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J. C. Cristóbal
Jueves, 8 de mayo 2025, 08:38
La Fundéu elige, allá por el mes de diciembre, la palabra del año; sin haber cerrado abril, en este 2025 los términos 'arancel' y 'cónclave' han cogido carrerilla para ganar distancia con los surjan de aquí en ocho meses. Si reducimos el espacio a Valladolid y al mundo del fútbol, la ganadora sin discusión será la frase 'Ronaldo go home', que en castellano callejero se traduce por 'lárgate de una vez y déjanos en paz'.
La repulsa social por la desgana con que el que fuera 'El Fenómeno' maneja las riendas del club blanquivioleta supera las broncas y pañoladas que despidieron a otros presidentes del Real Valladolid. En la memoria de todos está la revuelta popular que se montó, en plenas fiestas de San Mateo, contra los hermanos Fernández Fermoselle por la destitución radiofónica de Vicente Cantatore. Y en la de muchos permanece el recuerdo del legado de los Carlos Suárez, Nacho Lewin o Pérez Herranz, por citar a algunos de los más reconocidos por los aficionados.
La figura del presidente siempre se vio con cierto recelo desde la grada, consciente de que el palco es un foco de atracción de arribistas de todas las índoles y condiciones, hombres, siempre hombres, en busca o con necesidad de la proyección social que proporciona el fútbol; hubo terratenientes agrícolas (Cantalapiedra), jerarcas del Régimen (Represa y Arrarte), constructores y promotores inmobiliarios (Alfonso y Fernández), nombres ilustres de la ciudad (Del Río y Pradera), comerciantes (Alonso y Pérez Herranz), estrellas de la televisión (Lewin) y cracks del balón (Ronaldo), también hombres de club (Saso); hasta periodistas (Gallego).
Todos dejaron su legado, deportivo y económico, algunos dejaron el cargo saliendo por la puerta grande y otros por la gatera. El caso que nos ocupa, y que en estos días cumple 75 años, es el de alguien que abandonó el viejo estadio y pudo caminar por el Paseo Zorrilla, la calle Santiago y tomar un café en la Plaza Mayor con la cabeza muy alta, repartiendo saludos entre los aficionados que encontraba a su paso; hablamos de Juan Represa de León, que en los últimos días de abril de 1950 presentó la dimisión como presidente del Real Valladolid en un momento dulce para la entidad blanquivioleta.
Represa era presidente de la Diputación Provincial, que no era poca cosa en los primeros años del franquismo. Se convirtió en el sexto presidente de la historia del Real Valladolid y, de alguna manera, tomó el relevo de José Cantalapiedra (1930-1944), Adánez y Soria tuvieron un paso fugaz entre 1944 y 1946, más mecenas que dirigente, y responsable de que el club sobreviviese a la Guerra Civil. Represa aceptó y tomó las riendas del Real Valladolid con el equipo en Tercera División, convirtiéndose en el responsable del doble ascenso desde la categoría de bronce a la de oro en solo dos temporadas; antes lo había hecho el Hércules, pero no en el campo, sino beneficiándose de una reestructuración de categorías.
Represa colocó al Real Valladolid en el mapa del fútbol español, tuvo la osadía de fichar a Helenio Herrera para dirigir al equipo y formó una plantilla con nombres que figuran en el santoral blanquivioleta: Coque, Saso, Lesmes, Vaquero, Ortega, Lasala o Busquet. En la primera temporada entre los grandes, la 48-49, salvó los muebles al mantenerse con un punto de diferencia sobre el Alcoyano, que descendió junto al Sabadell; en la siguiente, la 49-50, de nuevo con la batuta del 'Viejo' Barrios, el equipo saltó a la novena plaza.
En ese momento, con el campeonato de Liga recién terminado, Represa reunió a su junta directiva para presentarles la renuncia; al día siguiente, El Norte de Castilla reflejaba en sus páginas los motivos de su despedida: «Por motivos de índole estrictamente personal […] aquellos motivos del que les hablo hacen que mi estado de ánimo no me permita de ahora en adelante atender, en la plenitud de mis deseos, los intereses del club. […] Deseo despedirme de todos, […] de toda la gran masa de la afición, […] de la prensa y radio», comentó Represa al periódico.
Un grupo de socios propuso, desde las mismas páginas un homenaje al que consideraban «presidente honorario perpetuo». El Real Valladolid vivió la crisis institucional con naturalidad, le sucedió en el cargo el vicepresidente primero, González Aquiso, y la plantilla se preparó de afrontar la Copa del Generalísimo, primero contra la Real Sociedad, luego contra el Sevilla, en la semifinal ante el Real Madrid y, un mes después, el 28 de final, la gran final contra el Atlético de Bilbao de Zarra y Gainza en Chamartín.
La Valladolid de esa primavera del 50 era una ciudad en proceso de cambio irreversible, de municipio burgués, comerciante y provinciano a mayor foco industrial entre Madrid y el norte de España. Semanas antes Franco inauguró Endasa, Nicas y la Granja Escuela José Antonio, al año siguiente se instaló Fasa y en 1953 salió de su fábrica el primer coche. Valladolid necesitaba un equipo de fútbol a la altura de su crecimiento económico y demográfico.
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