Los otros ensayos de Viñalta
Los franquistas crearon allí un campo de concentración entre 1937 y 1939
Si usted, lector, entra en Internet, abre Google, escribe en el buscador las palabras 'campos' y 'Viñalta' y da al intro, le aparecerán a buen ... seguro numerosas entradas con informaciones relativas a los campos de ensayo de cultivos que la Escuela de Capacitación Agraria de Viñalta lleva a cabo en esa zona de Palencia. Fertilización con dosis de abonado en trigo, cebada o maíz; demostraciones de variedades de maíz y colza de ciclo corto, así como abonado en alfalfa con aporte azufre prill, son algunas de las experiencias que realiza el personal del centro de formación y de las que podrá saber a través de Internet. Pero si vuelve a hacer otra búsqueda y añade a esos términos de 'campos' y 'Viñalta' el de 'concentración', las referencias serán mucho menores, y casi con seguridad una de las primeras entradas sea la de la página web 'Los campos de concentración de Franco', del periodista Carlos Hernández de Miguel, quien, con el título 'Los campos de concentración de Franco. Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas', ha publicado un libro en donde, a través de archivos y de testimonios de supervivientes, documenta hasta 296 campos de concentración en España, 24 de ellos en Castilla y León. Y dentro de esos 24 está el de Viñalta, campo estable en una ubicación desconocida de la zona de Viñalta. Campo de ensayo para el sufrimiento, la humillación, el hambre y, en muchas ocasiones, la muerte. Campo donde no brotó ni una sola raíz, donde se sembró el odio y se segó la falta de libertades. Campo estable que estuvo siempre controlado por las tropas italianas, aunque las autoridades franquistas usaron en algunos momentos las Escuelas Berruguete y edificios como el Manicomio Viejo como campos paralelos. El campo de Viñalta operó al menos desde junio de 1937 hasta el 22 de mayo de 1939. Y esta es su tenebrosa historia.

Un plato de lentejas, canciones vascas en clave y espías 'rojos'
Según las notas que el periodista Carlos Hernández de Miguel ha recopilado para su libro 'Los campos de concentración de Franco. Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas', la prensa palentina aludía el 29 de octubre de 1938 a que el Daily Herald había informado a Londres de la llegada de cuarenta prisioneros británicos de las Brigadas Internacionales canjeados. Decía que, según el periódico inglés, tenían buen aspecto y «no tenían nada de que quejarse del trato recibido durante su cautiverio en el campo de Viñalta».
El 2 de noviembre del 38 era la prensa republicana la que daba su versión sobre el cautiverio de esos brigadistas británicos. Se cita a tres jóvenes entrevistados por la Agencia España. Dos de ellos afirmaban que, tras pasar por Burgos, fueron trasladados a un campo de concentración en Palencia «cuya dirección era enteramente italiana». «Cuentan que había muchos prisioneros vascos y que una joven iba cada tarde a cantarles canciones en su lengua materna. Cambiando el texto de estas canciones, les hacía llegar noticias, y los prisioneros vascos les respondían por el mismo medio (…). Uno de ellos, apellidado Atkinson, afirma que en el campo no les daban más que un plato de lentejas para todo el día», detalla Carlos Hernández refiriéndose a lo que contaba la prensa republicana.
El periodista también conserva notas en las que revela cómo, en marzo del 1939, hay un intercambio de documentación entre Martín Pinillos, el Cuartel General del Generalísimo y la Inspección General de la Guardia Civil alertando de la entrada de «espías rojos». «En el cruce aparece un listado de campos con sello de la Inspección General de la Guardia Civil, y aparece este campo con otros 33», señala Carlos Hernández de Miguel, que en su libro cuenta cómo hubo cerca de 300 campos de concentración en España, por los que pasaron entre 700.000 y un millón de prisioneros, con un número de víctimas directas que supera «con creces» las 10.000. En cuanto a las indirectas, el número es «incalculable», como lugar de tránsito antes de fusilamientos.
Carlos Hernández apunta que no habían pasado ni 48 horas desde la sublevación cuando se creó el primer campo de concentración. Fue el 19 de julio de 1936, cuando los regulares reforzaron la seguridad de la alcazaba de Zeluán, a 25 kilómetros de Melilla, en lo que entonces era el Protectorado Español, y encerraron allí a los primeros prisioneros. El campo de concentración que más tiempo permaneció abierto fue el de Miranda de Ebro, en Burgos, que duró hasta 1947.
