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Javier Sánchez Valles, en una imagen actual. En detalle, con la camiseta del Real Valladolid. El Norte
Sánchez Valles, el delantero que mutó a defensa aguerrido
Protagonista en las dos orillas

Sánchez Valles, el delantero que mutó a defensa aguerrido

Jugó diez temporadas en el Real Valladolid y tres en el Betis. En Sevilla se ha establecido definitivamente tras vivir también en Miami

José Anselmo Moreno

Jueves, 9 de enero 2025

Poca gente sabe que Javier Sánchez Valles, uno de los defensas más aguerridos de nuestra historia, era delantero goleador cuando militaba en el Cristo Rey o que su primer equipo fue el Real Madrid. Era un tipo duro, de esos que se caracterizan por su agresividad y su coraje. Ese jugador competitivo que no se achanta nunca. De los que son líderes y suelen ser tan queridos por su afición como odiados por los rivales. Con los que no pasaban las cosas que últimamente pasan...

Y es que en Valladolid hace tiempo que no hay futbolistas como él. Igual por no salir del barrio de La Victoria, que eso imprime su carácter. Dicen que jugar con el corazón es más poderoso que cualquier estrategia y él, cuando ve ahora partidos del Pucela, añora esos tiempos en que los contrarios venían a Zorrilla con cierto miedo ante un equipo que pegaba, combatía y jugaba también. Empezando por él, que un día metió con la derecha desde la línea de fondo uno de los goles de la liga y aún lo recuerda con emoción. Se emociona, sí. Es un tipo duro pero no tanto.

Se sorprende (por decirlo así) cuando le cuento que yendo el equipo último la gente en masa fue a pedir autógrafos a un entrenamiento el pasado diciembre. «A nosotros nos pitaban al salir al campo si veníamos de perder 2-0 el partido anterior». Definitivamente «era otro fútbol». Nada que ver. Y en ese otro fútbol, al futbolista criado al norte de Pucela lo de guerrero le venía corto. Acometía siempre, y eso también le permitió ser un goleador como defensa, ya que llegó a jugar de central y con su 1,73 subía a rematar córneres a veces en plan temerario. Se llevaba balón, compañeros y rivales, pero él remataba sí o sí.

Los trofeos a la furia inundan su casa de Sevilla porque del Real Valladolid se marchó al Betis y solo una lesión pudo con ese espíritu indomable. Tenía solo 30 años cuando se retiró y ha vivido estos años entre Miami y Sevilla. Si una lesión le retiró del fútbol, un huracán lo trajo de vuelta a España. Se vino de Florida tras varios huracanes seguidos: «Tuvimos dos en un año y decidimos vender porque allí los seguros no cubren estas catástrofes, nos asustamos un poquito y vinimos a Sevilla». Es un tipo duro, pero no tanto.

Sánchez Valles, durante su etapa como jugador del Real Valladolid. El Norte

Asegura que el mejor equipo de su carrera fue el que ganó la Copa de la Liga del 84. «Aquella plantilla era tan buena que pudo conseguir bastante más». Es curioso, el minuto de gloria de nuestra historia no lo considera suficiente. Quería más.

El carácter de Sánchez Valles lo conocen bien en Sevilla, aunque uno de los jugadores más bravos de la historia del Pucela o del Betis ni fuma ni bebe, igual que cuando era futbolista, y ahora disfruta en su finca hispalense de una vida tranquila o, tal vez, salpicada por el «rugido» de alguna moto, otra de sus pasiones.

Cuando vino hace poco al homenaje a los ganadores de esa Copa de la Liga, recordaba aquel trofeo con «alegría y algo de tristeza», ya que no pudo jugar la final. Fue expulsado en un partido anterior en el Sánchez Pizjuán por una entrada a Magdaleno cuando al Pucela se le iba el partido 2-0. Cómo sería la expulsión para que él la tilde de justa. «Algo tenía que hacer, veía al equipo asustado y nos estaban pasando por encima». Se remontó aquella eliminatoria en Zorrilla.

Recuerda el ambiente del coliseo vallisoletano el día de la final. Volvió a pisar el verde en el primer partido de esta temporada, durante el referido homenaje, y bajó las escaleras grabando con su móvil toda la secuencia. Se emocionó, y mucho. Dicho está que es un tipo duro, pero no tanto.

Al contar su historia desde el principio retrata las diferencias de su época con la actual. «Nosotros no salíamos de escuelas de fútbol, salíamos del barrio o de los colegios, a mí me fue a buscar el Madrid a Cristo Rey y estuve dos años allí».

Dice que se formó con Groso y Amancio de entrenadores, pero Ramón Martínez lo tenía en su radar. Le ofreció la posibilidad de jugar en el primer equipo. La cosa fue tan precoz, que al principio lo hizo con ficha amateur, ya que el Madrid no lo soltaba y se negaba a la carta de libertad pese a que él había vuelto a Pucela por amor. Sí, exclusivamente por amor. Un tipo duro, pero no tanto.

Por reglamentación, su primera ficha profesional tenía que ser como madridista, pero al final se arregló todo, lo del papeleo y lo del corazón. «Tenía a mi novia en Valladolid, la que hoy es mi mujer, y creía que iba a perder algo importante en mi vida, entonces regresé tras un partido contra este Athletic. Me marché y ni me despedí. En el Madrid ya no me volvieron a ver el pelo».

Hablando del actual Pucela, evoca sutilmente una defensa blanquivioleta de «cuerpo a tierra» en los 80. Así, como de pasada. Hablamos de Richard, Jacquet, Santos y él. «Con la cera que dábamos, es que no me extraña que a Gail le dijeran en la AFE que era un tormento jugar en Zorrilla. Menudos bestias éramos los cuatro», ironiza.

Más tarde paseó su coraje y su audacia por el rival de este sábado, el Betis. «La gente valora esa entrega que yo tenía en el campo. En Sevilla me tienen mucho cariño y por eso han marchado tan bien mis negocios, aunque yo hice lo único que sabía hacer: ser honrado y defender la camiseta que me pagaba».

Por eso ver ahora al Pucela cuando es goleado le duele como un puñetazo en plena mandíbula. «Cómo no me va a doler si yo fui capitán de ese equipo con 24 años», comenta al tiempo que admite seguir al equipo y ver todos esos partidos desde Sevilla. Allí los negocios le funcionaron con el apoyo de la familia, que ahora los lleva. Llegó a tener varias cafeterías y bares de noche (hasta cinco a la vez) que en algún caso atendían sus cuñados.

Tras volver de Miami, se compró una casa en la sierra, rodeada de olivos y encinas, donde ahora disfruta mientras recuerda esas mañanas de niebla al cruzar el Puente Mayor desde La Victoria. A veces viene a la concentración Pingüinos y vuelve a sus orígenes. No olvida de dónde viene. Las raíces son invisibles pero sostienen el árbol. Le conmueve Pucela y el Pucela. Claro, definitivamente es un tipo duro pero... no tanto.

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