Protestaba con amargura una de mis hijas porque su melliza le había pegado. Armado de mi auctoritas, mi potestas, mi valor y todos esos ... atributos que se nos suponen a los padres, traté de poner paz. Lo primero era preguntar qué había ocurrido y luego, ya saben, hacer un diagnóstico aproximado y tomar una decisión, si procede. Ardua tarea permanente de progenitor, que, lejos de atenuarse con el paso del tiempo, se complica.
Publicidad
Investigado el suceso e interrogada la presunta, todas las también supuestas cualidades de padre se desmoronaron ante la respuesta con media lengua de la acusada: «La he pegado porque me aburro». La víctima corroboró la versión y aquí paz y después gloria. Y uno tan atónito, como era de niño Belmonte, que escribió Chaves Nogales.
Aburrirse te puede llevar, sobre todo de crío, a buscar entretenimiento en sacudir al más cercano o a dejar la vicepresidencia de un gobierno. Son salidas que nos dejan pasmados, sin respuesta. El niño Pablo se aburre y no cabe otro argumentario. Que si hay que parar el fascismo que nos acecha; que ya me aburro del progresismo, feminismo y reformismo y que para matar tanto hastío necesito soltar unos guantazos a mi hermano de leche, junto a quien me desteté en esto de la política, no sin antes ofrecer a Iñigo mi más sincera amistad. Imagino los golpes dialécticos a quien fuera su amigo del alma y los azotes hasta que sangren que infligirá a las candidatas rivales que ¡oh casualidad! son mujeres.
Sobrecogido estoy ante el aburrimiento del chaval. Y presumo que, como en las carreras de Fórmula uno, solo se divertirá al principio y al final; el resto, la campaña, será dar tediosas vueltas sobre su ego.
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión