La delgadez del lenguaje
«Hoy también, mientras el lenguaje enflaquece, las conciencias de muchos ciudadanos caminan ingrávidas y listas para someterse a verdades manufacturadas pero salvajes»
Es corriente distinguir en el lenguaje dos funciones opuestas: la de ocultar y la de comunicar. Las palabras se apresuran para decir algo a los ... demás pero también para esconder detrás de ellas la privacidad. Son, como dijo Sartre, antena y caparazón al mismo tiempo.
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Ahora bien, el modo como las empleamos para ocultar o deformar también es revelador y nos dice mucho sobre ellas y lo que representan. Es preocupante, a este respecto, la delgadez actual del lenguaje, que tapa poco y dice menos. Y aún más inquietante es el parecido de su fino perfil con el que describió Victor Klemperer en referencia al lenguaje nazi. Este filólogo alemán, desaparecido en 1960, dejó constancia en sus estudios de las características estilísticas del lenguaje del Tercer Reich. Algunas de ellas, por su similitud con el presente, son preocupantes, y nos advierten suficientemente sobre la inclinación populista, nacionalista y en definitiva totalitaria de la sociedad actual.
Lo primero que destacó Klemperer fue la profusión de eslóganes y siglas que el nacionalsocialismo repartía por todas partes. Una estrategia de simplismo y brevedad cuyos amaños tienen sonados ecos en la actualidad, como se constata en el gusto por las abreviaturas, tan patente, por poner un ejemplo, en el empleo insistente de una vulgar y socorrida coletilla: «Por sus siglas en inglés». Otro eco llama la atención sobre la delgadez del lenguaje que se cultiva en las redes sociales, donde la brevedad tuitera apenas sobrepasa la dimensión de un eslogan y donde cada frase tiene la vocación de un cliché. Las ideas se vuelven tan flacas y delgadas en esos medios, tan asténicas y deshilachadas, que le habilitan a cualquiera para decir lo que le de la gana. No necesita dar explicaciones ni molestarse en probar nada, porque esos rellenos argumentales no caben en la corta estrechez del mensaje. O, dicho al revés, gracias a que no caben, cada quien insulta y miente a sus anchas. La frase se ha vuelto tan corta en la aplicación de internet, que resulta pintiparada para convertir todo el discurso en una cadena de axiomas afirmativos que se suceden unos tras otros sin dirección ni concierto. Verdades infranqueables y sin base, cuya única crítica admisible es el recurso a los memes, que sustituyen con su humor al rigor reflexivo y a la fuerza del pensamiento.
Y añado, como colofón, otro comentario de nuestro autor también inquietante: «Nunca entendí cómo Hitler pudo con sus burdas frases, muchas veces construidas de manera lesiva para el alemán, ganarse a las masas y sojuzgarlas durante un periodo tan terriblemente largo. La sugestión pudo gestarse y perdurar en millones de personas hasta el último momento, en medio de todas las atrocidades». Hoy también, mientras el lenguaje enflaquece, las conciencias de muchos ciudadanos caminan ingrávidas y listas para someterse a verdades manufacturadas pero salvajes.
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