De globos, prodigios y sueños
«Quien ha subido a un globo sabe que la sensación de elevarse con él sobre montañas, nubes y gentes no es la misma que cuando volamos en avión»
Hace ahora una semana que un globo –el cual acababa de sobrevolar la Plaza Mayor en fiestas– aterrizó en el vallisoletano barrio de Las Delicias. ... El piloto del mismo aclararía que no se había tratado exactamente de una emergencia, sino que un cambio en la predicción meteorológica le forzó a ello. Al no ser la intensidad de la luz ni la velocidad del viento las previstas, pareció más aconsejable descender en zona segura y acotada por la policía municipal, según había sido dispuesto con tiempo suficiente. En cualquier caso, y como reconocería el propio responsable del vuelo, la espectacularidad del hecho produjo una gran curiosidad y atrajo a un montón de público, ya que –según sus palabras– «no todos los días aterriza un globo aerostático a la puerta de tu casa».
Un globo, que es aire sobre el aire, representa como pocas cosas pueden hacerlo la ingravidez, la levedad de la vida. Su aparición en el cielo siempre resulta onírica, pues se asemeja en su vaivén suave al ondular de algunos sueños; y nos evoca el alto vuelo de aves fantásticas, prodigiosas, a las que nunca vamos a alcanzar. Un globo se mece del modo como de niños pensábamos que se movía la tierra en el firmamento. Un globo recuerda la inestabilidad del mundo, la fugacidad de aparentes seguridades, la esencia volátil de nuestras vidas y actos. Los globos constituyen una metáfora perfectamente oronda de la época de transformaciones e incertidumbres que vivimos. Una era en que se diría que el planeta entero, como un globo pinchado por los niños que somos, podría en un malhadado momento explotar y saltar en pedazos diseminados por el universo.
Porque el globo fue también promesa de futuro y signo de modernidad. Hoy, se sigue empleando –en su dimensión de ocio y deporte– como un emblema de tiempos más románticos en que empezó a hacerse realidad la aspiración humana de volar mediante extraños artilugios. De hecho, se relaciona icónicamente al globo aerostático con los relatos futuristas de Julio Verne, que incorporó este invento a sus novelas, pero solo de refilón a la que quedaría –en virtud de la masiva repercusión del cine– inextricablemente ligada a aquel.
El escritor publicó –primero por entregas en 1872 y luego como obra completa al año siguiente– 'La vuelta al mundo en ochenta días', una historia que sería objeto en el siglo pasado de varias versiones cinematográficas. Y que, narrando las aventuras de un caballero inglés y su mayordomo para ganar la apuesta de recorrer la tierra en el tiempo récord de 80 días, supone –también– un canto a los avances tecnológicos en el transporte, como el tren o los barcos de vapor.
Sin embargo, al famoso artefacto solo se le menciona en cuanto posibilidad que no llega a usarse, siendo la conexión entre los personajes y la imagen del globo una consecuencia del éxito de la famosa película de igual título producida por Michael Todd en 1956. Es este cineasta (inventor a su vez del sistema Todd-AO) el que presenta el filme al principio de la cinta, aludiendo –precisamente– al progreso técnico en una inequívoca declaración de intenciones. Lo paradójico es que dicho sistema, para cuya mayor gloria la película se hallaba concebida, sería sustituido por otro más innovador, SuperPanavisión en los años 60.
Hoy en día, cuando ciertas innovaciones tecnológicas causan la impresión de habernos transportado a los umbrales de una nueva humanidad y a las puertas de viajes a otros planetas como Marte, conviene reflexionar sobre detalles en apariencia insignificantes como ese que nos hacen descubrir la rapidez con que lo nuevo se vuelve viejo; o, para decirlo en los términos de Goya en sus 'Caprichos', cómo –demasiadas veces– «el sueño de la razón produce monstruos».
Quien ha subido a un globo sabe que la sensación de elevarse con él sobre montañas, nubes y gentes no es la misma que cuando volamos en avión. Que, a ratos, uno se siente –además– sin peso, ligero como en una pesadilla; o, en otros instantes, casi más allá de la existencia, como si hubiéramos muerto. Volar tiene algo de soñar. Y soñar algo de morir; de ascender como cenizas llevadas por el viento sobre la nada y el olvido.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.