Ayer se cumplieron 75 años del estallido de una bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, un ataque que se repitió tres días después ... sobre Nagasaki, con un saldo de más de 200.000 muertos y varios cientos de miles de heridos. Aquellos bombardeos se llevaron a cabo para reducir la resistencia de un Japón irreductible cuando, derrotado el Eje en Europa, el imperio japonés se negaba a rendirse; después de tan cruel castigo, Japón se claudicó el 15 de agosto, no sin antes haber tenido que aplastar un intento de golpe de Estado interno. La bomba atómica y la todavía mas letal bomba de hidrógeno, esta de fusión nuclear, llegaron pronto al alcance de la Unión Soviética, con lo que la guerra fría posterior a la Segunda Guerra Mundial se orquestó sobre una estremecedora simetría. En realidad, el equilibrio nuclear, muy eficaz, se basó en la Mutual Assured Destruction (MAD) o posibilidad de destrucción mutua: las dos potencias sabían que si desencadenaban el ataque masivo contra la otra, ella también quedaría radicalmente destruida. En la actualidad nueve países poseen armamento atómico, pese a que en 1968 se firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), en vigor dos años después, firmado por 190 países, que únicamente permite la posesión de estas armas a quienes habían efectuado ensayos nucleares antes de 1967 que, casualmente, eran los cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU: EE UU, Reino Unido, Francia, Unión Soviética y China. Fuera del tratado permanecen otras cuatro potencias atómicas: India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Se sospecha que algún otro país podría haberse dotado del arma atómica.
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EE UU y la URSS –después Rusia, que heredó el arsenal soviético– han suscrito diversos tratados de limitación de armas nucleares, que en todo caso ya no tienen el anterior valor estratégico por el equilibrio multipolar actual que ha sustituido a la vieja bipolaridad. Poco a poco, parecía que el problema iba menguando… hasta que Trump ha irrumpido con furia para recrudecer la amenaza. Ha boicoteado el tratado firmado con Irán para impedir que Teherán consiga el arma atómica; ha detenido o revertido los viejos acuerdos con Moscú; ha empeorado con extrema dureza sus relaciones con China… Y nada garantiza que su extraña relación con Piongyang conduzca al desarme de la cruenta dictadura coreana. Con Trump o sin él, el desarme nuclear ha de ser un permanente objetivo que debe culminarse cuando las circunstancias lo permitan. Los fundamentos mismos de nuestra cultura universal así lo exigen.
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