En noviembre de 1936, se hacinaban en la cárcel provincial de Palencia miles de detenidos por el bando insurgente, y fue necesaria la utilización, a los mismos efectos represivos, del Viejo Manicomio, diseñado por el arquitecto Jerónimo Arroyo y construido en 1902 en la avenida de Manuel Rivera. También las Escuelas Berruguete, situadas junto a la estación de trenes, en la parte alta del antiguo Cuartel de Alfonso XIII, sirvieron como prisión habilitada. En ambos centros y en la cárcel provincial fueron llevados en masa los miles de detenidos en la capital, pero sobre todo quienes procedían de los atestados calabozos de pueblos como Dueñas, Baltanás, Paredes de Nava, Aguilar o Barruelo, según se destaca en el libro 'Cárceles y campos de concentración franquistas en Castilla y León', promovido por la Fundación 27 de Marzo y coordinado por Enrique Berzal de la Rosa y Javier Rodríguez González.
Eulogio Herrán llegó a las Escuelas Berruguete el 30 de agosto de 1936. Había sido detenido en su pueblo, Fuentes de Nava, donde había sido torturado e interrogado.
«En ellas el tiempo fue más estable, aunque no mucho. En ellas, la cama no era más blanda, que era tarima. De las comidas no puedo decir, pero sí describiré algo de las noches. Una noche, a la una, se presentan tres chulas vestidas a la moda de entonces (de falangistas) y mandan que nos levantáramos y, como no estábamos desnudos, pronto estuvimos peinados y vistosos. ¿Qué querían estas chuletas sinvergüenzas? Pues nada más que hacernos cantar el 'Cara al sol'. Otra noche, a las mismas horas, se presentaron otros dos chulos con la misma vestimenta, pegando algunos culatazos con el fusil y preguntando a algunos de dónde eran, y, cuando uno dijo que de Guardo, respondió el preguntón 'coño, de las minas'. Otra noche, aproximadamente a la mitad de la noche, fueron a sacar a uno de un local de arriba de nosotros y este se tiró por una ventana al patio. Se partió una pierna y, con los alaridos y el barullo que mangaron entre él y en el local y el pasillo, dormimos poco», se recoge en 'Herrán Alonso, Eulogio. Memorias de un anciano. Mi relación con Primitiva (1931-1941)', autoedición de 1999.
Eulogio fue trasladado después al Manicomio Viejo. «En el manicomio había dos plantas a la derecha de la escalera y otras dos a la izquierda, grandísimas. Todas estaban muy ocupadas, repletas. En medio había dos hiladas de hombres cabezas con cabezas, y a cada pared de las anteriores otra hilada pies con pies de los del medio, aunque no pegando unos con otros porque de unos a otros quedaba un buen pasillo. Nosotros nos colocamos todos juntos. Alguno pegaba en el rincón con la pared de los servicios, lavabos, urinarios y váteres. Así que por la noche entre unos que tardaban en acostarse y otros que se levantaban a hacer alguna necesidad, si no nos dormíamos nada más echarnos, luego solíamos tardar, porque incluso alguno tropezaba con nuestros pies», revela el libro. «Una noche, momentos antes de acostarnos, se presenta uno con un pistolón que tendría 40 centímetros de largo y boca un poco ancha, mandando cantar el 'Cara al sol' y a la vez diciendo 'el que quiera cantar, que cante, aquí no se obliga a nadie', pero el dedo índice lo llevaba pisando el gatillo», se relata en esa autoedición.
En paralelo a las Escuelas Berruguete y muy probablemente a otro edificio en el que actuaba la Comisión Clasificadora, los italianos tuvieron un campo de concentración bajo su control en Viñalta, creado a partir del 'depósito de transeúntes' levantado por los legionarios italianos del Corpo di Truppe Volontarie (CTV) en las afueras de la ciudad. La creación del campo de prisioneros de Viñalta, como en el resto del país, estuvo íntimamente ligada al desarrollo de la contienda y a la necesidad, por parte del 'Nuevo Estado', de confinar a una cantidad cada vez más ingente de prisioneros, pero también obedeció a una doble voluntad: la de los legionarios italianos de contar con mano de obra presidiaria para trabajar en el frente, y la de la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros (creada el 5 de julio de 1937, según la orden firmada por Franco y publicada en el BOE, con el coronel Luis Martín Pinillos al frente) de proceder a una clasificación rápida y rigurosa de los confinados.
