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Fernando Caballero
Jueves, 3 de septiembre 2015, 13:07
Madrileño, de 80 años, dejó la Medicina por la interpretación. Conocido por papeles míticos, como el Algarrobo de Curro Jiménez, Álvaro de Luna tiene una vida palentina: está casado con Carmen Barajas, hija de un funcionario de Tráfico, Carlos Barajas, cofundador en 1956 del Club de Amigos de Alemania y conocido en los años sesenta y principios de los sesenta del siglo XX por haber ejercido como examinador de carné de conducir. Álvaro de Luna tiene a sus espaldas una amplia trayectoria en el cine, la televisión y el teatro. Hoy representará en el teatro Ortega El hijo de la novia, junto a Juanjo Artero premio al mejor actor del Festival de Teatro Ciudad de Palencia de 2013, Tina Sáez, Mikel Laskurain y Dorleta Urretabizkaia. El actor habló con El Norte el martes desde Denia, donde también representó la obra.
Palencia es una ciudad para usted muy querida...
Y muy apreciada. Lo he pasado muy bien en el café El Palentino tomando el aperitivo con mi suegro. Yo me iba a Palencia todos los fines de semana cuando acababa de trabajar. Tengo unos recuerdos magníficos.
¿Cómo un actor de Madrid se ennovia de una palentina?
Yo estaba haciendo teatro en Madrid y un día apareció Carmen Barajas y hasta hoy. Ella fue al teatro porque era amiga del director de publicidad, Sanchito Gracia, que también era amigo mio. En el camerino empezamos a charlar, luego nos fuimos a cenar, empezamos a salir... y todavía no hemos terminado.
¿Siguen viniendo por Palencia?
Vamos poco, porque mis cuñados ya no viven en Palencia y familia directa tenemos allí muy poca, pero me apetece ir y dar una vuelta. Hace tiempo que no vamos por motivos de trabajo.
¿Por qué si estudió Medicina se dedicó a la interpretación?
Fue un paso extraño. Inexplicablemente, cuando yo tenía 22 o 23 años, en la piscina del Sindicato Español Universitario, donde yo entrenaba mucho, un día apareció Paco Lara, y nos ofreció a los amigos un trabajo de especialista para aquellas películas americanas que comenzaban a producirse en España. Fui, junto a varios atletas, entre ellos Miguel de la Cuadra Salcedo, con la sana intención de comprarme una moto. Yo no era excesivamente aficionado al cine, pero entré por ahí, empecé a conocerlo. Antonio Isasi-Isasmensi, con el que rodé Estambul 65, me enseñó a amar el cine, porque con él aprendí lo que era el oficio de pasar los sentimientos al espectador. Luego me fui a Italia a trabajar como especialista, y cuando volví a España, ya comencé a trabajar como actor. Con todo esto, la Medicina se fue quedando a un lado. Siempre he pensado que a mí me daba mucho miedo entrar en los cuerpos de las personas, y al final me he pasado la vida entrando en los sentimientos, que son más profundos que los cuerpos.
Es usted además un actor muy querido
He trabajado en muchas películas, he interpretado muchos personajes, algunos que la gente todavía recuerda, como La barraca, Curro Jiménez o Régimen abierto, que debió ser una de las primeras series policiales de televisión en España Soy un actor que creo que he trabajado como se debe trabajar, con honestidad, intentando darlo todo, y que he tenido mucha suerte. Soy un actor con unas condiciones físicas ni de belleza ni de altura, soy un señor normal, de la calle, pero todavía, ya con 80 años, me siento bien. La cercanía con actores jóvenes nos mantiene a los veteranos relativamente jóvenes, porque nos acercamos a las alegrías, a las ilusiones, a las necesidades de la gente joven.
¿En qué género de los que ha cultivado se siente más a gusto?
Creo que me ha tratado muy bien la televisión. Sin embargo, el teatro tiene una profundidad que es única en cada momento. Lo que se está haciendo no tiene repetición. El cine es otro tipo de trabajo, ya que se tiene el tiempo suficiente de pensar lo que vas a hacer al día siguiente. El cine tiene otro problema, que estás en mano absolutamente del director. En el teatro, el actor es el dueño de lo que está haciendo desde que se levanta el telón y empieza el silencio, y en un momento de la función se produce el silencio del silencio, que es cuando en ese silencio de un patio de butacas ocurre algo en el escenario y los actores notamos que hay más silencio.
¿Y cómo se siente el actor cuando se rompe el silencio al final con los aplausos del público?
Es una responsabilidad admitir esos aplausos. El sentimiento que se tiene sobre esos aplausos no soy capaz de describirlo. Teóricamente debes estar acostumbrado, pero siempre te sorprenden. Yo lo tomo como un agradecimiento del público al rato que le has hecho pasar.
¿El actor percibe si al público no le ha gustado la obra?
En mis muchos años de trabajo me ha pasado de todo. En el teatro Marquina de Madrid se levantó un señor de la fila tres, número 1, que es justo el centro del patio de butacas, pegó con el paraguas en el escenario y dijo: Muy mal el director, muy mal el autor y muy mal los actores, y se marchó. Fue una representación de La noche de los cien pájaros, una comedia de Jaime Salón que tuvo un gran éxito.
El hijo de la novia es una obra que fue primero una película de cine. No es esto muy habitual.
No es habitual, porque es el teatro el que ha dado lugar a las obras de cine. La dificultad que esto supone es que hay que reescribir la obra en el sentido de que en un escenario no puedes dar al espectador la posibilidad de describir los paisajes, la ciudad, la llegada del coche... No puedes, porque no tienes tiempo y el escenario no te da para tanto. El hijo de la novia en teatro está muy bien inventada, porque ha creado una fórmula que se entiende. El teatro es la palabra, y una de sus grandes dificultades es que el lenguaje hay que usarlo lo mejor que sepamos.
El Alzheimer aparece en el transfondo de la obra.
Juan José Campanella, el autor, inventó una historia preciosa, de lucha, de ilusión, de amor en cada momento. Los personajes están muy bien escritos porque todos tienen ternura y un reconocimiento hacia el otro. El Alzheimer es una enfermedad que nos está llegando a todas las familias. Es una enfermedad que te lleva, aparentemente por fuera, a ser un poco sarmiento, a tener la sensación de que no estás vivo, de que no te enteras de lo que ocurre.
¿Cómo es su relación con actores más jóvenes, como Juanjo Artero?
Juanjo era el niño de Verano azul cuando yo ya estaba haciendo Curro Jiménez. Con los jóvenes, te sorprendes de que siempre aprendes, porque los actores ahora tienen mucha más preparación que la que tuvimos nosotros. Tienen un gran interés por el trabajo que hacen. Lo hacen con mucha responsabilidad, y la responsabilidad es muy importante. Te da la posibilidad de que aun no saliendo bien tu trabajo, estés contento con él.
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