IBARROLA

Es que yo soy así

CRÓNICA DEL MANICOMIO ·

«Si alguien sostiene que es quien es y que coincide consigo mismo, es que está ciego. No ve a los demás ni se conoce a sí mismo. Más que nada, porque no tiene nada que conocer»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 24 de febrero 2023, 00:31

Entre las justificaciones fáciles que tenemos a nuestro alcance, la de ser así es una de las más socorridas. Cuando alguien te contesta «es que ... yo soy así», lo mejor es no seguir adelante y renunciar a cualquier explicación. No merece la pena continuar. Con la Iglesia, Sancho, acabas de tropezar. Sufres la misma impresión que ante ese tipo de cuestiones que si no se entienden a la primera no se van a entender jamás. Si alguien no acepta que cuatro es la suma de dos más dos, es inútil tratar de denostárselo.

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Quien se presenta diciendo que «es así», en realidad viene a decir que no es de ninguna manera, es decir, que está hueco. Lo sorprendente, no obstante, es que la oquedad sea la condición de posibilidad de toda egolatría. Todo ególatra es un ser sin relleno. El narcisismo siempre está vacío. No hay nada detrás de las apariencias de cualquier egocéntrico. Solo hay aire, petulancia e inseguridad.

Si alguien sostiene que es quien es y que coincide consigo mismo, es que está ciego. No ve a los demás ni se conoce a sí mismo. Más que nada, porque no tiene nada que conocer. Carece de secreto que descubrir. No disfruta de intimidad, puesto que no tiene alcobas donde esconderse para vivir y gozar.

No poder dejar de ser como se es resulta lamentable. En cambio, despierta confianza quien no sabe del todo quién es. Nos da seguridad porque es un sujeto curioso, que busca sin tregua, aunque lo haga sin garantías y no llegue a encontrar lo que anhela. Las personas felices y seguras de sí mismas, en las que normalmente puedes confiar, son seres que solo están seguros de su inseguridad.

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Esa es toda su garantía de poder y autoridad. La autoridad sobre sí mismo es la virtud más noble que humanamente podemos encontrar. La poseen quienes, sin llegar a ser insatisfechos, no hay nada que les pueda colmar. Viven observándose y observando a los demás. Viven queriendo y queriéndose, o preguntándose por qué no se quieren más.

Corre la voz entre antropólogos, sociólogos y psicólogos que las personas huecas son cada vez más numerosas y que, incluso hoy en día, ya son mayoría en el censo occidental. Los sujetos incompletos, porosos, sin núcleo ni centro de gravedad son el modelo de nuestros tiempos.

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Consumen y compran pero no tienen deseos en sentido estricto. Son analfabetos emocionales, que antes que tratarse directamente entre ellos se conectan sin preguntar. Atrapados entre redes sociales viven juntos sin construir una sociedad. Cuando se les pregunta algo emiten una frase breve o pulsan una tecla digital, y si se les presiona salen del trance diciendo que son como son. Sin más. Con ese cierre concluyen su historia y agotan toda posibilidad.

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