El poeta la conjuga en plural: las soledades. Y a decir verdad no entiendo el motivo. No llego a conocer si la inspiración poética se ... apoya en que son muy distintas o en que una vez que afloran son reiterativas. En mi caso, que soy más prosaico que lírico, más pragmático que soñador, me atengo sólo a dos: a una soledad esencial y a otra sobrevenida. Quizá mi escueta distinción se deba a que a lo largo de mi vida he tratado mucho más con locos, que son el sismógrafo de la soledad, que con quienes supuestamente escapan de la locura. Durante muchos años nos hicimos compañía.
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Para mí, la soledad esencial es la propia de los locos, mientras que a los cuerdos les adscribo la sobrevenida. Aunque vaya usted a saber en cada caso quién es loco y quién cuerdo. Y el que menos lo sabe, y esto es necesario afirmarlo como una advertencia contra ingenuos, es el especialista, que en general ha perdido el sentido común y solo se guía por el catecismo de su disciplina.
Los ciudadanos, en general, cuando observan sujetos raros, extraños o que simplemente se apartan de lo normal, y que sin pensarlo dos veces califican de locos, lo único que aciertan a destacar son las rarezas que hacen o los extravíos que aciertan a contar. Pero debajo de esas pamplinas, que bullen en la superficie de las personas atormentadas, hay un denominador común: la profunda soledad. La soledad de raíz, la que proviene de la infancia y cuesta rellenar. La que es como un tonel sin fondo que no se acaba de completar.
A veces me preguntan si puedo definir a un loco. Y siempre me viene la misma respuesta: alguien condenado a la soledad. A la soledad honda, a esa que apenas conoce compañía que la pueda rescatar. La diferencia entre locura y cordura no es nada más que la línea que separa –y une– a los que están solos a fondo de los que sólo sienten la soledad.
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Naturalmente, la diferencia entre ser y sentir no está clara. Lo estaría si las soledades no fueran plurales, como acabo de decir, y para ello doy más la razón al poeta que a mí mismo. Hay muchas formas de estar solo, lo que no resta importancia ni precisión a mi anterior definición de loco. A lo sumo pone en evidencia que nadie está loco ni cuerdo del todo, y que afortunadamente la locura sabe reptar hacia la cordura y hacerse un hueco entre los demás.
Como prueba de la ambigüedad que confunde todas las soledades, recuerdo esa idea amarga y fatal, tantas veces citada, acerca de que estando acompañado te puedes sentir más solo que nunca. Quizá sea la compañía, más que su ausencia, la que confirma la soledad íntima de todos. Ese aislamiento compartido que llevó a Rilke a describir el amor como «dos soledades que se protegen, se completan, se limitan y se inclinan la una hacia la otra». Dos soledades que nunca dejan de estarlo. Los locos no saben compartirla y viven solos la soledad.
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