Pasé las Navidades de 2012 –con tres meses por delante y tres por detrás– en Qala i Naw, provincia de Herat, Afganistán. Durante una ... de las experiencias más singulares y de mayor intensidad de mi vida, me dediqué a dirigir los equipos de asesores españoles a la brigada del ejército afgano que desplegaba en esa provincia. 120 asesores dispersos entre Ludina, Moqur y el mismo Qala i Naw.
El asesor ayuda en el planeamiento de operaciones, instruye en el manejo de material, insiste en la coordinación para que la operación sea un todo y no un guirigay, acompaña en el momento del desarrollo de la operación para seguir la evolución sobre el terreno, en su puesto de mando y solicita los apoyos de los que carece el ejército afgano (helicópteros, drones y aviación, principalmente). Pero el asesor también vive, convive y da esperanza a su asesorado.
Día a día, mes a mes, se fue fraguando una relación que fue mucho más allá del mero consejo. Muchas mañanas de pistacho y té en el despacho del general Wafadar, muchas charlas, insustanciales unas y con más sustancia otras, mucha adaptación a su ritmo oriental, mucho respeto… y mucha constancia para intentar llegar a la verdadera importancia de su mejora como ejército.
Escribí a mi regreso un libro, 'Envíos afganos', que presenté en Valladolid con mi intérprete y mi editor, en el que relataba las peripecias de tan singular experiencia, siguiendo el hilo del general Wafadar como figura central que me llevaba a enlazar anécdotas y aprendizaje; más el mío que el suyo, probablemente. Un auténtico filón como análisis de personalidad, tanto por su estética como por su verbo fácil y abundante, su liderazgo desbordante y su optimismo contagioso. Pasó a ser 'Rafa' (Wafa…dar) entre los españoles, con esa coña imposible de erradicar incluso en los momentos más duros.
Hace un par de semanas me llamó mi intérprete, David. Aquel sin el que la misión habría sido imposible. Intérprete, consejero, tamiz de mis posibles errores, optimismo, memoria y mesura para la misión. Wafadar y su jefe de operaciones –me decía David– pedían ayuda para salir de su propio país.
Desde mis vacaciones en Sardón de Duero se me hacía difícil ver, conectar, saber, resolver, pero Kabul había pasado a ser primera y casi única noticia de este agosto que, como siempre, suele estar escaso de titulares. Este año los ha habido. El que fuera mi coronel jefe del equipo de reconstrucción provincial en aquellos meses lejanos es ya teniente general y he abusado de su puesto una y otra vez, a todas horas y todos los días. He abusado porque me lo ha permitido, porque ha consultado, porque se ha implicado hasta el más alto nivel de la jerarquía militar en intentar resolver la situación del general Wafadar, Rafa, y de su mano derecha. Quince personas en total a las puertas del aeropuerto que nos han supuesto barajar mil opciones con la embajada en Kabul, llenos de esperanzas y decepciones; de ventanas de oportunidad tan pronto abiertas como luego cerradas.
En traje de baño unas veces, recién levantado y sin lavar la cara otras, mientras preparaba la comida en las restantes… una y otra vez previendo opciones, poniendo en contacto a control de entradas y a familias, presionando a nuestra gente en la embajada sin agobiar pero sin cejar.
Se previeron salvoconductos, se facilitaron teléfonos, se enviaron pasaportes, se coordinaron horarios y distintos puntos de acceso, señas de identificación sencillas y eficaces… pero el cinturón externo de la seguridad del aeropuerto seguía siendo talibán. Ellos tenían la llave. Ellos son los que han decidido quién pasa y quién se queda. Ellos miran a la cara escudriñando la procedencia del que huye con pavor de su tierra con su familia «colgando». ¿Hacia dónde? ¿con qué acogida? ¿para hacer qué? ¿en qué idioma?... daba igual. Todo atrás. Una maleta, un móvil incandescente de tanto uso y unas esperanzas puestas en… sobrevivir, y en la ayuda española.
Rafa se queda, no así su coronel, del que prefiero no dar el nombre. Las decenas de llamadas, de indicaciones, de opciones –de alto riesgo alguna de ellas–, no le compensaron a Rafa. Al final, ha claudicado. Ha decidido quedarse y esperar clemencia de unos talibán versión 2.0 que dicen ahora, algo más dados al diálogo y a la aceptación internacional, algo menos terroristas, porque el terror es eficaz y genera pánico y el pánico inacción y huida de las masas que pierden su fuerza, y 70.000 ponen en desbandada a cientos de miles de personas.
Rafa está agradecido. Sabe que sus asesores y toda la cadena de españoles implicados en su evacuación han hecho todo lo posible. Ha sentido nuestro impulso, nuestra constancia, nuestras constantes muestras de apoyo, de consejos, de sugerencias, de opciones… pero no ha sido suficiente... con él. No con otros que ya están en España con su mezcla de satisfacción y miedo. Rafa se queda en Kabul. Ya no será general. Como siempre ha hecho el pueblo afgano, se adaptará, se mimetizará, se esconderá… sobrevivirá... A su mano derecha, nuestro coronel, le robaron todo los talibán y se quedaba a la espera, fuera, descompuesto… como nosotros, pero al final, cuando sonaba la campana se abrió una puerta (física, sin metáfora) y allí entraron sus siete familiares y él mismo. Hoy está en España (tampoco diré dónde) gozando de la acogida de nuestro país, sí, pero perdido y mirando con cierta angustia lo que le espera por delante en un país tan extraño para él.
«A su mano derecha, nuestro coronel, le robaron todo los talibán y se quedaba a la espera, fuera, descompuesto… como nosotros, pero al final, cuando sonaba la campana se abrió una puerta (física, sin metáfora) y allí entraron sus siete familiares y él mismo»
Con ellos pasé más de seis meses día a día, codo con codo, sufriendo fuego enemigo, viéndoles caer y, al mismo tiempo, vivir. Porque seguían viviendo. Era la guerra en sintonía con la vida. Con sus casas, sus familias, sus preocupaciones cotidianas. La guerra con entrega y tesón, pero con risas, historias de Qala i Naw, singularidades culturales, entendidos y malentendidos… era el ejército afgano que se ha desmoronado.
Tiempo habrá para analizar el porqué. Ahora se supone que ha finalizado la evacuación. Rafa estuvo cerca, lo estuvimos con él, pero cerca es igual que nada. Verá despegar su última esperanza gritando 'España' con su pañuelo rojo o amarillo, llorando y cogiendo fuerza para una nueva etapa de ese país único en el mundo, hecho de miseria y fortaleza, de tierra parda y azul de burka, de ejércitos que surgen y se desmoronan. Esperarán una nueva etapa, pero la afrontarán solos; ellos y sus enemigos, su país y sus problemas. Veinte años de ayuda. Algunos dicen que para nada. Ellos saben que no es así. Sirvieron de mucho aunque el análisis geopolítico no lo detecte pero, afortunadamente, la vida es mucho más que las relaciones internacionales. ¡Suerte Rafa!
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