El tiempo de las cerezas
Están pasando cosas en los museos, en los restaurantes, en la calle, en los locales de ensayo, en los bares, en las salas de exposiciones y en los despachos del poder. Y hay que mirarlo todo para poder contarlo
Aclaración inicial
Durante cuatro años y medio he escrito en este periódico una columna llamada 'El óxido de los días' donde he comentado la actualidad, no solo política sino también cultural, social y –sobre todo– costumbrista de nuestra ciudad. Posteriormente he escrito 55 'Vallisoletanías', textos más largos en los que he contado Valladolid sobre la base de lugares, personajes, y recuerdos. Ambas aventuras han terminado como tal. Las mejores columnas de 'El óxido de los días' han sido editadas por Península en un libro titulado 'Ya estoy escrito' y todas las 'Vallisoletanías' serán editadas por la editorial Difacil a finales de este año en un volumen recopilatorio. Por eso, es el momento de avanzar, no se pueden repetir fórmulas que funcionan solo por el hecho de que funcionan, hasta quemarlas. Las cosas se dejan arriba, no abajo. Lo hecho, hecho está. Y está bien ahí. Pero no quiero limitarme a eso. Están pasando cosas en mi ciudad hoy. Y quiero contarlas. No creo en la nostalgia –del griego 'nóstos' (regreso) y 'álgos' (dolor), es decir, dolor por regresar–. A mí el pasado no me duele en absoluto y no formo parte de este grupo de personas –cada vez mayor– que lo idealizan, en un sentido u otro. Yo vivo en el presente y me apasiona. A veces recuerdo y lo escribo, eso es todo.
Y, por todo lo anterior, he decidido que quiero seguir escribiendo a mi ciudad, intercalando los recuerdos con la actualidad. No podemos dejar de mirar lo que tenemos delante para centrarnos exclusivamente en el retrovisor. Pero tampoco podemos conducir sin mirar atrás. Y, sobre todo, tampoco quiero evitar comentar la actualidad y dar mi opinión sobre ella, porque están pasando cosas en los museos, en los restaurantes, en la calle, en los locales de ensayo, en los bares, en las salas de exposiciones y en los despachos del poder. Y hay que mirarlo todo para poder contarlo. Así que sirva lo anterior como aclaración para comenzar hoy esta página dominical en la que se intercalará todo lo anterior, sin orden, concierto y, me temo, con más pena que gloria. Empezamos.
Primavera política
Cuando, en 2015, el PP salió del Ayuntamiento de Valladolid, el ambiente general cambió. A mejor, claro. Aquello no solo fue bueno para el Ayuntamiento sino para toda la ciudad, y no necesariamente por políticas concretas o por proyectos considerados de modo individual sino por algo previo, anterior y mucho más importante: porque la alternancia es buena, por higiene democrática y para evitar que nadie patrimonialice las instituciones. La pulsión del político es perpetuarse, sobrevivir, mantenerse como sea, pensar que el poder le pertenece y que ellos son los dueños y no unos humildes servidores de cuanto tocan. Pero nada de eso: el Ayuntamiento no es del PP ni del PSOE. El Ayuntamiento es de los vallisoletanos y somos nosotros los que, democráticamente, decidimos quiénes queremos que nos gobiernen. Y ahora, que los vecinos han decidido que es tiempo de cambiar, me temo que también será para bien. Como siempre. O, al menos los primeros años, cuando todo está tomado por ese airecillo como de casa recién ventilada, con las puertas abriéndose de par en par y la luz entrando de nuevo en los despachos. Son unos meses –puede que años– de cambio de inercias y de propósitos de enmiendas, como cuando de pequeños empezábamos cuaderno y trimestre y te jurabas que esta vez 'sí que sí'. Pero, como hemos visto en otras ocasiones, luego es 'no que no' y poco a poco, la letra bonita deja paso a la misma letra fea. Esas puertas y esas ventanas se irán cerrando, el ambiente se oscurecerá de nuevo y los teléfonos abiertos tornarán en líneas cerradas. Es ley de vida. De cualquier modo, será curioso asistir de nuevo a esa fase en la que los concejales reciben a todo aquel que quiere una cita y que priorizan las relaciones públicas y la relación con la ciudad a la agenda política. Desfilarán por la Plaza Mayor todas las asociaciones, todos los colectivos y un millón de ofertas de colaboración y brillantes ideas que el tiempo ha sepultado al fondo del cajón. Es el tiempo de las cerezas, los días de vino y rosas y todo se ve impregnado por el ambiente dulzón de las buenas intenciones. A ver cuánto les dura. Y, sobre todo, vamos a ver si son capaces de tomar nota y recordar lo que pasa cuando la soberbia toma el mando. En Valladolid no nos faltan ejemplos. Por eso, si yo fuera uno de ellos colocaría eso de 'Memento mori' en cada despacho. Recuerda que el poder no es tuyo, político, sino de la gente, que es quien te lo ha dado. Y que, en cualquier caso, tarde o temprano terminará. Gracias a Dios, añadiría.
Tertulias de noche
Me encuentro en 'Cul de Sac' con Fernando de la Fuente 'Canas', que tiene los ojos como si se los hubiera dibujado Sansón. Hablamos de lo bueno que era Benjamín Pardo y me dice que, desde hace años, todos los jueves queda con la misma gente en los mismos bares y montan una tertulia improvisada en la que se habla de libros, de cine, de política y de actualidad. Tras unos minutos charlando constato que tiene un control total del mundo cultural, que se lo ha leído todo, que se lo ha visto todo y que está infinitamente más vivo que cualquier chaval de veinte años. Y creo que esa es una constante de la generación que me ha precedido y de la que lo hemos aprendido todo. Esta gente eran los primeros cuando había que trabajar, pero eran los primeros también cuando había que divertirse. Y, entre medias de ambas cosas, los libros, las películas y las exposiciones. Lo que sea menos quedarse en el sofá acochinados, aburridos, perdiéndose el respeto a sí mismos y con esa pátina de mediocridad que trae consigo el tedio. Me cuenta que el primer jueves que le venza la comodidad y se quede en casa estará acabado. Y estoy de acuerdo. Hay que volver a hablar en esos bares en los que ya sabías a quién te ibas a encontrar sin necesidad de quedar, hay que a aspirar al conocimiento, a la belleza y, sobre todo, al encuentro con el otro en noches memorables. Que no se nos olvide jamás: gobierne quien gobierne ese es el mejor Valladolid.
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