'La peste de Atenas', de Michael Sweerts. El Norte

Democracia y pandemias

«Hoy, cuando la democracia estadounidense atraviesa momentos tan críticos, muchos pensarán que se trata de un sistema frágil y propicio para ser tomado al asalto por demagogos o aventureros que lo que pretenden es destruirla»

Luis Díaz Viana

Valladolid

Sábado, 28 de noviembre 2020, 08:22

Mejor pasar la peste en Atenas», ha recordado Macron. Y es que, como acaba de decir Biden, «la democracia ha sido puesta a prueba este ... año». Los inicios del sistema democrático no fueron tampoco nada sencillos. Aunque pudo haber precedentes menos documentados y con una inferior continuidad en el tiempo, si tomamos como referente la democracia ateniense comprobaremos que apenas persistió durante 200 años y con interrupciones no desdeñables. De hecho, estuvo a poco de fenecer casi recién nacida a causa de la peste que asoló esta polis griega en 1430. Y Alcibíades, que –por familia y formación– parecía estar llamado a asumir un importante liderazgo en la misma, se especializó en atentar contra ella, aliándose, primero, con Esparta –principal rival y antítesis política de Atenas– para terminar, luego, buscando como aliados a los persas, sus grandes enemigos.

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Hoy, cuando la democracia estadounidense atraviesa momentos tan críticos, muchos pensarán que se trata de un sistema frágil y propicio para ser tomado al asalto por demagogos o aventureros que lo que pretenden es destruirla. A pesar de que la transición de una a otra administración ha empezado, nadie sabe cuál será el siguiente movimiento en el tablero de Trump, que se hallaría jugando una partida de ajedrez consigo mismo. Salvo que sus reclamaciones finalizaran teniendo alguna veracidad, el daño que se perpetra con semejante actitud no solo afectará a los USA, sino al prestigio de la democracia en el mundo. Porque se diría que cualquiera con poder y dinero para retorcer las leyes o con la capacidad de acción suficiente para influir en las masas, imponiendo su propio relato, podría subvertir el sistema democrático y permanecer tramposamente en él. Ha sucedido antes. Y, generalmente, de la misma manera: obstaculizando el correcto funcionamiento de la separación de poderes y arrogándose por la fuerza o el trucaje institucional toda la representación del pueblo. ¿Qué pueblo?

Un pueblo que se inhibiría en sus funciones y derechos individuales de elegir o votar críticamente, para –por contra– seguir de forma ciega las consignas y caprichos de su líder. Algo que nos suena bien conocido, ya que remite a un esquema reiterativo en el devenir de la historia del último siglo: un pueblo en regresión, que prefiere identificarse con una patria ideal anclada en el pasado, con una comunidad imaginada o ancestral. Y que acepta sin rechistar lo que su caudillo, guía, padre de la nación o comandante en jefe dice, precisamente porque es él quien lo hace. En este sentido, no resulta intranscendente la famosa frase de Trump asegurando que, hiciera lo que hiciera –e incluso si disparaba a alguien en el centro de Nueva York y lo mataba–, a sus seguidores les parecería bien.

De ahí que todo lo que ha ocurrido en EE UU no sea grave –nada más– para la credibilidad del sistema político e instituciones de aquel país: constituye una deplorable muestra de lo fácilmente que la democracia en sí puede ser liquidada. Un ejemplo y aviso sobre aquello en que la democracia llega a convertirse en cuanto alguien que no cree en ella dispone de la opción de manipular sus normas y resortes. Una parábola desoladora de cómo la democracia deviene en cesarismos o caudillajes. Afortunadamente, esta vez los mecanismos que regulan el proceso de las elecciones en USA –así como las agencias u organismos autónomos que lo vigilan– funcionaron. Y han impedido que sucediera lo que se anunciaba como un desastre global.

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También esto es una suerte de enseñanza para democracias europeas como la nuestra en que, con frecuencia, la inclinación a atentar contra la separación de poderes e independencia de las instituciones se torna peligrosamente endémica. Y no deja de lanzar un mensaje estimulante para la democracia en general. Pues no siempre ganan quienes intentan convencernos y convencerse de que cuanto peor se comporta el ser humano más lejos y arriba llega, porque el mundo «es así». Si sujetos como Trump, dispuestos a todo para perpetuarse en el poder, no logran su objetivo, aún queda esperanza. El mundo no pertenecería a gente como ellos, inevitablemente.

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