlo para creerlo.