En una de sus 'Eglogas', Virgilio escribió que «Dios se alegra con el número impar». Sorprende esta alegría y da que pensar. Es difícil permanecer ... pasivo o ajeno ante esta idea. En primera instancia, porque parece guardar una secreta malicia y quizá una ambición desmedida. En todo caso, demuestra un desprecio contundente por lo par y, en especial, por lo dual. Lo impar reclama con decisión y para sí lo excepcional, lo único, lo diferente. Prospera como si fuera la garantía de una autonomía plena que no precisa ayuda ni necesita complemento auxiliar.
Publicidad
Por eso sorprende que Dios tenga alegrías ocasionales, pues da a entender que a veces se muestra desanimado y triste. Y nos cuesta entender a un Dios tan débil y humano. Nos hace pensar en la consideración de Jenófanes, convencido de que si los bueyes tuvieran dioses tendría cara de buey. Quizá sea tan cierto que Dios nos creó a su imagen y semejanza, como su inverso, que nosotros creamos dioses antropocéntricos con figura y pasiones humanas.
Aún sorprende más que Dios se incline tan decididamente por lo impar. Dios no debería tener preferencias para no romper con su exquisita neutralidad, que es su virtud más lírica y justa. La atracción por lo impar proviene lógicamente del anhelo de Uno, que es el más impar de los impares. El Uno es la cifra del amor y del poder. Sentirse Uno es rechazar todo lo demás. Es recrearse en la unidad y desentenderse de quien deambula bajo su pedestal. El monoteísmo es la dictadura de Dios, la tiranía de un deicida que irrumpe en el Olimpo, desaloja a sus ocupantes y se hace con el poder total.
Todos los dioses, más o menos tarde, acaban creyéndose los verdaderos y exclusivos. Todos concluyen su epopeya destruyendo el politeísmo. Y todos, finalmente, incitan a las personas a luchar por ese reconocimiento selectivo. Además, para justificar su mando, este Dios omnipotente y algo fascista se presenta ante las personas con un muestrario de solicitudes incomprensibles y absurdas, a sabiendas de que el poder se demuestra mejor con órdenes arbitrarias y gratuitas.
Publicidad
Pero el Uno también es amor. Es amor único. Y esta fórmula nos proporciona un mejor aspecto del enfermo de poder. Pierde palidez. Aunque su ley particular obliga a amar a todos por igual y a ninguno por encima de otro. Es un amor que se cree perfecto por no discriminar ni admitir rivalidad. Nadie es preferible para quien domina la alegría impar. Salvo en un caso excepcional, ante el amor a Dios mismo, al que amarás sobre todas las cosas. Ley que rige para él mismo. Dios quiere que le amen y lo exige como primer mandamiento. Nunca está satisfecho y quiere más, lo que despierta justificadas dudas sobre su generosidad. Sin mayor pudor, cobra por su ayuda y pone precio a su sacrificio.
Pero, ¿quién es ese Virgilio que tanto nos anima a reflexionar? Fue un poeta romano que nació en el año 70 antes de Cristo.
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión