Ibarrola

Las pantallas

«Sí parece más seguro y peligroso es la posibilidad de que, confundidos por la luz, muchos se arrojen en el estanque de la pantalla como lo hizo Narciso deslumbrado por sí mismo»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 3 de diciembre 2021, 07:09

En esta época enmarañada el trato con las pantallas ha adquirido una dimensión trascendente. La relación con las formas virtuales revela una importancia inesperada. Si ... en algún dato sociológico podemos coincidir casi todos es en la eclosión de la imagen en nuestro espacio vital. Vivimos en un siglo de ojos desorbitados. Al menos, si lo comparamos con el que precede, identificado como siglo del símbolo y la palabra.

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El llamado 'giro lingüístico' nos permite reconocer la cultura del siglo XX. Un sinfín de pensadores, Cassirer, Wittgenstein, Benjamin, Heidegger, Freud o Lacan, hicieron de la palabra el alimento y el objetivo básicos de su estudio. Nada escapaba al protagonismo del lenguaje, que hacía de su presencia un requisito imprescindible para el conocimiento empírico o la especulación abstracta.

Sin embargo, de la noche a la mañana, con esa rapidez con que discurre ahora todo, el lenguaje se ha encogido y ha cedido el escenario a lo pictórico, a lo imaginativo. La «idea» se ha desentendido de la palabra y ha recuperado su origen etimológico, que no es otro que el de la «mirada». El mundo se ha olvidado de que está escrito y ha dejado que las pantallas ocupen las calles, los trabajos, los estudios y los domicilios. Ya es muy difícil hablar con alguien sin que, de cuando en cuando, descarada o subrepticiamente, extraiga una pantalla del bolsillo y la contemple como quien recibe un encantamiento o sufre un hechizo. Ni siquiera lo más íntimo escapa a esa fatalidad, y los que están al corriente nos llaman la atención sobre el llamado 'sexting', esto es, sobre la exigencia creciente de que cualquier mensaje erótico se acompañe de una imagen sexual, si es que quiere ganar veracidad y mantener el atractivo.

Mi generación se educó bajo la costumbre de acudir al colegio con cartera, cuaderno, pizarra y pizarrín. Hoy, en cambio, dentro de la mochila ya no se lleva un pequeño encerado personal sino una tableta electrónica cuya pantalla se puebla con millones de píxeles con sólo apretar. La luz, el color y el brillo han sustituido el pálido surco de lo escrito.

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Nadie sabe las consecuencias de estos hábitos en la mentalidad de los ciudadanos. Es notorio que han de influir en las formas de conocimiento e incluso en el desarrollo neuronal. Pero no sabemos si será para bien o para mal. Probablemente no sea ni lo uno ni lo otro, sino ambos a la vez. Las personas mayores, en general, añorarán el pasado de la lectura, mientras que los jóvenes se ilusionarán con el futuro de lo que aún les queda por ver. Lo que en cambio sí parece más seguro y peligroso es la posibilidad de que, confundidos por la luz, muchos se arrojen en el estanque de la pantalla como lo hizo Narciso deslumbrado por sí mismo. En este caso, el deseo también se estrechará y perderá su sagrado contacto con Eros y Afrodita, que se olvidarán de nosotros en medio de un mundo intoxicado y depresivo.

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