Palencia
«Cuando vea la harinera quemada, se me va a caer el alma al suelo»Pedro Alonso Pérez, el último molinero del almacén de Fontaneda en Aguilar, lamenta el incendio que arrasó la pasada semana un edificio al que echó el cierre en agosto de 1996
Nuria Estalayo
Aguilar de Campoo
Domingo, 9 de abril 2023, 00:03
Se enteró del incendio del pasado martes en la antigua fábrica de harinas de Fontaneda, su último destino como molinero, en Nava del Rey (Valladolid), su pueblo natal, donde ha ido a pasar estos días de Semana Santa. Asegura que la noticia le ha dejado «muy mal cuerpo y me ha dolido mucho». «Me ha sentado muy mal porque es una cosa que quería. Por allí voy de paseo todos los días y la veía a diario, y ahora cuando vaya y la vea otra vez, se me va a caer el alma al suelo porque he estado muchos años allí trabajando», señala con pesar.
Le alivia algo pensar que parte de la fábrica no se ha quemado. «Por las fotografías que he visto en El Norte de Castilla, creo que la fábrica en sí no se ha quemado, lo que se han quemado han sido los almacenes y los silos de la harina, pero cuando vaya por allí y pueda entrar a verlo ya sabré como está», indica. «Porque iré a verlo», recalca.
Pedro Alonso Pérez, el último jefe molinero de Fontaneda, echó la llave para siempre a la puerta de la fábrica de harinas cuando decidieron cerrarla en agosto de 1996.
Desde que la cerraron, ha entrado varias veces a verla. «Al estar abandonada, estaba sucia. Y viéndola como la he visto siempre tan brillante y tan limpia, pues claro que me sentaba mal verla sucia», comenta. «La maquinaria estaba ahí y daba pena ver cómo se habían ido llevando las correas de todas las máquinas y los cilindros», agrega.
«Si se pudiera recuperar y darle un valor estaría bien porque además está en un sitio precioso, con un salto de agua para mover la fábrica muy bonito que se podía haber hecho un salto eléctrico para generar energía. Pero no se ha hecho nada y es una pena, porque es un sitio encantador», asegura.
Pedro Alonso Pérez, de 78 años y padre de cinco hijos, se inició en el mundo de la harina y las moliendas en su pueblo. Allí empezó a trabajar en la fábrica de harinas a los 14 años. Antes de llegar a la harinera de Aguilar recorrió un amplio periplo por varias fábricas del país. En Nava del Rey estuvo hasta los 29 años y de allí se trasladó a Vitoria también de molinero, donde permaneció durante siete años. Luego le ofrecieron el puesto de jefe molinero en Borjas Blancas y se fue a la provincia de Lérida, y más tarde, a otra harinera de Villacastín (Segovia).
«Estando en Villacastín me llamaron de la fábrica de Fontaneda en 1984. Como no llevaba mucho trabajando allí, al principio no sé qué me daba irme, pero tanto me insistieron que al final llegué a Aguilar en 1985 y allí estuve en la harinera hasta que la cerraron cuando vendió Fontaneda la fábrica a Nabisco en el año 1996», recuerda.
Con 52 años fue trasladado a la factoría de galletas al cerrar la harinera. «Comencé a trabajar en las galletas, que no lo había visto nunca. Conocía la harina pero no las galletas, y estuve de encargado en el turno de noche en la sección de envasados en la fábrica de galletas ya propiedad de Nabisco. Allí estuve hasta que me ofrecieron la prejubilación con 55 años», recuerda Pedro Alonso.
Del mismo modo, rememora cómo era su labor en la fábrica de harinas de Aguilar. «Mi trabajo en la harinera era el de jefe de molinero, que la molienda fuera perfecta y buscar la harina limpia», describe. «Toda la harina que se hacía se gastaba en la fábrica de galletas de Fontaneda y, como era una fábrica pequeña, pues estaba muy contento y muy a gusto porque no molía más de 40.000 kilos diarios y estábamos muy bien», recuerda.
«La gente que trabajábamos allí éramos como una familia, éramos sobre 14 o 15 en tres turnos. La fábrica tenía una parte que era una huerta y había un hortelano y otros dos o tres obreros y todo dependía de la fábrica de harinas, porque yo llevaba la fábrica y estaba también pendiente de la huerta y de una labranza que tenía Fontaneda», hace memoria el molinero, apesadumbrado por la pérdida que ha supuesto la quema de esa factoría, que siempre formará una muy importante parte de su vida profesional y también personal.
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