Razones para llevarse un Goya: por qué ganaron los que ganaron en Valladolid
Análisis de los principales trofeos entregados este sábado en la gala del cine español, de 'La sociedad de la nieve' a las mejores interpretaciones
Siempre es más fácil buscar respuestas en el después, indagar en el pasado las razones de por qué sucedió lo que sucedió. Y eso, en el cine, también podría valer. Una vez conocido el resultado de los Premios Goya celebrados este sábado en Valladolid, proponemos un repaso a los premios más destacados del palmarés.
Noticias relacionadas
Pero ojo, atención, porque hay comentarios sobre la trama de las películas...
Mejor película y mejor dirección
La sociedad de la nieve
«No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos».
La película de J. A. Bayona se convirtió en la clara vencedora de la noche. Doce estatuillas. Es la tercera película más permiada en la historia de los Goya por detrás de 'Mar adentro' (que obtuvo quince) y 'Ay, Carmela' (que se llevó trece). Bayona, además, casi hizo pleno, porque su cinta se llevó todos los premios a los que aspiraba, excepto el de mejor guion adaptado (que fue para 'Robot dreams').
Y, sin embargo, hay tres detalles fantásticos de guion al principio de la película, cuando aún no hay tragedia ni horror.
Uno. Durante un partido, los compañeros le piden a uno de los jugadores que pase la pelota. 'Pasala', 'pasala', le dicen sin recurrir a la esdrújula. Pero él prefiere competir por su cuenta. Avanzar solo. Y al final, por no jugar en equipo, pierden.
Dos. Durante una misa antes de emprender el viaje, el cura dice: «No solo de pan vive el hombre». Un 'spoiler' en toda regla.
Tres. Ya en el avión, antes de las turbulencias y el accidente, cuando todo son sonrisas, uno de los pasajeros lee un periódico que informa de un naufragio en Montevideo. Vemos la tragedia siempre lejana, algo que siempre asalta a los demás. Y rara vez somos conscientes de que nos puede ocurrir a nosotros. Hoy mismo. Ahora. Ya.
J. A. Bayona parece construir su cine en torno a la gente que sufre. Personas que están a punto de morir. O que mueren. Seres humanos golpeados por la tragedia. Qué pierden fe y ganan esperanza. O al revés.
«Mi dios son mis compañeros. Creo en ellos», dice Arturo, uno de los jóvenes que sobrevivió, al principio, al accidente de avión.
De aquel siniestro siempre se cuenta que tuvieron que comer los cadáveres para sobrevivir. Eso, que podría parecer el ejemplo más extremo del individualismo (vivo yo gracias a que tú te has muerto), es revertido por Bayona en una historia de compromiso social, de ayuda mutua (por eso el tormento de Numa al sentirse un inútil), de fraternidad ante la adversidad. La sociedad de la nieve.
Hay planos espectaculares de unas montañas que dejan enano al ser humano. Insignificante. Hay detalles brutales (ese cinturón ya sin agujeros). Hay escenas tremendas (el accidente). Y todo eso hizo que la película arrasara en los premios técnicos. Hay, también, concesiones al sentimentalismo (los flashbacks del aeropuerto). Y hay una conversación para subrayar, la que mantienen Numa y Pancho cuando el primero se siente a punto de morir. Y no quiere.
-Tengo toda la vida por delante. Quiero reír, quiero llorar, quiero bailar.
-Pero vos nunca bailas.
-Ya, pero ahora quiero.
Pues eso, bailemos.
Mejor actor
David Verdaguer, por 'Saben aquell'
Cuando Eugenio es ya un humorista conocido, aupado a la popularidad por sus exitosas veladas en cafés, sus casetes de carretera, sus programas de televisión... le invitan a participar en el 'Un, dos, tres'. Esa semana, el concurso está dedicado a la antigua Roma y el director, Chicho Ibáñez Serrador, quiere que todos los participantes del programa se disfracen con túnicas y togas para la ocasión. Eugenio se niega. Prefiere salir en pantalla como hace siempre: vestido de negro, sus gafas ahumadas, el cigarro, el vaso de algo con naranja, el gran crucifijo al cuello, la sonrisa escondida.
