Una semana de sectarismo
«Harían bien algunos católicos en entender que esos a los que increpan, desprecian y eventualmente insultan son sus vecinos y tienen los mismos derechos que ellos»
Batucada gay ante el Sagrado Corazón
El sábado pasado coincidieron en el espacio y en el tiempo la celebración del Año Jubilar del Corazón de Jesús y una batucada del 'Zorrilla's Fest', un festival cultural LGBTI promovido por Fundación Triángulo. La mayor parte de los participantes en ambos eventos era civilizada, educada y pacífica, pero bastan un par de cafres en cada esquina para que la calle se convierta en un ring, surjan los enfrentamientos y el barriobajerismo lo empañe todo. Parece ser que un grupo de ancianos increpó a uno de los miembros del festival por su falta de respeto al hacer ruido a su paso por la Catedral y que esta persona les respondió llamándolos fascistas para, acto seguido, llevar la batucada a la Plaza de la Libertad e intensificar el sonido de los tambores, lo que impidió que la gente escuchara el alegato en favor de los colectivos vulnerables que lanzaba en ese momento el arzobispo Argüello, que decidió rebajar la tensión haciendo una llamada al respeto por parte de todos. Esa manifestación estaba autorizada por la Subdelegación del Gobierno, por lo que nada que decir. Solo faltaría. Pero el acto en la Catedral también estaba perfectamente anunciado, así que tampoco se les puede echar nada en cara. Porque el mismo derecho que tienen los católicos para rezar delante del Sagrado Corazón es el que tienen los miembros de la Fundación Triángulo para tocar los tambores y reivindicar sus derechos. Y viceversa. De cualquier modo, creo que harían bien algunos católicos en entender que esos a los que increpan, desprecian y eventualmente insultan son sus vecinos y tienen los mismos derechos que ellos. Pero, sobre todo, son sus hermanos. Suyo es el Reino de los Cielos y no entender esto es tener una visión de nuestra religión, cuanto menos, particular. Pero, desde luego, la educación y el sentido común dictan que puedes dejar de tocar los tambores –y los cojones– unos minutos mientras pasas por el medio de una celebración religiosa, aunque tengas derecho. Se trata de respeto, exactamente del mismo respeto que ellos exigen y, además, por el mismo motivo. Y la educación y la elegancia para no molestar están muy por delante de un papelito que te permita hacerlo. No todo en la vida es una batalla y no es necesario ideologizar hasta la epíclesis. Entre los católicos presentes, había gays. Entre los gays del festival, había católicos. Y esa basura que pretende identificar nuestra fe con la extrema derecha y a los homosexuales como el enemigo está al mismo nivel que la basura de enfrente, que pretende identificar la homosexualidad con la izquierda y a los católicos con el fascismo. Las dos mismas caras de una tragedia. Creo que unos podrían haber adelantado un poco el acto y los otros haberlo pospuesto otro poco. Y todo eso en silencio. Pero me temo que todo esto refleja muy bien lo que pasa en España: unos cuantos descerebrados hacen el ridículo con comportamientos simétricos mientras la mayor parte los miramos sintiendo vergüenza ajena. Y viendo a algunos políticos locales intentando convencernos de que Valladolid ha pasado de ser 'El Dorado' de los derechos humanos a poco menos que una avanzadilla del infierno de Dante, no podemos sino sospechar que este ridículo no ha hecho más que comenzar.
El lío de Seminci
Gallardo dijo el jueves que la bandera gay es «un trapo arcoíris que une a la plutocracia internacional con la izquierda más sectaria». Teniendo en cuenta que la 'plutocracia' es una forma de gobierno en que el poder está en manos de los más ricos, a uno le queda la duda de si, al decir eso, estaba refiriéndose a ellos mismos. Porque en Vox hay mucho rico. Y mucho gay. En cualquier caso, el propio Gallardo criticó en su momento a Seminci por tener 'desviaciones ideológicas' y por «favorecer la ingeniería social, de género y verde». Así que, con estos antecedentes, el PP ha decidido apartar Seminci de las manos de Vox. Y el PSOE, en vez de respirar aliviado, está que trina, porque se les acaba el chollito que preveían. Nada les habría gustado tanto como ver a Gallardo cambiando el nombre del festival para que volviera a ser la 'Semana Internacional de Cine Religioso y de Valores Humanos de Valladolid', que es como empezó y que les aseguraba una buena batucada en la alfombra roja. Aunque si por la izquierda fuera, se llamaría directamente 'Semana Internacional de Cine Progresista y Comprometidísimo de Valladolid'. Lamentablemente ambos tienen algo de razón en su crítica. Hace tiempo que la calidad del festival ha caído por repetir insaciablemente la historia de esa niña de Mali que sueña con ser poeta mientras el machismo lo destruye todo, la súper sorpresa de una peli ambientada en la guerra civil o la novedosa historia de un bailarín maltratado por su homosexualidad. Pero, desde luego, mucho me temo que, si fuera por Gallardo, nos ponían en bucle 'Marcelino Pan y Vino'. La Cultura instrumentalizada por unos y por otros para abrir heridas en lugar de para sanarlas. Y, de nuevo, los del medio, felices y ajenos a la gresca viendo Indiana Jones.
Un Palacio de Congresos
Por cierto, que la Gala de los Goya sigue adelante y tendrá lugar en la Feria de Muestras, que ni está preparada ni es bonita. Porque lo que hace falta, que es un Palacio de Congresos, no lo tenemos. La Asociación de Hoteles de Valladolid reclaman la construcción de uno para aprovechar las oportunidades que tenemos con nuestra cercanía a Madrid y la conexión AVE. Y he de decir que tienen toda la razón. El turismo de congresos es muy interesante, muy rentable y poco problemático y tenemos una ventaja competitiva enorme y única que no estamos aprovechando. Con las sobras y las migajas de los eventos que Madrid no puede asumir, la ciudad adquiriría un impulso enorme. Estar a menos de una hora de Chamartín y no tener Palacio de Congresos es como tener salida al mar y no tener puerto. Si lo hacen, podrían aprovechar para utilizarlo como una especie de sambódromo para batucadas. Un batucadómetro. Y que pongan un instrumento que mida bien los decibelios. Y la intensidad de carga moral de las pelis y de sectarismo en los guiones de las galas. Y, ya que estamos, que mida también la vergüenza ajena.
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