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Antoñito, Salisu, Óscar Plano, Guardiola y Joaquín observan cómo Masip no llega a detener el cabezazo de Nacho. G.Villamil

¿Quién tenía que tirar la llave al fondo del mar?

Contracrónica ·

El cerrojo y tela de araña planteados por Sergio González saltaron por los aires por donde menos esperaba

Lunes, 27 de enero 2020, 00:38

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Aseguraba Sergio González en una de sus comparecencias de la última semana que no se considera un técnico poco ambicioso. Casi sin necesidad de insistir en la pregunta, salía al paso de la corriente que se respira en el entorno y se confirma en cada una de las tertulias deportivas de la ciudad de que su prioridad por encima de todo es dejar su portería a cero. De que nueve de sus diez mandamientos son defensivos. Y que si acaso el décimo lo deja a la inspiración y empuje de los de arriba. Los números, apoyados en los planteamientos y la mentalidad que ha conseguido inocular al vestuario en sus dos años en Zorrilla, le dan la razón. Ysin embargo no convencen a una grada que ha mamado en su mayoría de un fútbol más ofensivo y ambicioso.

En esa contradicción se mueve ahora el Real Valladolid, capaz de maniatar a plantillas de la calidad de Atlético o Real Sociedad, pero incapaz de dar un golpe en la mesa para sumar victorias cuando lo tiene en la mano. No fue el caso del partido ante el Real Madrid, sí el de Pamplona frente a Osasuna, y sin embargo el planteamiento fue casi siamés salvando la distancia que separa la plantilla de Zidane de la de Jagoba Arrasate.

Nos habíamos acostumbrado a un sistema 4-4-2 que se recitaba de memoria en la primera parte de la temporada, y de la noche a la mañana, el técnico ha prescindido de los extremos para dotar de mayor mayúsculo al centro del campo. Joaquín, central en El Sadar, dio ayer un paso adelante pero durante casi toda la segunda parte fue un miembro más de la zaga por ese desmayo que está empezando a sufrir el Real Valladolid en los tramos finales. Con el líder enfrente tenía motivos por el desgaste extremo al que se sometió en la primera parte, no así en Pamplona o en Tenerife.

A Sergio le gusta tejer telas de araña al rival, y en esa misión embarca a los once jugadores –cuando no a los catorce que saltan al campo–. Ese embudo en el que convierte los partidos para los rivales solo tiene un defecto, que no es baladí.

Como todo cerrojo que se precie cobra su sentido hasta que se abre. Una vez abierto pierde todo su efecto y deja denudo al equipo y boquiabierta a la grada. Y Nacho, que pasaba por allí, encontró de forma inesperada la llave que alguien debió tirar al fondo del mar.

Los sistemas defensivos es lo que tienen, más si se emplean contra un grande. Puede encumbrar a un entrenador durante 89 minutos y sepultarle en segundos por culpa de un parpadeo, titubeo o acierto del rival. Es perfectamente compatible.

Cualquier sistema defensivo puede encumbrar a un técnico 89 minutos y sepultarle en un parpadeo

Sucedió ayer. El punto que hubiera aire a ese flotador que le mantiene alejado del descenso, y que hubiera minimizado los empates de Celta o Espanyol, le empujan una semana más a esa depresión que hace mella en el jugador cuando no gana partidos.

Con la de ayer ya son nueve las jornadas sin celebrar más que empates y la secuencia, por más que se tuteara a un Real Madrid sin la pegada de años anteriores, se va ya a los 5 puntos de 27 posibles. Va para tres meses la última vez que se cantó victoria, precisamente ante el próximo rival –Mallorca–, y con un rival de tu misma condición enfrente no mirar a la portería contraria sería un pecado capital.

El décimo 'cero' de la temporada, lejos de atajar la corriente que se respira en el entorno y de apagar las conclusiones que se extraen en cada una de las tertulias deportivas de la ciudad, aviva el debate y abre un período de reflexión sobre la necesidad de deshacerse del corsé.

Con dieciséis empates hasta mayo no servirá para alcanzar el objetivo. Y sin embargo tres golpes en la mesa ante Mallorca, Espanyol y Celta –los dos últimos en Zorrilla– lo dejarían zanjado.

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