Mikel Casal

El padrenuestro

Crónica del manicomio ·

«Los que proveníamos de colegio de jesuitas y pronto desembocamos en el laicismo, con la misma naturalidad con que los ríos recuperan su libertad llegando al mar, escuchamos la nueva traducción sin darle importancia»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 7 de enero 2022, 08:19

Mi amigo Coleman Silk, católico practicante como el que más, se niega a rezar el padrenuestro en su nueva versión de 1988, y hace ... de ello un motivo de indignación contra el materialismo de la Iglesia. Por aquellas fechas se llegó a un acuerdo entre los diferentes episcopados para repetir en lo sucesivo «perdona nuestras ofensas» donde antes se decía «perdona nuestras deudas».

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La justificación oficial del cambio se fundamentaba en el declive del antiguo sentido que tenía el perdón de las deudas en la ley judía, cuya remisión sabática se llevaba a cabo sistemáticamente cada siete años. Se vino a entender que, viviendo ya en los umbrales del siglo XXI, la variante latina debía ser traducida como 'ofensa', no como 'deuda', pues la palabra original había perdido su primitivo significado. Hasta entonces se le rogaba a Dios que nos perdonara las deudas que habíamos contraído con él, ya fuera por nuestras faltas o por darnos la vida, al igual que la ley mosaica intentaba reducir la desigualdad de los hombres corrigiendo de siete en siete años la avaricia de los prestamistas.

Los que proveníamos de colegio de jesuitas y pronto desembocamos en el laicismo, con la misma naturalidad con que los ríos recuperan su libertad llegando al mar, escuchamos la nueva traducción en alguna misa de compromiso, sin darle mayor importancia. Nos daba igual. Y, además, sabíamos recitar de memoria la versión latina, que nos reconfortaba más que la traducida porque aprendimos a rezar en su día sin saber lo que decíamos, aceptando la muda ritualidad. Pero mi amigo católico sospechó enseguida que se trataba de una tergiversación intencionada. Donde ponía «sicut et nos dimittimus debitoribus nostris», aunque el inestimable 'debitoribus' remitiera anacrónicamente a las deudas monetarias, a su juicio debía permanecer inmutable en cualquier versión, dejando que fuera el creyente mismo quien diera en cada caso el mejor sentido a la palabra. Tenía claro que el cambio no era nada más que una concesión de la Iglesia a la banca en plena ola neoliberal. Se empieza cediendo el lenguaje y después se entregan los hechos y se disfraza la realidad. Coleman teme que el comercio de las indulgencias, el antiguo negocio eclesiástico, prospere de nuevo en Roma aunque con otros aires monetarios y distintos acomodos.

Cree, además, que la palabra 'deuda' está más cargada de espiritualidad que la de 'ofensa'. Entiende que la vida no es otra cosa que la devolución de un crédito que recibimos al nacer y que debemos devolver sin plazo fijo pero sin pausa. Nos dieron un préstamo y desde la hora primera huimos del embargo.

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Y puesto que somos deudores antes que pecadores, Coleman reclama volver al padrenuestro original. Y le recuerda a la Iglesia, ya puestos a hacer memoria, que devuelva también todas sus deudas en materia de sexo, poder y dinero. Una suerte de desamortización voluntaria que no estaría de más.

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