James Blunt no es lo más irritante
Los vallisoletanos le damos 200.000 euros para que toque en la Plaza Mayor, casi uno de cada cuatro del presupuesto en actuaciones
Recuerdo abrir 'The Guardian' en Londres en el verano de 2006 y encontrarme con los resultados de una encuesta que había consultado a los británicos acerca de las cosas que más los irritaban. Se llevaba la palma la típica llamada telefónica en la que te quieren vender algo, seguido de los atascos y de las personas que se intentan colar en las filas. En quinto lugar, aparecen los 'pelotas', seguidos por los exfumadores, los vecinos ruidosos, la gente que grita por el móvil, los hombres en chanclas y los estadounidenses. Los resultados muestran una lección de sabiduría en toda regla, desde luego no se me ocurre nada peor que un exfumador de Minnesotta con sus chanclas hawaianas hablando a voz en grito por el móvil mientras intenta colarse en el súper para hacerle la pelota al jefe. Solo le faltaría ir en bermudas al pobre señor, pero supongo que esa posibilidad, por Savile Row, ni siquiera se valora.
Es posible que el lector se haya quedado pensando en el cuarto puesto, que no ha sido mencionado. Y de modo premeditado, porque ahí es a donde quería llegar: la cuarta cosa que más irritaba por entonces a los británicos era James Blunt, el cantante estrella de nuestras fiestas. A James Blunt, en Gran Bretaña lo consideran más irritante que a un vecino ruidoso o, en un acto de misericordia infinita, que a un señor con chanclas, con sus pulgares peludos saludando al aire fresco de los Cotswolds.
Lo de los ingleses con James Blunt es tan transversal que el propio cantante ha llegado a mostrarse públicamente irritado consigo mismo y, sobre todo, con su 'hit' 'You are beautiful'. La canción fue un éxito tan descomunal en 2005 —a día de hoy sigue siendo el álbum debut de un artista británico más vendido en la historia— que «la gente tuvo que escucharla forzosamente y se convirtió en algo irritante», según ha explicado el propio Blunt. La verdad es que estaba hasta en la sopa: en la radio, en los bares, en la sala de espera del podólogo, en los anuncios de compresas de las pausas publicitarias de Los Serrano, que no sé cómo se llamarán allí. Quizá Los Soprano. Para rematar, recientemente Blunt ha aparecido en un video en redes sociales mofándose del asunto y repasando algunos de los apodos con los que su país se ha referido a él a lo largo de los años. «Me han llamado muchas cosas. El hombre más odiado del pop. Irritante. James Beige». «James Cunt», dice alguien al fondo.
Pues para que se le pase el berrinche, los vallisoletanos le vamos a pagar 200.000 euros para que toque en la Plaza Mayor, casi uno de cada cuatro euros del presupuesto en actuaciones. No llega al caché de un tal Jason Derulo, que nos cascó hace unos años 276.000, pero no está mal. Y más allá de la irritación, que es libre, como el miedo, creo que es una vergüenza gastarse 900.000€ en actuaciones, tenga el retorno que tenga. Y no sé muy bien en qué momento exacto se ha admitido que es un derecho fundamental del ciudadano escuchar música en directo en la Plaza Mayor; tampoco sé en qué instante se ha asumido como normal que los ciudadanos tengamos que pagar una cantidad de impuestos desorbitada para que se los lleve Chenoa, Sergio Dalma o un pinchadiscos pasadito de autoestima. El estado —del cual los ayuntamientos forman parte— es una cosa seria, necesaria y, desde luego, no nace para esto. Existe un principio de subsidiariedad por el cual se asume que las administraciones públicas deben intervenir solo cuando la iniciativa privada no puede cubrir una necesidad. Nadie me barre la casa, nadie me hace la comida, nadie me cuenta un cuento por las noches. Porque no es necesario. Solo en los casos en los que sí lo es—dependencia— aparece el estado y me parece muy bien. Pero hemos llegado a un punto de desorientación global tan grande que ya nadie se pregunta si quizá estamos confundiendo el estado de bienestar con una especie de asistencialismo infantilón y populista que nos trata como a menores de edad a los que hay que entretener con globitos y canciones. El estado de bienestar nació para garantizar educación, sanidad, pensiones y una red mínima de dignidad, no para que el contribuyente financie una industria del entretenimiento que poco o nada tiene que ver con la de la Cultura. Y esa deriva intelectual, aparentemente inocente, es la que vacía de contenido la política y la aleja de sus funciones para convertirla en un reparto de sonajeros.
En cualquier caso, no parece que hubiera problema para encontrar promotores dispuestos a traer a Blunt, a Jason Derulo o a quien corresponda a una sala privada, por lo que el estado aquí no pintaría nada. Y si hubiera problema, significaría que no hay demasiado interés en escucharlos o, al menos, que no hay interés en escucharlos a ese precio, por lo que el caché se situaría en el lugar que le corresponde y no en esta burbuja creada por los programadores públicos y los festivales —en realidad es lo mismo—, que costeando cachés inflados han matado a la música en salas, a los pequeños promotores de calidad —qué enorme pérdida fue el Café España—, y a la red de escena musical local. Intentando proteger la cultura, la mataron.
Ayuso le ha soltado casi medio millón a Gloria Stefan, en un ejercicio de ordoliberalismo y austeridad en el gasto que ya quisiera la CNT. El alcalde de Vigo —el personaje más siniestro de España— se ventila 2,3 millones en lucecitas de recinto ferial. Y la casa sin barrer. Solo una sociedad absolutamente rica y aburrida puede permitirse gastarse un millón de euros de sus ciudadanos en actuaciones en directo. Si realmente alguien quiere música en directo, que la pague, como hacemos con el cine o con la hípica. No pasa nada porque el ayuntamiento pague cuatro verbenas el día de sus ferias, pero esto, desde luego, es otro nivel de derroche. Nuestra ciudad cumple sobradamente en materia cultural pública a través de las salas de exposiciones, del Patio Herreriano, del Museo de Escultura, del Teatro Calderón, de la Semana Santa, de las bibliotecas municipales, de Seminci, del TAC, de las Casas de Zorrilla, Colón, Cervantes, etc. Por lo que quizá en la ciudad haya mucho que hacer antes de gastar el dinero público como si fuera confeti y como si saliese de un cajón sin fondo del que manan conciertos, cabalgatas y fuegos artificiales. Pero ahí estamos, felices, con James Blunt en la Plaza Mayor como si fuese la prueba suprema del progreso civilizatorio, de la alta cultura y del adelanto social. Lo de los hombres con chanclas no tiene un pase, es cierto. Pero que nadie se atreva a romper el círculo de la demagogia en el gasto es mucho peor. Eso es lo verdaderamente irritante.
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