La contemplación, esa visión estática del mundo que a veces nos atrae, ha sufrido muchas variaciones a lo largo de los siglos. En principio, remitimos ... su sentido a un origen religioso, pensando en los gurús orientales o en los monjes y místicos cristianos, que lograban estados de concentración casi crepusculares a cuyas expensas se elevaban hacia los círculos del cielo donde se diluían en el Uno.
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La idea también posee un pasado más profano. En la cultura grecorromana llamaban contemplación a la vida activa de quienes tenían sus necesidades materiales cubiertas. Los esclavos y los ciudadanos pobres 'laboraban', pero los nobles simplemente 'contemplaban'. El contemplador griego cultivaba como única profesión la política y el discurso, lo que no encajaba precisamente con el silencio y la inmovilidad que siglos después adornaron el término.
Viene esto a cuento para dar pie a la pregunta sobre qué sea la contemplación en nuestro tiempo. Porque, hoy en día, la vida ascética y el retiro monástico ya no son un ideal de conducta, si los comparamos con la atracción irrefrenable que ejerce un 'influencer' en su campo, cuyo modelo se aleja de la idea que nos hacemos de la vida contemplativa de un santón o un ermitaño. Tampoco hoy contamos con la posibilidad colectiva de entregarnos enteramente al ocio y dejar que los demás se ocupen de todo. Sólo algunos privilegiados logran ese estatus. E incluso, en tal caso, no está nada claro que una vez desprovistos de trabajo esos favorecidos sepan qué hacer con su horario. La riqueza es a veces una fuente de insatisfacción triste y deshilvanada.
El valor de la contemplación contemporánea se descubre con facilidad en el comportamiento de cualquier agrupación de jóvenes –o no tan jóvenes–, ya sea en la calle o en algún trasporte colectivo. En su seno observamos que la mayoría de sus integrantes –a los que con facilidad nos sumamos– contemplan extasiados una pequeña pantalla que manejan con grandes miramientos. Pocas ocasiones tenemos de comprobar una concentración parecida en otros ámbitos, pero viéndolos absortos frente a sus móviles caben pocas dudas acerca de que se encuentran en estado de contemplación máxima. Al menos así lo parece si nos atenemos a la definición que figura en el diccionario filosófico de Lalande: «Estado del espíritu que se absorbe en el objeto de su pensamiento hasta el punto de olvidar las otras cosas y su propia individualidad».
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A esta fijación, cualquier ingenuo la calificaría de contemplación de musarañas, pero realmente quien sigue con tanto interés la información, las redes sociales o los wasapeos, contempla en carne viva la idea de futuro que nos inquieta, aquello que hayan de ser los individuos que desde el nacimiento se han mirado antes que en un espejo en una pantalla. El misterio de sus consecuencias nos deja pensativos. A veces boquiabiertos.
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