«La gracia de Eugenio es que es imperturbable. Ese es mi personaje», le explica el humorista a Chicho.
Este lo mira y comprende. Parte del chiste también está ahí. Así que David Trueba (director de 'Saben aquell') se aferra a esa figura del hombre imperturbable para trazar la biografía de Eugenio, un tipo que se convertía en estatua para hacer reír y que, cuando se bajaba del escenario tenía que lidiar con la pérdidas y la enfermedad de sus seres queridos.
Detrás de su máscara de serio, de su misión por despertar carcajadas, hay un hombre que sufre. Así empieza la película. En Alicante, 1980. Eugenio está en el camerino, a punto de salir al escenario. Cuando se mira en el espejo, el espectador ve a un hombre cansado, destrozado, con los ojos llorosos de David Verdaguer (el actor que lo encarna y no solo en el calco de los gestos y la voz). Y entonces, se pone el anillo, el crucifijo, las gafas para construir el personaje y soltar lo de 'saben aquell que diu' y una frase («les veo muy serios esta noche, ¿es que se les ha muerto alguien?») que multiplica significados antes del fundido a negro final.
Hay un plano para recordar: el de una guitarra abandonada en el jardín de la casa deseada. Pero, sobre todo, está esa escena casi al final de la película con la que Verdaguer certificó su candidatura a los Goya y, este sábado, su premio a la mejor interpretación masculina. Es ese momento en el que el hombre impertérrito, el tipo que hace reír desde el rictus impasible, llora mientras conduce (solo y triste camino de los chistes) y Nino Bravo suena en la radio del coche.
Mejor interpretación femenina
Malena Alterio, por 'Que nadie duerma'
La de mejor interpretación femenina protagonista fue, con toda seguridad, la categoría más competida de la noche. Patricia López Arnaiz está estupenda en '20.000 especies de abejas' (con ese grito final de amor en el bosque). Lo de María Vázquez en 'Matria' es estratosférico (esa mujer devastada por un día a día acelerado). Y Malena Alterio consigue, en una película extraña y surrealista, un catálogo de emociones que van desde la nostalgia al sarcasmo, de la revancha a la obsesión.
La vida de Lucía cambia por completo el día en el que descubre que la empresa para la que trabaja es un fraude: todos los empleados a la calle, con nóminas pendientes y sin indemnización. Así que, toca reinventarse. Lucía se saca la licencia de taxi y comienza a recorrer la ciudad. Lo de encender el taxímetro le trae buenos recuerdos, dice, porque su madre (ya fallecida) ahorraba para coger un taxi los domingos. «Y luego llegaba siempre tarde a la cita con las amigas para que la vieran bajar de él», recuerda. En ese diálogo, el rostro de Malena Alterio regala un inspirado momento de alegre melancolía por la madre que ya no está y por el incierto futuro que ella tiene por delante.
En esos viajes por el taxi, Lucía conocerá a extraños clientes y personajes que transformarán su vida. Como Roberta, una productora teatral. Como Ricardo, un escritor con el que incluso empieza a salir. Durante una cita con él, en un restaurante, tiene lugar una de las conversaciones claves de la película.
-Tú sería muy buena novelista-, le dice Ricardo a Lucía, después de que esta le cuente una de sus muchas historietas.
-No, no. La ficción es para los que saben.
-¿Por qué la ficción no?
-Yo prefiero la vida real-, admite Lucía.
-¿Y qué le diría la vida real a la ficción?
-Que no mienta.
