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Ciclistas atraviesan el río Trubia, cerca de Entrago

Los valles de Paca y Tola

La senda del oso, una vía verde de éxito en el corazón minero de Asturias

javier prieto

Viernes, 1 de agosto 2014, 11:40

Antes de ser verde fue negra, muy negra. Negra como el carbón que se sacaba de los valles asturianos de Teverga, Quirós y el valle del río Trubia para acercarlo hasta la localidad del mismo nombre que el cauce, más al norte. Desde ahí la mercancía se volcaba a lomos del ferrocarril Caminos de Hierro del Norte y ya estaba lista para hacerla circular hacia Oviedo, Gijón, Avilés o donde fuere.

Este trajín ferroviario minero dio comienzo en 1883, momento de la inauguración de la línea, y duró hasta 1963 en que se apagaron las máquinas de vapor y se achatarraron vías e infraestructuras. No fue el fin de la actividad minera, que continuó renqueante sacando su mercancía por carretera hasta su liquidación final en 1995. Es decir, algo más de un siglo de explotación minera para unos valles que encontraron en la minería una alternativa a los usos tradicionales de hierba y ganado. Nunca alcanzaron el nivel de explotación de los valles del Nalón o del Caudal pero sirvieron para paliar en algo el éxodo que vació de población otros valles montañeses en los que el subsuelo no se mostró tan generoso.

También sirvió, aunque de una manera muy indirecta, para dejar sobre el terreno un trazado que ha pasado a convertirse, llegado el siglo XXI, en uno de los reclamos de turismo activo más populares del Principado: la vía verde de la Senda del Oso. En realidad, la infraestructura del tren minero estuvo compuesta por dos ramales, uno que arrancaba en Entrago, por el valle de Teverga, y otro que por el valle de Quirós aportaba mineral de hierro al tráfico ferroviario. Ambos se fusionaban poco después de Caranga de Abajo en un punto en el que el desfiladero de Peñas Juntas brinda uno de los tramos más espectaculares de todo el recorrido.

Las dificultades orográficas de ambos trayectos supusieron un desafío para los ingenieros, que se las vieron y se las desearon para robar a las angosturas del valle abierto por el río Trubia un estrecho carril que permitiera el paso del tren. Cuando el río Trubia se dispuso a abrir su propio camino hacia el mar no pensó ni por asomo en dejar hueco para nada más. De hecho, la única solución posible en muchos puntos donde no existía ninguna otra manera de ensanchar las orillas del río fue la de «agusanarla», horadar directamente la roca a fuerza de voladuras dejando las laderas rocosas de la montaña como si fueran túneles en una manzana. Solamente el tramo entre Entrago y las angosturas del desfiladero de Peñas Juntas, algo más de 10 kilómetros, acumula hasta 18 túneles. Puestos todos juntos suman un total de 703 metros bajo tierra. El más largo de ellos con una longitud de 172. En estrechamientos tan severos como el que tiene lugar en Peña Juntas el nombre lo dice todo, la sucesión de túneles y la cornisa de roca sobre la que se colocaron finalmente las vías configuran hoy uno de los tramos más atractivos de todo el recorrido.

De raíles a sendas

Otra forma de luchar contra las dificultades orográficas, que a los estrechamientos imposibles y curvas cerradas sumaba desniveles considerables para un trenecito de vapor, fue adoptar un ancho de vía de 0,75 metros, el primero que se tendió en España de estas características.

Por suerte, el momento de la paralización total de las explotaciones mineras llegó cuando comenzaba el interés por reconvertir los antiguos trazados ferroviarios españoles en privilegiados itinerarios pedestres. La adecuación de un primer tramo de aquella vía verde ya en desuso, entre las localidades de Tuñón y Entrago, se produjo entre 1995 y 1996.

En ese año, en 1996, es cuando la historia de este trazado ferroviario se cruzó con la de dos oseznas huérfanas, entonces conocidas como Selva y Charli y posteriormente como Paca y Tola, que cambiaron para siempre la historia y el nombre del valle del Trubia.

