La chica del súper estaba retirando las bandejas de carne caducada. Es un espectáculo extraño. No había nadie más: era a primera hora. Había llenado ... ya un carro e iba por el segundo, lo que quiere decir que ahí había muchas bandejas. Así que le pregunté si todo eso lo iban a tirar a la basura. Y como la cogí desprevenida y se lo pregunté muy amablemente y poniendo un poco cara de tonto, asintió con total naturalidad. Sí, claro, dijo. Como diciendo: es lógico, ¿no? ¿Qué quieres que hagamos? Pensé: no parece que este mundo tenga remedio. El dinero ha invadido nuestro cerebro y ya no podemos pensar de otra manera, eso pensé.
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Pero no sé. Luego me extrañó que tiraran todo eso. Es mucha pasta. Sería contradictorio que la tiraran. Así que me imaginé el tipo de cosas que podrían hacer con ella. Más o menos secretamente. Pero no me atrevo a escribirlas. Cada vez me da más miedo la ciencia-ficción, lo digo en serio. En cualquier caso, confiemos en que, al menos, el ministro de Consumo conozca el tema.
Es Alberto Garzón, el comunista. Por cierto, cuando hace poco sacó el tema de las macrogranjas y, a base de insultos, lo albardaron y lo empanaron y lo frieron como a una croqueta, supongo que sabía lo que hacía. Ni se inmutó ni se desdijo. Al fin y al cabo, él no es el ministro de Industria, claro. Porque, en el fondo (o sea, en el fondo fondo), todos pensamos lo mismo de las macrogranjas. ¿Quién no evitaría las macrogranjas si pudiera? ¿Quién no preferiría la vaca pastando alegremente en su prado? Pregúntale a cualquiera, de izquierdas o de derechas, que tengas a mano: si tú fueras una vaca, ¿qué pensarías? Todos te van a contestar lo mismo. Todos preferiríamos las verdes praderas a la jaula metálica.
Ah, pero eso no es posible. ¿No lo es? Al parecer, no lo es. Al parecer, las macrogranjas tienen sus ventajas. No es fácil decir claramente qué ventajas, pero seguro que tienen que ver con el dinero. Punto. La palabra rentabilidad, por ejemplo. Ya sabes lo que significa, ¿no? En fin, yo creo que esto lo entiende cualquiera. Hasta el dueño de la macrogranja. Tú le enseñas al dueño de la macrogranja dos chuletas y le dices: la número uno es de la bella pradera y la número dos es de tu bella macrogranja, ¿cuál prefieres? En esto del preferir todos somos igual de listos. Lo que defendamos luego depende ya de otras cosas.
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Si esto fuera una serie de ciencia-ficción tú sabrías perfectamente que, a la larga, iban a ganar las macrogranjas. Y que las vacas en bellas praderas acabarán desapareciendo. Pero esto no es ciencia-ficción, creo. Es la realidad. Es nuestra vida, ¿no?
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