Y ahí está el meollo de esta película, que pasó por Seminci y está inspirada en una novela de Juan José Millás. Ahí está lo mollar: cómo se conecta en la vida real con la imaginado, cómo puede lo inventado condicionar nuestra imagen, cómo pueden nuestras fantasías modificar nuestra realidad... Y cómo una y otra pueden llegar a traicionarse.
El personaje de Lucía se adentra en esa ficción (tan idealizada como deseada) también desde un punto de vista físico, cuando se empieza a vestir de oriental después de conocer (y enamorarse) de su vecino, un actor que escucha el 'Nessum dorma' de Turandot. Alterio recorre este camino con un derroche de emociones. Hay miedo cuando se entera por la radio de una tragedia en la que está involucrada, dolor cuando muere uno de sus seres queridos, risas cuando habla con el escritor, indefensión cuando descubre una traición al otro del cristal de un restaurante, desamparo al salir del teatro, empoderamiento cuando canta... Hay una colección de sentimientos, y todos muy afinados, que le han valido el Goya a la mejor interpretación femenina.
Mejor interpretación femenina de reparto
Ane Gabarain, en '20.000 especies de abejas'
Partía como favorita con quince nominaciones y tuvo que conformarse con tres Goya: mejor dirección novel y mejor guion para Estibaliz Urresola Solaguren. Y mejor interpretación femenina de reparto para Ane Gabarain, por su personaje de la tía Lourdes.
Ella sirve algunas de las mejores frases de la película.
A Lucía (el niño Aitor que se sabe mujer): «El que no tiene nombre no existe. Así que piensa un nombre para ti».
A Ane (la madre de Lucía, a la que todavía no sabe muy bien cómo llamar): «Que tus hijos no vivan sus vidas con vergüenza».
Ane Gabarain construye un personaje enigmático (esas extrañas terapias con abejas), tan duro por fuera (sus gestos, sus andares, hasta su forma de vestir) como dulce y empático en su fondo. La tía Lourdes será el refugio que encuentre Lucía en ese proceso para conocerse mejor. Lucía nació niño, el hijo pequeño de Ane, el tercero de la familia. Al que llamaron Aitor. Pero Aitor siempre se sintió extraña en su cuerpo. «No hay cosas de niñas y de niños», le dice su madre, comprensiva porque su hijo pequeño se deje el pelo largo, se pinte las uñas. Pero Ane no termina de comprender lo que le pasa a su hijo (a su hija) cuando prefiere que no le llamen por el nombre de su bautizo y hable de sí misma en femenino. Es la tía Lourdes la que empezará a comprender, la que acompañará a Lucía en ese camino de conocimiento personal y la que guiará a Ane por el mejor camino para ayudar a su hija, interpretada por una estupendísima Sofía Otero, que ganó el premio de la Berlinale a mejor interpretación y que no pudo aspirar a un Goya porque, desde 2016, no caben las nominaciones para los menores de 16 años.
Eso sí, Otero estuvo en el escenario y entregó orgullosa (y llorosa) el premio a Gabarain, su tía Lourdes en esta ficción sobre la realidad trans en la infancia. Juntas comparten una escena deliciosa. Lourdes está planchando. Lucía se fija en fotos antiguas donde hay cadáveres y grandes velas de funeral.
-¿Yo me puedo morir para nacer otra vez siendo chica?-, pregunta Lucía.
-Pero, ¿para qué te vas a morir? Si ya eres una chica. Y muy guapa.
Mejor interpretación masculina de reparto
José Coronado, en 'Cerrar los ojos'
Hay un momento de la película en el que Miguel Garay, el director de cine interpretado por Manolo Solo en 'Cerrar los ojos', se mete en un trastero como quien se adentra en su pasado. Ahí dentro hay un montón de objetos guardados, encerrados y olvidados como solo se guardan, se encierran o se olvidan los recuerdos. Hay fotos, hay recortes, hay libros que un día fueron importantes y hoy todavía sí o tal vez ya no. Miguel intenta encender la luz de ese trastero que es parte de su vida. Y no funciona. Así que tiene que recurrir a una linterna. Y con ella busca, en una imagen perfecta de cómo funciona la memoria. Con esa linternita (nuestra memoria) solo podemos iluminar una pequeña parte de nuestro pasado.