La historia de las oseznas había comenzado un poco antes, en 1989, cuando el ansia de un cazador furtivo por cobrarse la fantástica piel de un oso pardo adulto había fulminado de un tiro a su madre. Huérfanas, las dos cachorras acabaron encerradas en un cercado hasta que por mediación de un denunciante anónimo fueron a parar a manos del FAPAS (Fondo para la Protección de los Animales Salvajes). El interés por sacar adelante estos dos cachorros de una especie que ya en aquel entonces estaba muy seriamente amenazada de extinción hizo que, tras diversos avatares, las dos oseznas fueran colocadas en el cercado osero que se acaba de construir en el concejo de Santo Adriano, justo a lado de la recién rehabilitada vía verde del viejo ferrocarril minero.

Entre tanto, la historia de Selva y Charli, que ya habían sido rebautizadas como Paca y Tola en recuerdo de sus anteriores cuidadores, había saltado a los medios de comunicación. Se habían hecho famosas y convertido en todo un símbolo de la lucha contra el furtivismo. También en un emblema de la recuperación de una especie que estaba al borde mismo de la extinción. El interés por ver de cerca a estos dos cachorros, que a fuerza de aparecer en telediarios y reportajes eran tan conocidos como lo es hoy Paquirrín, se convirtió en un reclamo turístico de tal calibre que tanto a la vía verde como a la mancomunidad formada por los concejos de Teverga, Quirós, Proaza y Santo Adriano no les quedó otra que pasar a ser conocidos desde entonces como los Valles del Oso y la vía verde de la Senda del Oso. Desde ese momento, y a pesar del tiempo transcurrido, cada año miles de personas hay años que hasta 150.000 se acercan por la zona para disfrutar de unos atractivos turísticos que, al igual que Paca y Tola, han ido creciendo con los años.

Contemplar a estas dos osas, ya adultas y no exentas de achaques, junto a Furaco, un macho con el que se ha pretendido la reproducción en cautividad, es uno de los mayores atractivos turísticos de la mancomunidad, aunque disfrutar de sus evoluciones en el interior del cercado osero, de 5 hectáreas de extensión, depende bastante de la casualidad. Excepto entre los meses de diciembre y marzo, que es cuando hibernan, la cita más concurrida es todos los días a las 12 del mediodía, momento en el que reciben la comida de sus cuidadores a la vista del público. Y la forma de hacerlo es asomarse al cercado desde su parte trasera. Es decir, la que linda con la vía verde de la Senda del Oso. Se puede acceder andando o en bicicleta desde Proaza un kilómetro o desde el área recreativa de Buyera 500 metros.

Cuatro concejos

Pero hoy por hoy esta pista peatonal que discurre a lo largo de los cuatro concejos que conforman la Mancomunidad Valles del Oso e el reclamo turístico más conocido. Son 34 kilómetros de firme acondicionado para ser recorrido a pie o en bicicleta y se divide en dos ramales (22 kilómetros de trazado entre Tuñón (Santo Adriano) y Entrago (Teverga) y 14 del ramal que conecta Santa Marina (Quirós) con Caranga de Abajo.

Una forma de organizar su recorrido es hacerlo por tramos. El tramo entre Entrago y Proaza, que acompaña el discurrir del río Teverga, primero, y el Trubia, después, es el de mayor espectacularidad. Con un gran número de pequeños túneles y puentes discurre por parajes de enorme belleza siendo el estrechamiento de Peñas Juntas uno de los más destacados. Son 14 kilómetros en total que a pie pueden hacerse en unas 3 horas. En Proaza es posible visitar la Casa del Oso, que además de gestionar el programa de conservación del cerco osero ofrece una completa muestra interpretativa sobre este plantígrado. Un kilómetro más allá de Proaza, en dirección a Villanueva, se alcanza la parte trasera del cercado osero donde, si hay suerte, es posible ver a los osos en cautividad.

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