La caída de Santander en agosto de 1937 y el apresamiento de más de 50.000 hombres llevó a la Inspección a proponer la creación de nuevos establecimientos de reclusión con objeto de dar salida a la ingente cantidad de prisioneros. Se pusieron en marcha así los de Valladolid (Santa Espina y Medina de Rioseco) y Palma de Mallorca, al tiempo que la Inspección estrechaba el cerco al depósito de transeúntes existente a las afueras de Palencia. Puesto al servicio de sus necesidades militares, en el verano de 1937 contaba con una población reclusa de 417 prisioneros de guerra, de ellos 183 procedentes del frente de Guadalajara y 284, del de Vizcaya. Como la gestión autónoma del recinto por parte de los italianos impedía llevar a cabo una clasificación exhaustiva de la población reclusa, la Inspección tomó cartas en el asunto y decidió hacerse con su control de manera definitiva.
Las negociaciones con los italianos no fueron fáciles, pues se resistían a entregar a los prisioneros, ya que los consideraban necesarios como mano de obra en reparaciones de material de guerra en los talleres de Torquemada y Calabazanos. A ello se sumaban ciertas dificultades materiales: no era probable que los italianos, una vez entregados los prisioneros, hicieran otro tanto con «las magníficas tiendas que tienen instaladas en este campo, con dobles paredes y capaces para 60 hombres». Estas circunstancias llevaron a las autoridades franquistas a proponer una nueva solución, favorable también a los intereses italianos: algunos de los prisioneros clasificados en el grupo 'B' podrían quedarse «prestando servicio en las tropas legionarias» cuando estas lo solicitasen.
Así se hizo: la Comisión Clasificadora de Palencia actuó con los 340 prisioneros existentes en octubre de 1937, y los italianos procedieron a solicitar presos para atender sus necesidades militares. Regentado por el teniente habilitado Fernando Henao Gutiérrez, su número de prisioneros fluctuaba en virtud del desarrollo de la contienda. Los incrementos más destacados se produjeron después de operaciones favorables a los sublevados en el frente Norte, especialmente tras la caída de Bilbao. Así, los 417 prisioneros de julio de 1937 descendieron a 101 un mes más tarde, pero a finales de septiembre ya eran 413. Este número fue descendiendo paulatinamente hasta los 130 del 20 de abril de 1939. Entre los presos confinados en el recinto palentino destaca la presencia del célebre poeta Gabriel Celaya, que fue clasificado el 2 de julio de 1937 junto a otros 24 compañeros.
El de Viñalta era un campo de clasificación para realizar la investigación y la selección de los internos. La principal función fue la de clasificar a los cautivos en tres grupos: los enemigos considerados irrecuperables (fusilados o condenados a largas penas de prisión en cárceles); los que, aun siendo contrarios al nuevo régimen, se consideraba que podían ser reeducados mediante el sometimiento, la humillación y los trabajos forzados, y por último, los considerados 'afectos' al Movimiento, que eran incorporados al Ejército nacional o quedaban en libertad siempre condicional, permaneciendo bajo la eterna vigilancia de autoridades civiles y militares de sus localidades de origen.
El campo de concentración de Viñalta dejó de funcionar a finales de abril de 1939, cuando el mando del Corpo di Truppe Volontarie consideró que ya no era necesario el trabajo de sus prisioneros. Los 130 que quedaban en su interior fueron trasladados, para completar la plantilla, al Batallón de Trabajadores número 90, que tenía su plana mayor en la localidad asturiana de Arriondas.
El 22 de mayo de 1939, la prensa palentina titulaba 'Despedida de los prisioneros en el Campo de Concentración de Viñalta'. La crónica decía que se celebró la despedida de los prisioneros «y de las tropas voluntarias italianas que los custodiaban, al mando del culto y activo brigadier Piero Barbi. Para los numerosos prisioneros que aún quedaban en el campo fue un día de fiesta y regocijo de los más grandes y memorables de su vida como que significaba la libertad de la mayoría de ellos, que marchan alegres, contentos y agradecidos a sus respectivos hogares, según expresión propia y manifestaciones constantes a sus generosos bienhechores, que les han ayudado a comprender las doctrinas de la nueva España, admirar a Italia y practicar la divina doctrina del Crucificado…».
La fiesta contó con «un rancho extraordinario» que se sirvió al mediodía en la solana del campo y los prisioneros «correctamente formados en la amplia explanada», entonaron con perfección los himnos 'Cara al Sol', 'Nacional', 'Orlamendi', 'El Legionario' y 'Giovinezza'.
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