La mayor parte de la habitación permanece siempre en la oscuridad.
'Cerrar los ojos' habla sobre eso, creo. Sobre la memoria. Sobre los recuerdos. Miguel fue amigo de Julio, un actor famoso interpretado por José Coronado con una sutileza que le ha valido el Goya a la mejor interpretación masculina de reparto.
Un día de 1990, cuando Miguel y Julio rodaban una película, el actor desaparece. Nada se ha vuelto a saber de él. Hasta que 22 años después, Miguel (convocado por un programa que busca a personas desaparecidas) decide aventurarse e intenta encontrar a su amigo. La búsqueda regala una primera parte de la película morosa, lenta en exceso, como si cocinara a fuego demasiado lento el tercio final, cuando aparece Julio, con su memoria perdida. El personaje de José Coronado ahora es conocido como Gardel. No recuerda nada. Ha perdido todo asidero con su pasado. Trabaja en una residencia de ancianos, como manitas, como hombre de mantenimiento. Y allí lo acogen con un techo y sin hacer demasiadas preguntas a ese hombre solitario, silencioso, que olvidó todo lo que un día fue.
Miguel, el director, habla con un neurólogo que le dice: «La memoria es muy importante, pero una persona no es solo memoria. Es también sentimiento, sensibilidad». Porque a veces los recuerdos no se encuentran en lo elaborado por la razón, sino en algo más profundo y sensorial: como una película, una caricia, una canción (un tango, quizá). Ese tramo final, en un cine, lo confirma. Nuestros recuerdos son también lo que un día sentimos. Y todo eso está resumido en un plano final de Coronado que bien vale un Goya.
Mejor canción
Rigoberta Bandini por 'Te estoy amando locamente'
«Yo te quiero querer, sin miedo a que puedan volver», dice una de las estrofas de 'Yo solo quiero amor', el tema con el que Rigoberta Bandini ha ganado el Goya a mejor canción. Suena al final de 'Te estoy amando locamente', una tragicomedia que explora el nacimiento del movimiento LGTBI en la Sevilla de finales de los años 70. Franco ha muerto. La democracia avanza en España, pero la homosexualidad todavía es delito y el colectivo sigue perseguido bajo la acusación de escándalo público.
En ese momento vive Miguel, un chaval de 17 años que parece empujado a estudiar Derecho (para complacer a su madre) cuando él solo quiere convertirse en cantante y usar el programa 'Gente joven' como trampolín. Miguel es homosexual. Y emprende durante la película un viaje hacia la libertad que vive al mismo tiempo que su madre aprende a comprender.
La canción de Rigoberta Bandini explota al final de la cinta con la fuerza de un himno cantado en los 70, pero cuyos ecos resuenan en pleno 2024. «Las cosas están cambiando, pero no han cambiado todavía», dice Madame 2000, uno de los personajes de la película. Y esa frase se repite al final, escrita en la pantalla, mientras de fondo se escucha eso de «yo te quiero querer, sin miedo a que puedan volver», como conjuro frente a las políticas que amenazan con recortes de derechos.
Bandini (que fue finalista del Benidorm Fest por 'Ay, mamá') repite esa fórmula de canción inspiradora y empoderante, sí. Pero la banda sonora de 'Te estoy amando locamente' regala un momento musical todavía mejor. Es el uso que se hace de 'Granada' de Albéniz en una escena que tiene lugar durante un juicio. La pieza de la 'Suite Española' suena poderosa con el despliegue de unas pancartas que piden «Amnistía total, abolición de la ley de peligrosidad» e íntima y frágil cuando Miguel y su madre cruzan su mirada.